– Hace años que te conozco, a ti y también a Jack. Y sé que habéis cortado. Me refiero a que no es ningún secreto.
Laurie empezó a protestar, pero Lou le quitó la mano del hombro y le hizo un gesto para acallarla.
– Ya sé que no es asunto que me incumba, pero os tengo un aprecio especial. Ya sé que has estado saliendo con ese otro médico, pero creo que tú y Jack deberíais arreglar las cosas porque estáis hechos el uno para el otro.
Laurie tuvo que sonreír a pesar de sí misma y miró a Lou con ojos cariñosos. Ese hombre era un encanto. Cuando ella había empezado su relación con Jack había temido que Lou se pusiera celoso porque los tres se habían hecho buenos amigos. Sin embargo, el detective se mostró entusiasta desde el primer momento. Había llegado el momento de que fuera Laurie la que le pusiera la mano en el hombro.
– Te lo agradezco -dijo sinceramente. No tenía inconveniente en que Lou pensara que aquella pequeña escena se debía a su relación con Jack. Lo último que deseaba era tener que hablar con él del BRCA-1.
– Me consta que a Jack le está volviendo loco que tú estés saliendo con otro.
– ¿De verdad? -preguntó Laurie-. Pues ¿sabes una cosa?
Eso me sorprende, porque no creía que a Jack le importara lo más mínimo.
– ¿Cómo puedes decir eso? -preguntó Lou con expresión de completa incredulidad-. ¿Te has olvidado de cuál fue su reacción cuando estuviste a punto de comprometerte con aquel traficante de armas, Sutherland? Se quedó hecho polvo.
– Creía que eso fue porque vosotros dos pensabais que Paul no era el hombre adecuado, lo cual era cierto. No pensé que por parte de Jack se tratara de celos.
– Toma nota de mis palabras: fueron celos. Más claro, el agua.
– Bueno, veremos qué se puede hacer. Si él me lo permitiera, me gustaría hablar con Jack.
– ¿Permitírtelo? -preguntó Lou con la misma incredulidad-. Le pegaré un buen tirón de orejas si no te lo permite.
– No creo que sirviera de mucho -repuso Laurie con otra sonrisa. Se sonó la nariz con el pañuelo de papel que tenía en la mano-. En fin, dime a qué se debe tu visita. Con lo ocupado que estás, no creo que hayas venido solamente a hacer de abogado de Jack.
– Puedes estar segura -contestó Lou enderezándose en su asiento-. Tengo un problema y necesito que me ayudes.
– Soy todo oídos.
– La razón de que esté tan contento es porque he tenido que salir para Jersey con Michael O'Rourke, mi capitán. Por desgracia, la hermana de su mujer fue asesinada esta mañana en la ciudad y hemos ido a comunicárselo al marido. No hará falta que te explique que estoy sometido a una intensa presión para que encuentre un sospechoso. El cuerpo ya está abajo, en la nevera. Lo que esperaba era que tú o Jack os ocuparais del caso. Necesito un respiro. Vosotros dos siempre habéis sabido dar con lo inesperado.
– ¡Caramba! Lo siento, Lou. Ahora mismo no puedo hacerme cargo; pero, si el asunto puede esperar hasta la tarde, estoy segura de que podré ayudarte.
– ¿A qué hora?
– No lo sé. Tengo una cita en el Manhattan General.
– ¿De verdad? -preguntó Lou con una medio sonrisa-. Allí es donde mataron a la cuñada del capitán, justo en el aparcamiento.
– ¡Qué horror! ¿Formaba parte del personal del hospital?
– Sí, desde hace años. Era enfermera jefe de un turno de noche. La asaltaron cuando se disponía a regresar a su casa en coche.
– ¿Fue robada, violada o ambas cosas?
– Simplemente robada. Al menos eso parece. Sus tarjetas de crédito estaban en el suelo. Su marido dice que no cree que llevara más de cincuenta dólares en el bolso. Ha perdido la vida por esa miserable cantidad.
– Lo lamento.
– No tanto como voy a lamentarlo yo si no averiguo algo. ¿Qué hay de Jack? Cuando he subido no estaba en su despacho.
– No. Está en el foso. O al menos lo estaba hace media hora, cuando yo salí.
