Vinnie soltó tal carcajada que pareció que se ahogaba.
– Jack -dijo Laurie manteniendo un tono tranquilo no sin dificultad-, estoy intentando hablarte en serio.
– Y yo también -consiguió articular él-. Ya que no has negado lo de las nupcias, me doy por informado, pero me temo que voy a tener que declinar el papel de dama de honor.
– ¡Jack, no voy a casarme! Tengo que hablar contigo sobre algo que nos afecta a los dos.
– De acuerdo, soy todo oídos.
– No tengo intención de decirte nada en la sala de autopsias.
Jack hizo un gesto abarcando el lugar con todos sus siniestros detalles.
– ¿Qué tiene de malo? Yo me siento como en casa.
– ¡Jack! ¿No puedes hablar en serio por un momento? Te he dicho que es importante.
– Bien, conforme. ¿Qué otro entorno tenemos a nuestra disposición que satisfaga tus necesidades? Si me das media hora más o menos puedo reunirme contigo en la sala de identificación y allí podríamos charlar agradablemente alrededor de una taza de café de Vinnie. El único problema es que los demás se presentarán a trabajar en cualquier momento. Quizá prefieras una cita en nuestra preciosa cafetería con vistas y poder disfrutar de cualquiera de las exquisiteces de nuestras máquinas de bebidas. Allí podríamos codearnos con los bedeles y demás personal de alcurnia.
Laurie contempló a Jack lo mejor que pudo a través de la pantalla de plástico. Aquella vuelta al sarcasmo había apoyado su anterior optimismo acerca de que fuera a mostrarse receptivo; pero, aun así, insistió.
– Lo que esperaba era que pudiéramos ir a cenar esta noche, preferentemente a Elios si es que podemos reservar. -Elios era un restaurante que había desempeñado cierto papel en la larga relación de los dos.
Jack la contempló durante un largo momento. Aunque el día antes no había dado excesivo crédito a los comentarios de Lou sobre ella, de repente se preguntó si no habría en ellos un atisbo de verdad. Al mismo tiempo se recordó que no estaba de humor para más humillaciones.
– ¿Qué pasa con Romeo esta noche? ¿Está enfermo o qué?
Vinnie soltó una risita que a duras penas controló cuando Laurie lo fulminó con la mirada.
– Mira, no lo sé -continuó Jack-, es la clase de noticia que me coge desprevenido porque esta noche tenía pensado llevarme a la bolera a unas monjas que están de visita.
Vinnie no pudo contenerse y se alejó.
– ¿No podrías tomártelo en serio por un momento? -insistió Laurie-. No me lo estás poniendo fácil.
– ¿Que no te lo estoy poniendo fácil? -preguntó Jack desdeñosamente-. Pues como cambio no está mal. Llevo meses intentando quedar contigo alguna noche, pero siempre estás ocupada con algún acontecimiento cultural de la máxima importancia.
– Solo ha pasado un mes, y tú me lo preguntaste dos veces, y las dos tenía planes para esa noche. Escucha, Jack, tengo que hablar contigo. ¿Nos vemos hoy o no?
– Se diría que estás muy motivada con esta cita.
– Sí. Mucho -convino Laurie.
– De acuerdo, pues que sea esta noche. ¿A qué hora?
– ¿Te va bien en Elios?
Jack se encogió de hombros.
– Va bien.
– De acuerdo. Llamaré para ver si puedo reservar y te avisaré. Puede que tenga que ser pronto, porque es viernes.
– Conforme -repuso Jack-. Esperaré a que me llames.
Con un último gesto de asentimiento, Laurie se alejó de la mesa y salió de la sala de autopsias para quitarse el traje protector. Estaba contenta de que Jack se hubiera avenido a quedar; pero tal como Calvin le había comentado, se sentía abatida por el esfuerzo que había tenido que hacer y ya no albergaba optimismo sobre su reacción ante la noticia.
