Con el recuerdo del dolor desvaneciéndose en su mente, Laurie siguió cambiándose de ropa y cruzó el pasillo para enfundarse en un traje lunar. Unos minutos más tarde entraba en la sala de autopsias. Cuando la pesada puerta se cerró tras ella, las dos personas presentes se irguieron ante el cuerpo en el que estaban trabajando y la miraron.
– ¡Dios sea loado! -exclamó Jack-. ¡Todavía no son las ocho y media y la doctora Montgomery aparece con todo el equipo! ¿A qué se debe tan gran honor?
– Solo quiero saber si este caso encaja con los otros de mi serie -contestó Laurie con la mayor naturalidad posible mientras se blindaba por si el sarcasmo de Jack continuaba, como parecía probable. Se acercó al pie de la mesa. Jack estaba a izquierda y Vinnie, a la derecha-. Por favor, seguid trabajando. No pretendo interrumpiros.
– No quiero que pienses que te he quitado el caso. ¿Sabes por qué me estoy ocupando de él?
– Lo sé. Chet me lo dijo.
– ¿Has visto a Calvin? Esta mañana estaba de lo más raro. ¿Va todo bien entre vosotros?
– Todo va bien. Me preocupé cuando Chet me dijo que me habían dado el día libre para que despachara el papeleo y que Calvin deseaba verme sin falta; pero, al final, resultó que lo único que quería era que firmara los casos que tengo pendientes de mi serie. Se supone que debo certificar que fueron de muerte natural.
– ¿Y vas a hacerlo? Yo diría que no hay manera de que pudieran ser de muerte natural.
– No tengo elección -admitió Laurie-. Lo dejó bien claro. Odio las presiones políticas en este trabajo, y este asunto es un buen ejemplo de ellas. En fin, sea como sea, ¿qué opinas del caso Mulhausen? ¿Encaja con mi serie?
Jack contempló el abierto tórax. Ya había retirado los pulmones y de disponía a abrir los grandes conductos. El corazón estaba a plena vista.
– Hasta el momento, diría que sí. El perfil es el mismo y no veo rastros de ninguna patología. Lo sabré seguro dentro de media hora, cuando haya acabado con el corazón, pero me sorprendería si encontrara algo.
– ¿Te importa si echo un vistazo al informe de investigación?
– ¿Importarme? ¿Por qué va a importarme? Pero puedo ahorrarte la molestia y contarte los hechos: el paciente era un corredor de bolsa de treinta y seis años, sano, al que operaron ayer de una hernia y se estaba recuperando normalmente. A las cuatro y media de la madrugada fue hallado muerto en la cama. Las notas de las enfermeras dicen que ya estaba frío cuando lo hallaron pero que, aun así, intentaron reanimarlo. Naturalmente no consiguieron nada. Por lo tanto, ¿creo que encaja en tu serie? Lo creo. Y lo que es más: me parece que has dado con algo serio con esa idea tuya. Al principio no me lo pareció; pero, ahora, sí. Especialmente con siete casos.
Laurie intentó leer los matices de la expresión de Jack, pero la pantalla de plástico se lo impidió. A pesar de todo, se sentía animada. Al igual que Calvin, se comportaba mejor de lo que ella esperaba, y eso la hacía sentir optimista en varios frentes.
– ¿Y qué hay de esos casos que Dick Katzenburg mencionó ayer? -preguntó Jack-. ¿Han salido como esperabas?
– Sí, al menos por lo que se refiere a los informes de investigación. Estoy esperando que lleguen los historiales clínicos del hospital para poder estar segura.
– Fue un buen descubrimiento. Ayer, cuando cogiste el micrófono e hiciste tu pequeña exposición, me sentí fastidiado porque significaba alargar la tortura de la reunión de los jueves; pero ahora debo reconocer que tenías razón. Si resulta que los casos de Dick se corresponden con los tuyos, el número se multiplica por dos, lo cual arroja serias sombras sobre AmeriCare, ¿no crees?
– No tengo ni idea de lo puede suponer para AmeriCare -contestó Laurie, sorprendida por la locuacidad de Jack. Incluso eso le daba ánimos.
