La escena se parecía a lo que había encontrado en la habitación de Stephen, solo que sin la moqueta, las cortinas buenas y los muebles tapizados. La única luz provenía de una lámpara de seguridad. La puerta del baño estaba entreabierta; pero la luz, apagada. Rowena Sobczyk se encontraba en la cama, durmiendo y con los dos pies vendados tras una operación bilateral de los tobillos. Estaba boca arriba y roncaba ligeramente. Jazz la observó. A pesar de que tenía veintiséis años, parecía mucho más joven con sus pequeñas facciones y el negro y rebelde cabello desparramado en la almohada.
Jazz abrió la vía intravenosa para que corriera libremente y se inclinó para comprobar que no hubiera hinchazón. Puesto que no la encontró, todo estaba dispuesto. Sacó la segunda jeringa sosteniéndola con la mano derecha y cogió el conducto intravenoso con la izquierda. Igual que había hecho en la habitación de Stephen Lewis, utilizó los dientes para retirar el capuchón. Clavó sin tardanza la aguja en la entrada auxiliar de la vía y situó el pulgar en el émbolo. Tras respirar hondo un segundo, lo apretó lentamente.
Rowena se agitó de cintura para arriba. Jazz retiró la jeringa y entonces escuchó pasos en el pasillo. Su intuición la puso en guardia inmediatamente porque el sonido la hizo pensar en los zapatones de enfermera de Susan. Miró rápidamente hacia la puerta del corredor entreabierta y después a Rowena, que se sujetaba el brazo de la vía intravenosa y emitía sonidos gorgoteantes.
Asustada, Jazz se metió la jeringa y el capuchón en el bolsillo y se apartó de la paciente. Por unos segundos pensó en esconderse en el baño en caso de que Susan hubiera oído los ruidos, pero enseguida descartó la idea, no fuera que empeorara la situación. Pensando que la mejor defensa era un ataque, se encaminó hacia la puerta.
Confirmando sus peores temores, nada más cruzar el umbral casi se dio de bruces con Susan, que entraba en el cuarto.
La enfermera dio un paso atrás con aire indignado y miró a Jazz con la misma actitud desafiante de antes.
– Charlotte me ha dicho que estabas aquí. ¿Qué demonios estás haciendo? Esta paciente es de June.
– Pasaba por el pasillo cuando ella llamó.
Susan se inclinó hacia un lado para esquivar a Jazz, que llenaba el hueco de la puerta, y miró el interior de la habitación sumida en penumbra.
– ¿Qué le pasaba?
– Creo que estaba soñando.
– Parece que se agita y… ¡Pero si tiene la vía intravenosa completamente abierta!
– ¿De verdad?
Susan se abrió paso obligando a Jazz a apartarse. Se acercó a Rowena y disminuyó el flujo en la vía.
– ¡Oh, Dios mío! -exclamó, y volviéndose hacia Jazz añadió-: ¡Enciende la luz! ¡Tenemos una emergencia!
Jazz hizo lo que le decían mientras la enfermera jefe hacía sonar la alarma. A continuación, Susan le ordenó que fuera al otro lado de la cama y bajara los barrotes. Segundos más tarde, la llamada de emergencia sonaba a través de los altavoces del hospital.
– ¡Tiene el pulso irregular! -gritó Susan poniendo los dedos en el cuello de Rowena para notar la carótida-, ¡o al menos lo tenía! -Retiró la mano y saltó encima de la cama poniéndose de rodillas y a caballo sobre la paciente-. ¡Tenemos que empezar una reanimación cardiopulmonar! ¡Ocúpate tú del boca a boca y yo haré las compresiones!
Con gran reticencia, Jazz le tapó la nariz a Rowena y puso su boca sobre la de ella, soplando e hinchándole los pulmones. No encontró resistencia, lo cual indicaba que la paciente estaba inerte. Era la única que sabía que intentar resucitar a Rowena, llegada a ese estado no era más que una broma pesada.
Charlotte y otra enfermera llamada Harriet llegaron y lograron conectar y poner en marcha un electrocardiograma. Susan seguía con las compresiones, y Jazz, para mantener las apariencias, con la respiración asistida.
– Tenemos una cierta actividad eléctrica -anunció Harriet-, pero me parece extrañamente compleja.
