– Lo entiendo. Estuve intentando imaginar lo que se debe de sentir cuando te dicen que eres portador de un gen que se asocia al desarrollo de tumores cancerígenos y luego te dicen que ya te puedes marchar. El campo de la medicina genética debería buscar un mejor modo de presentar ese tipo de información a sus pacientes, y también buscarles remedios razonables.
– Como alguien que está pasando por ello, tengo que estar de acuerdo, aunque la asistenta social lo intentó. De todas maneras, la medicina siempre ha funcionado igual en este país: la tecnología ha sido su motor principal y se ha descuidado la atención personalizada al paciente.
– Ojalá supiera cómo ayudarte mejor.
– Me parece que, de momento, no puedes. Me hallo atrapada en mi calvario personal. De todos modos, eso no significa que no aprecie tus desvelos y el hecho de que me has apoyado.
– ¿Qué hay de esta noche? ¿Y si nos vemos?
Laurie contempló los claros ojos de Roger. Le disgustaba no ser más franca con él, pero no podía decirle que estaba embarazada y que iba a cenar con Jack porque entre los dos habían concebido una criatura. No se debía a que no se creyera capaz de manejar esa situación -porque lo era-, sino a su sentido de lo personaclass="underline" hasta que lo hubiera hablado con Jack no estaba dispuesta a compartirlo con nadie más, ni siquiera con alguien a quien apreciaba, como Roger.
– Podríamos cenar temprano -insistió él-. Ni siquiera tenemos que hablar del asunto del gen si no quieres. Puede que incluso ya tenga alguna información sobre el personal del St. Francis. Quiero decir que, a pesar de ser viernes, es posible que consiga algo.
– Roger, con todo lo que me ha ocurrido últimamente, necesito cierto espacio para mí, al menos durante unos días. Ese es el tipo de ayuda que me hace falta. ¿Crees que puedes soportarlo?
– Sí, pero no me gusta.
– Aprecio tu comprensión. Gracias. -Laurie se puso nuevamente en pie, y Roger hizo lo mismo.
– ¿Puedo llamarte al menos?
– Supongo que sí, pero no sé hasta qué punto tendré ganas de hablar. Quizá fuera mejor que yo te llamara. Me lo quiero tomar con calma.
Roger asintió, Laurie también, y se produjo un instante de incómodo silencio hasta que él le dio otro abrazo. La respuesta de Laurie fue tan contenida como la de antes: le sonrió brevemente y se dispuso a marcharse.
– Una pregunta más -dijo Roger interponiéndose entre ella y la puerta-, esta «época difícil» de la que has hablado, ¿tiene algo que ver con el hecho de que yo aún esté casado?
– Para serte sincera, supongo que un poco -admitió Laurie.
– Desde luego lamento no habértelo dicho, y lo siento. Sé que tendría que haberlo hecho mucho antes, pero al principio me pareció que era pecar de presuntuoso pensar que pudiera interesarte. Me refiero a que, por mi parte, he llegado a no darle importancia. Luego, cuando empezamos a salir y me enamoré de ti, comprendí que te importaría, pero me sentía incómodo por no habértelo dicho antes.
– Gracias por disculparte y explicármelo. Estoy segura de que ayudará a que nos olvidemos del tema.
– Eso espero -dijo Roger, dándole un cariñoso apretón en el hombro y abriendo la puerta del despacho-. Ya hablaremos.
Laurie asintió.
– Claro -convino. Acto seguido, se marchó.
Roger observó a Laurie caminar entre las mesas y dirigirse hacia el largo pasillo. La observó hasta que la perdió de vista; luego, cerró la puerta de su despacho. Mientras volvía a su escritorio y tomaba asiento, el perfume de Laurie flotaba todavía en el ambiente como un encantamiento. Roger estaba preocupado por ella e inquieto por haber estropeado su relación al no haber sido del todo franco. Seguía guardándose aspectos que Laurie tenía derecho a saber si su relación iba a prosperar; pero, lo peor era que no le había dicho la verdad sobre cuestiones de las que ya le había hablado. Al contrario de lo que había dado a entender, existían aspectos no resueltos en su relación con su ex esposa, que incluían un amor que no había muerto del todo, detalle que no había tenido el valor de confesar a Laurie a pesar de que ella sí lo había hecho al hablarle sobre Jack.