– Bueno, como suele decirse: «Algo huele a podrido en Dinamarca». Trece casos significa que no hay sitio para las coincidencias. De todas maneras resulta interesante que no hayamos encontrado un arma del crimen común a todos ellos, y esa es la razón por la que me resisto a respaldar tu tesis del homicidio, aunque cada vez me parece más probable. Dime: ¿todos los casos se produjeron en la unidad de cuidados intensivos o en la de reanimación tras la anestesia?
– No sé en los de Dick, pero los míos no ocurrieron en ninguno de los dos sitios, sino en las habitaciones de los pacientes. ¿Por qué lo preguntas? ¿Dónde encontraron a Mulhausen?
– Estaba en una habitación normal. No sé por qué lo pregunto. Puede que manejen los medicamentos de forma distinta en cuidados intensivos o en reanimación que en una planta normal. En realidad estoy pensando si puede haberse producido algún tipo de error, como que recibieran la medicación equivocada. No es más que otra posibilidad.
– Gracias por la idea -dijo Laurie sin gran convicción-. La tendré en cuenta.
– También creo que has de seguir presionando a Toxicología. Estoy convencido de que al final será la que nos saque las castañas del fuego.
– Eso es fácil de decir, pero no sé qué más puedo hacer. Peter Letterman ha mirado en todas partes buscando hasta lo más insignificante. Ayer me habló de intentar rastrear no sé qué increíble toxina procedente de una rana de Sudamérica.
– ¡Caramba, sí que suena exótico! Eso me recuerda el dicho «Cuando oigas ruido de cascos, piensa en caballos, no en cebras». Algo ha interrumpido las funciones cardíacas de esos sujetos. No puedo evitar creer que ha de tratarse de algún medicamento que provoca arritmia. Dónde o cómo lo consigan, es otra historia.
– Pero algo así sin duda aparecería en las pruebas de toxicología.
– Eso es cierto -reconoció Jack-. ¿Y qué hay de algún contaminante en su vía intravenosa? ¿Tenían todos una?
Laurie reflexionó unos instantes.
– Ahora que lo mencionas, sí. Pero no es infrecuente porque a la mayoría de los que han sido operados se les deja una vía puesta al menos hasta veinticuatro horas después. En cuanto a lo del contaminante en el fluido intravenoso, ya pensé en ello, pero es poco probable. Si se hubiera tratado de un contaminante, tendríamos más casos y no se limitarían solo a los pacientes más jóvenes y sanos ni a los que han sido objeto de cirugía electiva.
– No creo que de antemano debamos descartar nada -dijo Jack-, lo cual me recuerda la pregunta sobre los electrolitos que te hizo ayer nuestro colega de Staten Island cuando hiciste tu exposición. Le dijiste que todos los niveles eran normales. ¿Era cierto?
– Absolutamente. Insistí a Peter para que lo comprobara especialmente, y me informó que eran normales.
– Bueno, parece de verdad que has cubierto todas las posibilidades -dijo Jack-. Acabaré con este tal Mulhausen para asegurarme de que no hay coágulos ni presenta patología cardíaca alguna. -Situó el escalpelo y se inclinó sobre el cuerpo.
– Sí, he intentado pensar en todas las posibilidades -repuso Laurie. Luego, tras un momento de vacilación, añadió-: Jack, ¿podría hablar un momento contigo de un asunto algo más personal?
– ¡Oh, por amor de Dios! -exclamó Vinnie, que se había estado moviendo impacientemente durante toda la conversación de Jack y Laurie-. ¿Es que no podemos acabar esta maldita autopsia de una vez?
Jack se irguió y miró a Laurie.
– ¿De qué quieres hablar?
Laurie miró a Vinnie. Se sentía incómoda en su presencia, especialmente tras su exabrupto.
Jack se percató de la reacción de Laurie.
– No te preocupes por Vinnie. Por mucho que me ayude como asistente, puedes hacer como si no estuviera. Yo lo hago siempre.
– Muy gracioso -replicó Vinnie-. ¿Por qué no me río?
– La verdad -dijo Laurie-, es que no pretendía que hablásemos ahora. Lo que me gustaría es quedar para vernos porque tengo cosas importantes que contarte.
Jack no respondió de inmediato, sino que se quedó mirándola a través de la máscara de plástico.
– A ver, deja que lo adivine: te vas a casar y quieres que haga de dama de honor.