– Estoy bien -murmuró Lou-. Es que resulta un poco fuerte ver a alguien a quien conoces tendido ahí, esperando ser destripado igual que un pez.
– No me dijiste que la conocías -comentó Jack.
– Bueno, supongo que puedo estar exagerando. No la conocía íntimamente, pero la había visto un par de veces en casa del capitán O'Rourke.
– Bueno, pues acércate. De lo contrario no vas a ver nada desde ahí.
Lou dio unos vacilantes pasos al frente.
– Se diría que tenía debilidad por los dulces -observó Jack contemplando el cuerpo-. ¿Cuánto ha pesado en la báscula, Vinnie, muchacho?
– Noventa y uno.
Jack soltó un silbido que sonó apagado tras la máscara de plástico.
– Un poco demasiado para un cuerpo que no creo que pase de un metro sesenta.
– Metro sesenta y tres -precisó Vinnie antes de ir a buscar las jeringas al aparador.
– ¡Ya han tenido que corregirme! -bromeó Jack-. De acuerdo, Lou, ilústrame. Me has hecho venir con tantas prisas que no he tenido ni tiempo de leer los informes de los investigadores forenses. ¿Dónde la encontraron?
– Estaba sentada, erguida, en el asiento del conductor de su todoterreno, como si estuviera echando una cabezada. Tenía la cabeza apoyada contra el pecho. Esa fue la razón de que no la descubrieran antes. Hubo gente que la vio, pero pensaron que estaba durmiendo.
– ¿Qué más puedes decirme?
– No mucho. Según parece le dispararon en la parte derecha del pecho.
– ¿Y tu impresión es que se trató de un robo?
– Desde luego lo parecía. Su dinero en efectivo había desaparecido, su cartera y sus tarjetas de crédito estaban tiradas por el suelo, y su ropa, intacta.
– ¿Dónde tenía los brazos?
– Metidos entre los radios del volante.
– ¿De verdad? Qué extraño.
– ¿Por qué, extraño?
– Me suena a que la colocaron en esa posición.
Lou se encogió de hombros.
– Es posible. De ser así, ¿qué te dice?
– Que no es lo corriente en ese tipo de casos de robo. -Jack levantó la mano de la mujer. Una parte del montículo bajo el pulgar había desaparecido dejando una herida en forma de surco. El resto del dedo y de la palma aparecía punteado de múltiples y pequeñas incisiones. Parte del primer metacarpiano resultaba visible a través de ellas-. Mi opinión es que se trata de heridas defensivas.
Lou asintió. Seguía manteniéndose a un paso de la mesa.
Jack levantó el brazo derecho del cadáver. En la zona de la axila había dos pequeños círculos rojos con algunas fibras textiles adheridas. La superficie interior de los círculos tenía el aspecto de carne picada y de ellos surgía un poco de tejido adiposo amarillento.
Vinnie regresó con las jeringas y, tras dejarlas al lado del cadáver, señaló el panel para radiografías de la pared.
– Me olvidaba de deciros que la pasé por rayos X. Tiene dos cápsulas en el pecho que corresponden a las dos heridas de entrada.
– ¡Cuánta razón tienes! -exclamó Jack. Se apartó para ir a ver el panel y observó las radiografías. Lou fue tras él y miró por encima de su hombro. Las dos balas destacaban nítidamente como dos blancos defectos en un campo de moteados tonos grises-. Yo diría que una está alojada en el pulmón izquierdo; y la otra, en el corazón.
– Eso cuadra con los dos casquillos de nueve milímetros hallados en el vehículo -comentó Lou.
– Veamos qué más podemos encontrar -dijo Jack volviendo a la mesa y reanudando su examen externo. Fue meticuloso, yendo literalmente de la cabeza a los pies. Durante el proceso señaló las pequeñas incisiones alrededor de las heridas de entrada.
– ¿Qué significa eso? -preguntó Lou, que al fin se había acercado lo suficiente.
– Puesto que la zona estaba cubierta por la ropa, me dice que el cañón del arma estaba muy cerca, quizá a solo unos treinta centímetros, pero no tanto como de la mano.
– ¿Es importante?
– Dímelo tú. Plantea la cuestión de si el agresor estaba sentado dentro del coche en el momento de disparar o de si se asomó al interior.