Sin embargo, el mayor secreto que Roger ocultaba, incluso a sus superiores, era su condición de ex adicto. Durante su estancia en Tailandia, había caído en la trampa de la heroína. Todo había comenzado de forma harto inocente, como un experimento personal para comprender y tratar mejor a pacientes con ese problema. Por desgracia, no calculó el poder de seducción de la droga y sus propias flaquezas, especialmente en un entorno donde resultaba tan fácil de conseguir. Fue entonces cuando su mujer lo abandonó para buscar refugio con los niños en su poderosa familia; y también fue esa la razón de que fuera trasladado a África y finalmente abandonara la organización. A pesar de que se había sometido a un programa de rehabilitación y llevaba años alejado de las drogas, el fantasma de la adicción seguía acosándolo diariamente. Uno de los problemas era que sabía que bebía demasiado. Le gustaba el vino y poco a poco podía acabar bebiéndose una botella todas las noches, cosa que lo llevaba a preguntarse si no estaría sustituyendo la heroína por el alcohol. Como médico, y especialmente como alguien que se había sometido a tratamiento, conocía los riesgos.
Roger habría dado vueltas y vueltas a la situación, pero afortunadamente tenía aquella serie de muertes para mantener ocupados sus pensamientos. A pesar de que le habían llamado la atención, había sido el interés de Laurie el que realmente lo había estimulado. Luego, había utilizado el asunto para reforzar su relación con ella, cosa que le había dado un estupendo resultado. Con el transcurso de las semanas se había prendado de ella y empezado a pensar que su idea de regresar a Estados Unidos para llevar algo parecido a una vida normal con mujer, hijos y la proverbial casita con jardín, era algo que estaba a su alcance. Pero entonces, por no haber controlado su lengua, había sobrevenido el desastre. En esos momentos necesitaba más que nunca aquella serie de asesinatos para mantener unidas las cosas. Cuanto antes consiguiera la lista de personal que Laurie había pedido, tanto mejor. Si tenía suerte y descubría algo, podría llamarla aquella noche e ir a verla a su apartamento.
Utilizó el intercomunicador para avisar a Caroline, la más eficaz de sus secretarias, y le pidió que fuera a su despacho. A continuación, sacó el directorio del hospital y buscó al director del Departamento de Recursos Humanos. Su nombre era Bruce Martin. Anotó el número de su extensión; mientras lo hacía, Caroline apareció en el umbral.
– Necesito algunos nombres y teléfonos del St. Francis -le dijo Roger en un tono que denotaba su interés-. Quiero hablar lo antes posible con el jefe de personal médico y con el director de recursos humanos.
– ¿Quiere que le pase la comunicación o prefiere llamarlos directamente usted?
– Páseme la comunicación. Entretanto hablaré con nuestro señor Bruce Martin.
Laurie miró el reloj al cruzar la puerta principal del Departamento de Medicina Legal y se sintió abrumada. Eran prácticamente las doce. Había tardado casi hora y media en realizar el trayecto desde el Manhattan General. Meneó la cabeza con disgusto. Nueva York podía ser así, y tener todo su tráfico del centro atascado igual que un inmenso coágulo sanguíneo. El taxista le había dicho que cierto dignatario extranjero cuyo nombre ignoraba acababa de llegar a la ciudad, y que su visita había obligado al corte de varias calles para dar paso a la comitiva. En cuanto se iniciaron los cortes, la zona de la ciudad se colapso bruscamente.
Marlene abrió la puerta principal a Laurie, de modo que esta tuvo que pasar ante la zona de Administración temiendo que Calvin la viera. De haber sabido que iba a estar fuera tanto tiempo, habría firmado los malditos certificados antes de marcharse.