Выбрать главу

– Me parece bien -repuso Laurie-. Gracias por hacerme un hueco.

– De nada. ¿Puede darme su nombre?

– Lo siento, no me había dado cuenta. Soy la doctora Laurie Montgomery.

– ¡Doctora Montgomery! La recuerdo. Hablé con usted ayer.

Laurie hizo una mueca. En esos momentos, su secreto era ya casi público. A pesar de que nunca había visto a aquella secretaria, la mujer conocía un detalle terrible e íntimo de su vida privada que Laurie todavía no sabía cómo manejar. Se avecinaban decisiones difíciles.

– ¡Felicidades! -continuó diciendo la secretaria-. Espere un momento y no cuelgue. Estoy segura de que la doctora Riley querrá saludarla.

Sin tiempo para contestar, Laurie se vio en espera y escuchando una melodía. Por un breve momento, pensó en colgar, pero decidió que no podía hacerlo. Para mantener la mente ocupada, miró el montón de certificados de defunción y de informes de investigación de Queens. Ansiosa por poder evadirse, cogió el primero y empezó a leer. El nombre de la paciente era Kristin Svensen, de treinta y tres años, que había sido ingresada para una hemorroidectomía. Laurie meneó la cabeza ante las dimensiones de la tragedia, que hacía que sus problemas parecieran insignificantes comparados con la muerte de una joven y sana mujer en un hospital después de que simplemente le extirparan las hemorroides.

– Doctora Montgomery, acabo de enterarme de la buena noticia, ¡felicidades!

– Puedes llamarme Laurie.

– Muy bien; y tú, Laura.

– No estoy segura de que las felicitaciones sean lo más apropiado. Para ser sincera, para mí ha sido una sorpresa tirando a desagradable. No estoy segura de cómo debo tomármelo.

– Entiendo -contestó Laura conteniendo su expresividad. A continuación, con la perspicacia de la experiencia, añadió-: Todavía tenemos que asegurarnos que tú y la criatura que llevas estáis sanos. ¿Has tenido algún problema?

– Algunos mareos matinales, pero poco duraderos. -Laurie se sentía incómoda hablando de su embarazo, y tenía ganas de colgar.

– Háznoslo saber si empeoran. Hay cantidad de recursos para tratar los mareos en los miles de libros que se han publicado sobre el embarazo. En cuanto a ellos, mi consejo es que te mantengas alejada de los que son más conservadores porque te volverán loca haciéndote creer que no puedes hacer nada, como tomar un baño caliente. Dicho esto, nos veremos el próximo viernes.

Laurie le dio las gracias y colgó. Fue un alivio poder olvidarse de la llamada. Cogió las hojas de la impresora con los casos de Queens y las alineó golpeándolas de canto sobre la mesa. El gesto le produjo una molestia en la misma zona que le había dolido antes, mientras se cambiaba en el vestuario, y se preguntó si no tendría que haberle mencionado el dolor a Laura Riley. Seguramente sí, pero no tenía intención de llamarla. Ya se lo preguntaría el día de la consulta a menos que se hiciera tan intenso y frecuente que la obligara a telefonear. También se preguntó si tendría que haberle avisado de que era portadora del marcador BRCA-1; pero, al igual que con el dolor, decidió que podía perfectamente esperar a la primera visita.

Con los papeles en la mano, Laurie fue a descolgar el teléfono, pero vaciló. Había pensado llamar a Roger por distintos motivos, el menor de los cuales no era el sentirse culpable por haberlo dejado con las dudas de su inexplicable comportamiento en su despacho; pero no sabía qué iba a decirle. Todavía no estaba dispuesta a contarle la verdad por una serie de razones, pero comprendía que debía decirle algo. Al final, decidió que recurriría al problema del BRCA-1 como ya había hecho.

Descolgó y marcó el número directo de Roger. Lo que de verdad la motivaba era el deseo de llevarle las copias del material de Queens para poder hablar directamente del asunto. A pesar del torbellino de problemas que ocupaba su mente, se le había ocurrido una idea con aquellos casos que podía ayudar a resolver el misterio del SMAR.

