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Poco después, Jack realizó la autopsia de Rousseau con la ayuda de Marvin mientras Lou miraba. Laurie había insistido en no estar presente, de modo que hizo equipo con Sal y se ocupó del estudiante hallado en el parque. Ambos casos quedaron listos casi al mismo tiempo.

Mientras compartían unos emparedados y unos refrescos de las máquinas expendedores en el comedor, Jack hizo un resumen de lo hallado en la autopsia de Roger: la primera bala le había seccionado la médula espinal y lo habría dejado parapléjico de no haber sido por el golpe de gracia del segundo proyectil, que le atravesó el corazón y, tras rozar una costilla, acabó alojándose en la pared ventricular izquierda.

Durante su breve monólogo, Laurie se esforzó por mantener una apariencia de calma, sin dejar traslucir que los detalles que estaba escuchando afectaban a alguien a quien apreciaba especialmente; y, para mantener la ficción, incluso planteó algunas preguntas técnicas que Jack estuvo encantado de responder. Este explicó que la cabeza y las manos habían sido seccionadas mucho después de que el corazón hubiera dejado de latir, y que tenía la convicción de que el desdichado no había sufrido porque la muerte había sido casi instantánea. En cuanto a las balas, no cabía duda de que eran de nueve milímetros.

Después de llamar a su capitán para ponerlo al corriente de los detalles, Lou propuso a Laurie que lo acompañara al Manhattan General para ayudarlo a identificar cualquier tipo de lista que pudieran hallar en el despacho de Roger. Laurie dijo que sí sin dudarlo. Deseoso de no quedar al margen, Jack preguntó si podía acompañarlos. Según sus palabras, no quería perderse la oportunidad de participar en el castigo que AmeriCare merecía, ya que estaba convencido de que la prensa iba a tener un día especialmente atareado tan pronto intuyera lo que estaba sucediendo de puertas adentro. En especial después del caso de Patricia Pruit, se situaba claramente del lado de Laurie.

Antes de salir, Laurie pasó por la sala de comunicaciones para avisar a la operadora de que se marchaba y se aseguró de dejarle el número de su móvil. Como forense de guardia, debían poder ponerse en contacto con ella en caso de que fuera necesario.

Para dirigirse al Manhattan General, subieron todos en el Chevrolet Caprice de Lou; Laurie, delante; y Jack, detrás. La llovizna matinal se había convertido casi en bruma; aun así, Jack y Laurie prefirieron abrir sus respectivas ventanillas y aguantar la humedad antes que tener que respirar el aire del interior del vehículo. Durante el trayecto, Laurie puso a Jack al corriente del mensaje que Roger le había dejado en el contestador.

– El tal Najah parece buen candidato -comentó Jack-. Puede incluso que demasiado bueno. El hecho de que sea un anestesista quien esté tras el misterio puede explicar en buena parte por qué los de Toxicología no han encontrado nada. Podría haber utilizado algún tipo de gas sumamente volátil.

Lou le informó de lo que ya habían averiguado sobre Najah y su nueve milímetros y añadió que haría analizar la pistola por su gente de Balística, eso si tenían la suerte de encontrarla.

Salvo por la mayor presencia de policías uniformados, el hospital parecía normal, con el ajetreo habitual de gente entrando y saliendo y de pacientes trasladados en sillas de ruedas. Una larga cola de visitantes salía del mostrador de información, y un flujo constante de médicos y enfermeras con sus batas blancas cruzaba el vestíbulo.

Lou se excusó y fue a hablar un momento con uno de los policías. Jack y Laurie se mantuvieron aparte.

– ¿Cómo lo llevas? -le preguntó Jack.

– Mejor de lo que pensaba -contestó Laurie.

– Me tienes impresionado -reconoció Jack-. No entiendo cómo eres capaz de concentrarte con todos los asuntos que tienes en la cabeza.

– La verdad es que intentar averiguar qué ha ocurrido aquí, me ayuda porque consigue que me olvide de mis problemas -comentó Laurie, que en esos momentos estaba pensando en el dolor abdominal que había estado padeciendo, ya que tenía la impresión de que el traqueteo del coche de Lou se lo había empeorado. No era tan intenso como el que sufrió en el taxi la noche anterior, pero se podía calificar de dolor, y Laurie pensó si no se trataría de una apendicitis. La localización correspondía, a pesar de que sus manifestaciones fueran irregulares. Justo cuando pensaba comentárselo a Jack, Lou regresó.