En ese instante se presentó el equipo de reanimación y se hizo rápidamente cargo del asunto. Jazz fue apartada mientras Rowena era entubada con mano experta y conectada a oxígeno puro. Se solicitaron medicamentos y fueron prestamente administrados. Se tomó una muestra de sangre arterial y se envió al laboratorio para un informe estadístico sobre gases en la sangre. Los extraños registros verificados por Harriet habían desaparecido del todo. El electrocardiograma trazó una línea recta, y el equipo de internos empezó a desanimarse. Rowena parecía no responder.
Mientras la reanimación proseguía sin esperanzas, Jazz salió de la habitación y volvió al cuarto de las enfermeras. Entró en la salita y se sentó con la cabeza entre las manos. Necesitaba unos minutos para recobrarse. Se había puesto muy nerviosa con el incidente de Stephen, y que además las cosas se le hubieran torcido también con Rowena había sido demasiado. No lo podía creer. Nunca había tenido problemas en los casos anteriores. No podía evitar preguntarse si se asustaría en su próxima misión.
Por el rabillo del ojo vio a Susan acercándose al mostrador de enfermeras. Jazz no la había oído, pero imaginó que había preguntado a la auxiliar encargada, porque esta señalaba en su dirección. Cuando Susan fue hacia ella, Jazz comprendió que iba a tener que capear un nuevo enfrentamiento.
Susan entró y cerró la puerta. No dijo nada, ni siquiera después de haberse sentado. Simplemente se quedó mirándola fijamente.
– ¿Siguen intentando resucitar a la paciente? -preguntó Jazz, incómoda por el silencio. Si iban a discutir, que se acabara cuanto antes.
– Sí -respondió la enfermera jefe secamente antes de hacer una nueva pausa. A Jazz le dio la impresión de que era una especie de extraño concurso de miradas. Por fin, Susan dijo-: Quiero preguntarte otra vez qué hacías en el cuarto de Rowena Sobczyk. Me has dicho que la paciente te llamó. ¿Qué te dijo?
– No recuerdo si fueron palabras. Solo la oí, así que fui a ver, ¿vale?
– ¿Hablaste con ella?
– No. Estaba dormida, así que di media vuelta y salí.
– O sea, que no viste que la intravenosa estaba abierta.
– Así es. No miré la intravenosa.
– ¿Y ella te pareció normal?
– ¡Pues claro! Por eso salía cuando casi tropezamos.
– ¿Qué son esos arañazos del brazo?
Por la forma en que Jazz estaba sentada, las mangas de la bata se le habían subido dejando al descubierto las tres raspaduras y un poco de sangre seca.
– Ah, ¿esto? -preguntó cambiando las manos y bajándose las mangas-. Me las hice en el coche, cuando venía hacia aquí. No es nada.
– Pero han sangrado.
– Puede que un poco, pero no hay problema.
Jazz se vio de nuevo en ese extraño duelo de miradas, como si la estuvieran sometiendo a un tercer grado. Susan no decía nada y apenas parpadeaba. Al final, Jazz se levantó.
– Bueno, tengo que volver al trabajo -dijo sorteando a la enfermera jefe.
– Me parece una extraña coincidencia que estuvieras en esa habitación -dijo Susan volviéndose para encararse con ella.
– Está claro que cuando la paciente llamó debía hallarse al comienzo de lo que fuera que le ha causado la crisis. Lo que ocurre es que yo no vi nada cuando entré. Puede que hubiera debido comprobarlo mejor; pero ¿qué pretendes, hacer que me sienta peor de lo que ya me siento?
– No, la verdad es que no -admitió la enfermera jefe y miró hacia otra parte.
– Bueno, pues lo pretendas o no, lo estás consiguiendo -replicó Jazz antes de salir en busca de la auxiliar que le había sido asignada para aquella noche.
Al principio, creyó que con sus palabras había conseguido librarse de una situación peligrosa con Susan; pero, a medida que fue transcurriendo el resto de su turno, se fue preocupando más. Tenía la impresión de que cada vez que se daba la vuelta, Susan la estaba mirando. Cuando llegó la hora del relevo y las enfermeras de día estaban siendo informadas de los incidentes de la noche, incluyendo el de Rowena Sobczyk, el problema había adquirido proporciones ridículas. Teniendo en cuenta la conducta de Susan, a Jazz no le cabía la menor duda de que ella sospechaba. En su mente solo había sitio para el comentario del señor Bob de que no debían verse ondas sobre la superficie. En lo que a ella hacía referencia, la situación con Susan no amenazaba con crear ondas en la superficie, sino un verdadero maremoto.