Tras ponerse la ropa de calle y rescatar su abrigo de la sala de identificación, cogió el ascensor hasta el tercer piso. Su idea era hacer una visita rápida a Peter para levantarle la moral por sus esfuerzos y asegurarse de que no había descubierto nada importante en el caso Sobczyk. Tan absorta estaba en sus problemas personales que no reparó en la posibilidad de tropezarse con su archienemigo, el director del laboratorio John de Vries. Por desgracia, este se encontraba en el despacho de Peter, según parecía echándole una bronca, porque tenía los brazos en jarras; y Peter, una expresión acobardada. Sin saberlo, Laurie se había metido en la boca del lobo.
– ¡Pero si es la seductora en persona! -exclamó De Vries-. ¡Justo a tiempo!
– ¿Cómo dice? -preguntó Laurie notando que la ira la invadía tras semejante comentario sexista.
– Según parece, ha sido usted capaz de seducir a Peter y convertirlo en su esclavo dentro de este laboratorio -gruñó De Vries-. Usted y yo ya hemos hablado de esto. Con la miseria de presupuesto que me asignan para dirigir este laboratorio, nadie recibe un trato especial, lo cual significa invariablemente que todos deben esperar más de la cuenta. ¿Me he expresado con claridad o hace falta que lo ponga por escrito? Además, puede estar usted segura de que el doctor Washington y el doctor Bingham serán informados de esta situación. Entretanto, la quiero fuera de aquí. -Para dar mayor énfasis a sus palabras, De Vries le indicó la puerta.
Durante unos segundos, Laurie miró alternativamente a Peter y John de Vries. Lo que menos deseaba era empeorar la situación de su amigo, de modo que se abstuvo de decirle a John lo que pensaba de él. Dio media vuelta y salió del laboratorio.
Mientras subía por la escalera, Laurie se sintió aún más deprimida que antes. Detestaba tener enfrentamientos con la gente, especialmente con sus compañeros de trabajo, porque a menudo desembocaban en respuestas inapropiadas, como la que había tenido con Calvin, aunque tratándose de John, lo dominante era el enfado. Pensando en Calvin, se preguntó cuáles serían las consecuencias, porque De Vries no amenazaba en vano, y llegó a la conclusión de que seguramente tendría noticias del subdirector. Lo que no sabía era de qué tipo. Lo único que deseaba era no haber creado problemas a Peter, porque él sí tenía que tratar con John diariamente.
Entró en su despacho, colgó el abrigo detrás de la puerta y vio que el de Riva también estaba, lo que significaba que su amiga se hallaba en la sala de identificación o en la de autopsias. Se sentó a su mesa y pensó en la llamada telefónica que tenía que hacer. La había estado temiendo desde que la prueba de embarazo había dado positivo. Para ella era como si llamar fuera a confirmarle los hechos, algo que había estado intentando evitar por el inmenso error que suponía. A pesar de lo mucho que le apetecía tener hijos, aquel no era el momento, y se preguntaba en qué había pensado para permitirse semejante riesgo. A pesar de que solo hacía unas semanas de ello, no podía recordarlo.
Cogiendo el teléfono, Laurie marcó a regañadientes el número del Manhattan General. Mientras se establecía la comunicación, contempló los documentos de los casos de Queens que debía añadir a su esquema junto con el que Jack tenía entre manos en esos momentos.
Cuando la telefonista contestó, Laurie le pidió que le pasara con la consulta de la doctora Laura Riley. Mientras la extensión empezaba a sonar, Laurie se sintió agradecida de que Sue le hubiera buscado una ginecóloga que también hacía obstetricia. No era lo más frecuente en el mundo de los médicos.
Cuando la secretaria de la doctora Riley contestó, Laurie le explicó su situación y se vio tropezando con las palabras al decirle que estaba embarazada según la prueba de farmacia que se había hecho.
– Bien, en ese caso, no debemos esperar a septiembre -contestó jovialmente la secretaria-. A la doctora Riley le gusta ver a sus pacientes de obstetricia entre ocho y diez semanas después de su última regla. ¿Cuánto lleva usted?
– Unas siete semanas.
– Entonces debería venir la semana que viene o la siguiente.
Se produjo una pausa, y Laurie se dio cuenta de que le temblaba la mano con la que sostenía el auricular.
– ¿Qué le parece el próximo viernes? -dijo la secretaria tras ponerse nuevamente al aparato-. Sería dentro de una semana, a la una y media.