Laurie meneó la cabeza con consternación. El hecho de que estar embarazada le hubiera supuesto tamaña sorpresa era un ejemplo más de su costumbre de apartar de su mente los asuntos desagradables. Recordaba claramente haber pensado hacía tres semanas que no le había llegado la regla; pero, con todo lo que estaba ocurriendo, había optado por no darle importancia. Al fin y al cabo, la regla le había faltado otras veces, especialmente en situaciones de estrés, y en esos momentos de su vida, lo que le faltaba no era precisamente estrés.
Bajando la cabeza para contemplarse el vientre, Laurie intentó asimilar que allí dentro se estaba desarrollando la vida de una criatura. Aunque la idea siempre le había parecido natural, en esos momentos en que se había convertido en realidad, se le antojaba tan formidable que desafiaba su credulidad. Enseguida supo cuándo había tenido lugar la concepción. Tuvo que haber sido aquella madrugada en que tanto ella como Jack se encontraron extrañamente despiertos en plena noche. Al principio habían tenido cuidado de no molestarse el uno al otro; pero, cuando descubrieron que los dos estaban despiertos, empezaron a charlar. La charla llevó a las caricias, y las caricias condujeron al abrazo. El coito resultante fue de lo más natural y satisfactorio; sin embargo, más tarde, cuando Laurie se vio todavía despierta, la intensidad del acto amoroso hizo que irónicamente comprendiera qué era lo que le faltaba: una familia con hijos. La mayor paradoja residía en que aquel acto sexual había engendrado al niño que ella tanto deseaba, aunque sin el matrimonio.
Laurie se puso en pie y se contempló de perfil en el espejo intentando distinguir la más mínima protuberancia en su vientre, pero enseguida se rió abiertamente de sí misma. Sabía que, a las cinco semanas, un embrión no pasaba de unos ocho milímetros, lo cual no era suficiente para provocar cambios externos visibles.
De repente, Laurie dejó de reír y se miró a los ojos en el espejo. Estar embarazada en sus circunstancias no era para tomárselo a risa, sino un error que podía acarrear graves consecuencias para su vida y también para la de otros. Aquella línea de pensamiento la llevó a preguntarse cómo podía haber ocurrido. Siempre había tenido cuidado de evitar hacer el amor los días en que podía ser fértil. ¿Dónde había estado el error? Volvió a recordar aquella noche y casi al instante lo comprendió: a las dos de la mañana, ya era técnicamente el día siguiente. El día antes había sido el décimo y seguramente no tendría que haber pasado nada; pero no al undécimo.
– ¡Oh, Dios mío! -exclamó Laurie en voz alta mientras la realidad de la situación calaba en ella. Se sentía realmente abrumada y algo deprimida. Sus ganas de hablar con Jack habían pasado de ser un deseo a una necesidad; no obstante, se preguntaba si iba a ser capaz de reunir la fuerza necesaria. En esos momentos tenía muchos asuntos en la cabeza, entre los que el marcador del gen BRCA-1 no era el menos importante. ¿Qué papel iba a desempeñar en su embarazo? No lo sabía, pero la palabra que invariablemente despertaba en su mente era «aborto». A pesar de su condición de médico, Laurie siempre había asociado aquella palabra con sus connotaciones políticas respecto a los derechos de las mujeres en lugar de con un procedimiento en el que algún día podía llegar a pensar. De repente, todo había cambiado.
– Tienes que controlarte -le dijo a la figura del espejo con más firmeza de la que sentía en realidad. Puso en marcha el secador y empezó a secarse el pelo. Su único refugio era la profesión. A pesar de sus problemas, tenía que ir a trabajar.
Tal como había supuesto, el malestar desapareció en cuanto hubo tomado algo para desayunar. Cereales sin leche fue lo que más le apeteció. Mientras comía, volvió a notar las molestias abdominales de los últimos días. Se palpó con los dedos, y el síntoma aumentó, especialmente si se tocaba cerca de la cintura; de todas maneras, no lo podía calificar de dolor. Se preguntó si no sería una de las primeras sensaciones propias del embarazo. Dado que era primeriza, desconocía si la implantación provocaba aquella sensación. Estaba al tanto de que el proceso implicaba cierta invasión de la pared uterina, así que no se podía descartar. También cabía que la molestia procediera de su ovario derecho. Fuera lo que fuese, era el menor de sus problemas.