Lou se levantó y dejó la silla de Riva en su sitio.
– Espera un momento -dijo Laurie-. Ya que estás aquí, hay algo que quiero contarte.
– ¿Sí? ¿De qué se trata?
Laurie le contó brevemente la historia de los seis casos. Lo hizo por encima, pero fue suficiente para que el detective volviera a coger la silla de Riva y tomara asiento.
– O sea, que en realidad crees que esos casos son homicidios -dijo Lou cuando ella hubo terminado.
Laurie dejó escapar una risita para sus adentros.
– La verdad es que no estoy segura.
– Pero me has dicho que crees que alguien hizo algo a esos pacientes. Eso es homicidio.
– Lo sé -contestó Laurie-. El problema es que no sé hasta qué punto creo que estoy en lo cierto. Deja que te explique: desde esta mañana estoy metida en un proceso de sincerarme conmigo misma que me lleva a replantearme muchas cosas. Durante el último mes y medio he ido de cabeza con Jack, con lo de mi madre y con otras cosas y sé que he estado buscando algo que me distrajera. Esta serie de casos que he descubierto puede entrar de lleno en esa categoría.
Lou asintió en un gesto de comprensión.
– O sea, que también puede ser que estés haciendo una montaña de un grano de arena.
Laurie se encogió de hombros.
– ¿Has compartido tu idea de un asesino múltiple con alguien de aquí?
– Casi con todos los que se han mostrado dispuestos a escuchar, incluyendo a Calvin.
– ¿Y?
– Todos opinan que me estoy precipitando en mis conclusiones porque Toxicología no ha encontrado nada sospechoso como insulina o digitalina que es lo que está documentado que se utilizó en el pasado en aquella serie de asesinatos clínicos. De todas maneras, es inexacto decir que todos están en desacuerdo conmigo: el médico con el que he estado saliendo, que dicho sea de paso se llama Roger y trabaja en el General, me apoya; sin embargo, llevo toda la mañana preguntándome por sus verdaderos motivos. De todas maneras eso es harina de otro costal. Fin de la historia.
– ¿Lo has hablado con Jack?
– Desde luego. Cree que lo estoy inventando.
Lou volvió a ponerse en pie y a guardar la silla de Riva.
– Bueno, mantenme informado. Después de la conspiración de la cocaína que descubriste hace diez años seguramente me fío más de tu intuición que tú misma.
– Fue hace doce años.
Lou se echó a reír.
– Eso demuestra que el tiempo vuela cuando te lo pasas bien.
10
– ¿Qué tal va? -preguntó Jack dando un paso atrás para observar su trabajo.
– Bien, supongo -contestó Lou.
Jack lo había ayudado a enfundarse un traje lunar y a conectar las baterías. En esos momentos podía escuchar el ruido del ventilador enviando aire a través del filtro HEPA.
– ¿Notas la brisa?
– ¡Menuda brisa! No entiendo cómo podéis trabajar todo el día metidos dentro de este invento. Para mí, una vez al mes sería más que suficiente.
– Desde luego, no es la idea que tengo de pasar un buen rato -reconoció Jack metiéndose en su traje-. Cuando estoy de guardia los fines de semana vuelvo subrepticiamente a la vieja bata con mascarilla, pero si Calvin se entera me echa la bronca.
Se pusieron los guantes en la antesala y acto seguido entraron en la zona de autopsias propiamente dicha. Cinco de las ocho mesas se hallaban ocupadas. En la quinta yacían los desnudos restos mortales de Susan Chapman. Vinnie estaba atareado preparando los recipientes de muestras.
– Te acuerdas del detective Soldano, ¿verdad, Vinnie?
– Sí, claro. Bienvenido, teniente.
– Gracias, Vinnie -contestó Lou deteniéndose a unos dos metros de la mesa.
– ¿Te encuentras bien? -le preguntó Jack.
Lou era un observador habitual de las autopsias, de modo que a Jack no le preocupaba que pudiera marearse y caerse de espaldas como sucedía con algunos visitantes. Este no tenía idea de por qué el detective se mantenía a distancia, pero vio que tenía la máscara de plástico empañada, lo cual indicaba que respiraba demasiado fuerte.