14

Cuando Laurie llegó al Manhattan General, la acompañaron directamente al despacho de Roger, que la estaba esperando. Lo primero que hizo este fue cerrar la puerta y, a continuación, le dio un fuerte y prolongado abrazo. Laurie se lo devolvió, pero no con tanto ardor. Además de las dudas que había despertado en ella el asunto del matrimonio de Roger, sabía que no iba a ser totalmente franca con él acerca de su propia situación, y eso aumentaba sus reservas. De todos modos, si él lo notó, no lo demostró. Tras abrazarla, giró las dos sillas de recto respaldo para situarlas una frente a otra como había hecho el día anterior e indicó a Laurie que se sentara.

– Me alegro de verte. Anoche te eché de menos -le dijo. Estaba inclinado hacia adelante, con los codos en las rodillas y las manos entrelazadas.

Laurie se hallaba lo bastante cerca para oler su loción para después del afeitado y ver que su camisa todavía mostraba las marcas de planchado de la lavandería.

– Yo también me alegro -contestó tendiéndole la mano y entregándole los informes de investigación y los certificados de defunción de los seis casos de Queens. No había tenido tiempo de hacer copias, pero no le importaba, porque siempre podía volver a descargarlos. Al entregarle aquel material confiaba desviar la conversación sobre su estado de ánimo, al menos por el momento. Además, estaba impaciente por comentarle la idea que se le había ocurrido.

Roger hojeó las páginas rápidamente.

– ¡Caramba, parecen iguales que los nuestros, incluso en la hora!

– Eso es lo que opino yo también. Sabré más detalles cuando tenga los historiales clínicos del hospital; pero, por el momento, demos por hecho que son idénticos. ¿Te dice algo?

Roger contempló los papeles, reflexionó unos momentos y al final se encogió de hombros.

– Significa que el número de casos se ha duplicado. En lugar de seis, tenemos doce. Bueno, trece, si contamos la muerte de la última noche. Supongo que te habrás enterado de lo de Clark Mulhausen. ¿Te ocuparás tú de la autopsia?

– No, la está haciendo Jack -repuso Laurie, que ya le había hablado de él durante las cinco semanas que habían salido, incluyendo el hecho de que habían sido amantes. Cuando Laurie había conocido a Roger, se había descrito a sí misma como «prácticamente sin pareja». Más adelante, cuando empezaron a conocerse mejor, reconoció haber usado aquella expresión debido a los asuntos que todavía tenía pendientes con Jack. Incluso fue más lejos y le confió que su ruptura se debía a lo reacio que este se mostraba a comprometerse. Roger aceptó la noticia con gran ecuanimidad, lo cual hizo que Laurie valorara su confianza en sí mismo y aumentara su estima hacia él. No habían vuelto a hablar del asunto.

– Mira las fechas de los casos de Queens -le invitó.

Roger volvió a mirar los papeles y alzó la vista.

– Son todos de finales del otoño pasado; el último, de finales de noviembre.

– Exacto. Están agrupados muy juntos, con una frecuencia de poco más de uno por semana. Luego, paran. ¿Te dice algo?

– Supongo, pero me parece que tú ya tienes una idea en la cabeza. ¿Por qué no me la cuentas?

– De acuerdo, pero primero escucha: tú y yo somos los únicos que creemos estar ante un asesino múltiple, pero nos tienen maniatados. Yo no puedo conseguir que mi oficina se pronuncie sobre el tipo de muerte, y tú no puedes conseguir que las autoridades del hospital reconozcan que existe un problema. Estamos luchando contra las inercias institucionales. Ambas burocracias prefieren echar tierra al asunto a menos que alguien les fuerce la mano.

– No puedo decir que no.

– Lo que te inmoviliza es que este centro tiene un índice de mortalidad tan bajo que estos casos no aparecen en sus estadísticas; en el mío, la falta de resultados de Toxicología.

– ¿Todavía no han encontrado nada remotamente sospechoso? -preguntó Roger.

Laurie meneó la cabeza.