Cuando llegó al trabajo eran solo las siete y cuarto. Aun así, no confiaba en hallar a Jack todavía en la sala de identificación.
Últimamente parecía llegar cada día más temprano. Sus suposiciones se vieron confirmadas cuando vio que el lugar favorito de Vinnie estaba vacío y que su diario, abierto por la sección de deportes, yacía abandonado en la mesa. Eso significaba que se encontraba abajo, ayudando a Jack. Chet parecía muy ocupado, sentado ante el escritorio principal con todas las carpetas de los casos que habían llegado durante la noche. Iba a ser su último día de la semana con aquella tarea. Laurie era la siguiente forense en el turno de guardia para el fin de semana, lo cual quería decir que la siguiente semana también iba a tocarle decidir qué casos debían ser objeto de autopsia y cuáles no.
– ¿Jack está ya en el foso? -preguntó mientras tomaba su primer sorbo de café. Creía que la cafeína le mejoraría el ánimo y confiaba en que su estómago la aguantara.
Chet levantó la cabeza.
– Ya sabes cómo es Jack. Cuando yo llegué, ya estaba aquí ojeando las carpetas e impaciente por ponerse manos a la obra.
– ¿De qué caso se está ocupando? -El calor del café le produjo un contradictorio escalofrío.
– Es curioso que me lo preguntes. Cogió un caso igual que los dos tuyos de ayer.
Laurie se apartó la taza de los labios y abrió la boca con expresión de sorpresa.
– ¿Te refieres a un caso del Manhattan General?
– Pues sí. Un tipo bastante joven al que acababan de operar de una hernia y de repente la diñó.
– ¿Por qué lo ha cogido Jack si sabe que esos casos me interesan?
– Te lo ha hecho como un favor.
– ¡Vamos ya, Chet! ¿Qué quieres decir con «como un favor»?
– Según parece, Calvin avisó a Janice para que lo llamara si aparecía algún otro caso como esos. Está claro que ella lo hizo porque Calvin llegó casi al mismo tiempo que Jack y lo comprobó. Cuando yo llegué, me dijo específicamente que no quería que tú te ocuparas. De hecho, me dijo que ibas a tener oficialmente una jornada de papeleo, así que tienes el día libre. El caso es que Jack se ofreció para ocuparse del caso porque dijo que querrías tener los resultados lo antes posible.
– ¿Te dijo Calvin por qué no quería que yo me ocupara? -preguntó Laurie. Parecía un deliberado golpe bajo, especialmente teniendo en cuenta que su serie de casos misteriosos era la única evasión con la que contaba frente a todos sus problemas.
– No lo dijo. Y ya conoces a Calvin, no es que le guste dar explicaciones. Se limitó a dejar bien claro que no quería que tú te ocuparas. También me dijo que te avisara de que deseaba verte en su despacho lo antes posible. Por lo tanto, mensaje entregado. ¡Buena suerte!
– ¡Qué raro! ¿Parecía enfadado?
– No más de lo normal, lo siento -dijo Chet encogiéndose de hombros-. Eso es todo lo que puedo decirte.
Laurie asintió como si lo entendiera, pero no lo comprendía. Dejó el abrigo encima de una de las sillas y salió hacia el vestíbulo de recepción. Estaba nerviosa. Al igual que los demás aspectos de su vida, que en sus palabras estaban «para tirar al cubo de la basura», no le habría sorprendido que su carrera profesional estuviera también en la cuerda floja; aunque no tenía idea de qué podía haber hecho para irritar a Calvin, aparte de haber expuesto su caso en la conferencia del día anterior. Sin embargo, cuando después había hablado con él, le había parecido que todo iba bien.
Hizo que Marlene le abriera la puerta de la zona administrativa, que parecía tan silenciosa como una tumba. Aún no había llegado ninguna de las secretarias; pero Calvin se hallaba en su despacho repasando documentos de su bandeja de entrada y firmándolos apresuradamente. Terminó con los últimos a pesar de que Laurie ya se había presentado. Le hizo un gesto para que entrara y se sentara mientras reunía los documentos firmados y los metía en la bandeja de salida; luego se recostó en su asiento y miró a Laurie por encima de las gafas con la barbilla casi sobre el pecho.