– Vale. ¿Y?
Jack se encogió de hombros.
– Si el agresor estaba sentado dentro del coche, cabría preguntarse si la víctima lo conocía.
Lou asintió.
– Buena deducción.
Durante la autopsia interna de la víctima, Jack se mantuvo a su derecha, y Vinnie, a su izquierda. Lou permaneció en la cabecera y se inclinaba cada vez que Jack señalaba un nuevo hallazgo.
El proceso fue rutinario salvo cuando Jack determinó la trayectoria de los proyectiles. Ambos habían traspasado las costillas, lo cual explicaba para Jack el que no hubiera orificios de salida. Una de las balas había cruzado el arco aórtico y se había alojado en el pulmón izquierdo; la otra había pasado a través del lado derecho del corazón y se había incrustado en el ventrículo izquierdo. Jack extrajo las dos cápsulas con sumo cuidado para no alterar sus marcas externas y las depositó en las bolsitas selladas de los elementos de prueba que Vinnie tenía preparadas.
– Me temo que esto va a ser todo lo que voy a poder darte -dijo Jack entregándoselas a Lou-. Puede que tu gente de Balística pueda echarnos una mano.
– Eso espero -repuso Lou-. No tenemos huellas de la escena del crimen, ni siquiera de la puerta del pasajero, y tampoco en las tarjetas de crédito, salvo las de la víctima. Así pues, el escenario no nos dice nada. Por si fuera poco, el personal de noche no vio a nadie sospechoso rondando por los alrededores.
– Parece que va a ser un caso difícil.
– Tienes razón.
Jack y Lou dejaron a Vinnie limpiando y recogiendo y fueron a quitarse los trajes de protección. De allí pasaron a los vestuarios para cambiar su ropa de trabajo por la de calle.
– Médico una vez, médico para siempre -comentó Jack-; por lo tanto, teniente, espero que no te moleste que te diga que estás criando una buena tripa.
Lou observó su voluminosa cintura.
– Qué pena, ¿no?
– Una pena muy poco sana. No te estás haciendo ningún favor con ese sobrepeso, especialmente no habiendo dejado de fumar.
– ¿A qué te refieres? -replicó Lou en tono falsamente ofendido-. He dejado de fumar cientos de veces. La última fue hace dos días.
– ¿Y cuánto tiempo duró?
– Hasta que no pude evitar pisparle un cigarrillo a mi colega: más o menos una hora. -Se echó a reír-. Lo sé. Doy pena, pero la razón de que vaya arrastrando este peso de más es que, con todos los homicidios que se producen en esta estupenda ciudad, no tengo tiempo para ir al gimnasio. -Se puso la camisa y se la abrochó sobre la abultada barriga.
– Si no cambias de hábitos tendrás que hacer frente a cargos por tu propia muerte.
De pie al lado de Jack, frente al espejo, Lou se pasó por la cabeza el lazo de la corbata porque antes no había deshecho el nudo y se la ciñó al cuello mientras echaba el mentón hacia delante.
– Antes de bajar para reunirme contigo, he estado hablando con Laurie.
– Ah, ¿sí? -preguntó Jack ajustándose la corbata de punto y mirando a Lou en el espejo.
– La encontré muy alterada y compungida por lo vuestro.
– Eso es curioso teniendo en cuenta que está en pleno y apasionado romance con no sé qué tipejo del Manhattan General.
– Se llama Roger.
– Me da igual. La verdad es que no se trata de ningún tipejo, y eso es parte del problema. En realidad parece una especie de Don Perfecto.
– Bueno, puedes estar tranquilo con eso. No me dio en absoluto la impresión de que estuviera loca por ese tipo. Incluso mencionó algo de hablar contigo para arreglar las cosas.
– ¡Ja! -gruñó Jack, incrédulo, y siguió anudándose la corbata.
Sabedor de que estaba poniendo palabras en boca de Laurie, y sintiéndose ligeramente culpable por ello, Lou evitó la mirada de Jack mientras sacaba su americana de la taquilla y se la ponía. Quería pensar que sus maquinaciones eran solo las de un amigo que intentaba ayudar a sus amigos. Acabó de peinarse el corto cabello con los dedos.