– Vayamos a la escena del crimen antes de pasar por el despacho de Rousseau. Según parece, los chicos del CSI han adelantado trabajo.

Cogieron el ascensor para bajar al sótano y siguieron las flechas para llegar al anfiteatro. Las viejas puertas tapizadas de cuero estaban abiertas de par en par, y una tira de cinta amarilla tendida de un lado a otro impedía la entrada. Un agente de uniforme guardaba el lugar. Lou se coló por debajo de la cinta, pero cuando Laurie quiso hacer lo mismo, el agente se lo impidió.

– Está bien -dijo Lou acudiendo en su ayuda-. Vienen conmigo. Déjelos pasar.

Unos potentes reflectores iluminaban el interior del anfiteatro semicircular, y su claridad alcanzaba incluso las filas superiores de asientos. Había varios investigadores que seguían trabajando.

– Me han dicho que habéis encontrado algo -dijo Lou al jefe de los investigadores.

– Eso creo -repuso este modestamente haciéndoles un gesto para que lo siguieran hacia la pared más alejada del escenario, donde señaló unas marcas de tiza en el suelo.

– Hemos establecido que el cuerpo acabó aquí, con la cabeza tocando el rodapié. A pesar de que la zona ha sido limpiada superficialmente, pudimos ver claramente las salpicaduras de sangre, lo cual nos dio una idea bastante clara de dónde se hallaba la víctima cuando le dispararon.

Phil guió entonces al grupo hasta la entrada del anfiteatro y señaló otros dos círculos de tiza cercanos.

– Aquí es donde encontramos los dos casquillos de nueve milímetros, lo cual nos hace pensar que el asesino se hallaba a unos cuatro metros de la víctima cuando le disparó.

Lou asintió mientras pasaba los ojos de un sitio a otro entre el lugar del cuerpo y el de los casquillos.

– Y por último -añadió Phil, guiándolos de nuevo hasta poner la mano en una mesa de autopsias-, aquí es donde fue mutilado.

– Un anfiteatro de autopsias -comentó Lou-. De lo más adecuado para el asesino.

– Desde luego -repuso Phil señalando el aparador lleno de instrumental-. Incluso tuvo a su disposición las herramientas adecuadas. Sabemos qué cuchillos y sierras empleó.

– Buen trabajo -dijo Lou, y miró a Jack y Laurie-. ¿Se os ocurre alguna pregunta que hacer como forenses que sois?

– ¿Cómo averiguasteis que la mesa de autopsias fue utilizada para seccionar las manos y la cabeza? -preguntó Jack.

– Desmontamos el drenaje -contestó Phil-. Había rastros en el codo.

– Veamos el lugar donde se halló el cuerpo -pidió el detective.

– No hay problema -respondió Phil.

Los condujo al otro lado del anfiteatro, más allá de donde habían dibujado en el suelo la silueta del cuerpo, y salieron por una puerta hasta un corto pasillo. Pasaron ante una pequeña oficina llena de trastos que, según Phil, eran del responsable del depósito. Al final del pasillo, llegaron a una recia puerta de madera que parecía salida de una carnicería. La abrieron con un chasquido, y una helada niebla que apestaba a formaldehído se esparció por el suelo.

Tanto Laurie como Jack estaban familiarizados con el tipo de cuarto que había al otro lado. Era exactamente igual que el refrigerador de Anatomía de la universidad, donde se almacenaban los cadáveres antes de ser llevados a diseccionar. A ambos lados había hileras de cuerpos colgando de tenazas insertadas en los oídos y sujetas al techo.

– El cuerpo de la víctima se encontraba en una camilla situada al fondo, cubierto por una sábana -dijo Phil señalando el final del cuarto-. Desde aquí no se ve bien. ¿Quieren que se lo enseñe?

– Yo paso -dijo Lou-. Los refrigeradores de cadáveres me ponen los pelos de punta.