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Laurie volvió al ascensor y, mientras esperaba, se preguntó si serviría de algo la intervención de Roger para agilizar la entrega de los historiales. En el fondo tenía la convicción de que en algún punto de aquellos historiales del General o del St. Francis se ocultaba la información clave para resolver el misterio.

Al subir a la cuarta planta vaciló y se armó de valor. Quería pasar por el despacho de Jack para hablar con él; pero, después de lo que Riva le había dicho, temía lo que pudiera encontrar. A pesar de que admitía que buena parte de su distanciamiento de Jack era culpa de ella por sus coqueteos con Roger, eso no lo hacía más fácil. Por otra parte tampoco estaba dispuesta a pedir perdón.

Respiró hondo y salió al pasillo. En contraste con el día anterior, no vaciló, sino que dejó que el impulso la llevara hasta el despacho, donde encontró a Jack y Chet inclinados en sus respectivas mesas mirando por el microscopio. Aunque no lo había hecho a propósito, había entrado sin hacer ruido de modo que ninguno de los dos se enteró de que estaba allí.

– Apuesto cinco billetes a que tengo razón -decía Jack.

– Aceptados.

– ¡Perdón! -dijo Laurie.

Las cabezas de ambos se alzaron con evidente sorpresa para enfrentarse con su visitante.

– ¡Que Dios nos asista! -exclamó Jack-. ¡Hablando de la reina de Roma, por la puerta asoma! El fantasma de la ausente doctora Montgomery acaba de materializarse ante nosotros.

– ¡Milagro! -terció Chet fingiendo retroceder aterrorizado.

– Vamos, chicos -dijo Laurie-, no estoy de humor para que me tomen el pelo.

– ¡Gracias a Dios es real! -añadió Jack llevándose el dorso de la mano a la frente en el gesto típico de quien está a punto de desmayarse. De modo parecido, Chet se la llevó al pecho como si tuviera palpitaciones.

– ¡Venga! ¡Dejadlo ya! -repitió Laurie mirándolos alternativamente y con la impresión de que estaban llevando la broma demasiado lejos.

– Pensábamos que te habías marchado de verdad -explicó Chet con disimulada risa-. El rumor decía que se trataba de una repentina desmaterialización. Como programador del día, se suponía que debía saber dónde estabas, pero no tenía ni idea. Ni siquiera Marlene, en recepción, te vio marchar.

– Marlene no estaba en el mostrador cuando salí -contestó Laurie. Era evidente que su ausencia había sido motivo de conjeturas; lo cual no era buena señal teniendo en cuenta las circunstancias.

– Todos teníamos cierta curiosidad por saber dónde te habías metido, especialmente porque, según Calvin, debías estar en tu despacho.

– Pero ¿qué es esto? ¿La Inquisición? -preguntó Laurie confiando en que un poco de humor desviaría la pregunta. Luego, miró a Jack-. Riva me ha dicho que me estabas buscando, así que he venido para devolverte el favor. ¿Hay algo concreto que quieras decirme?

– Iba a darte los detalles finales de la autopsia de Mulhausen -repuso Jack-, pero antes dinos adónde fuiste con tanto misterio. Tenemos todos mucha curiosidad.

Los ojos de Laurie pasaron de Jack a Chet. Los dos la miraban expectantes. Aquella era la pregunta que temía, de modo que intentó pensar en una respuesta sin tener que mentir, pero no acudió nada a su mente.

– Fui al Manhattan General… -empezó a decir, pero Jack la interrumpió.

– ¡Bingo! -exclamó haciendo un gesto con los dedos como si disparara a su colega Chet-. Me debes cinco pavos, colega.

Chet alzó los ojos con decepción. Cambió el peso para sacar la cartera del bolsillo trasero y extrajo un billete de cinco que aplastó en la mano de Jack.

Este blandió el dinero triunfalmente y se volvió hacia Laurie.

– Parece que al final voy a sacar algún provecho de tu cita.

Laurie notó que la ira la invadía, pero mantuvo el control. No le gustaban aquellas bromas a sus expensas.

– Fui al Manhattan General porque se me había ocurrido una idea que puede que nos ayude a resolver nuestra serie de misteriosas muertes.

– ¡Claro! -repuso Jack-. Y por casualidad tenías que compartir tu descubrimiento con tu actual amorcito.

– Creo que bajaré por café -dijo Chet poniéndose apresuradamente en pie.

– No tienes que irte por mí -le dijo Laurie.

– Me parece que iré de todos modos -contestó Chet-. Es hora de comer. -Salió de la oficina cerrando la puerta tras él.

Jack y Laurie se miraron a los ojos un momento.

– Digámoslo de este modo -dijo Jack rompiendo el silencio-: encuentro ofensivo que dediques un esfuerzo considerable a convencerme para que cenemos juntos y que, acto seguido, desaparezcas durante horas para ir a ver al hombre con el que estás teniendo una aventura.

– Te entiendo. Lo siento. No se me ocurrió que pudiera afectarte así.

– ¡Venga ya! ¡Ponte en mi lugar!

– Bueno, después de todo debo reconocer que temía que me preguntaras dónde había ido; pero Jack, escucha, fui únicamente por la razón que te he contado: los casos de Queens me dieron una idea de cómo conseguir una lista de sospechosos. No se trataba de ninguna cita amorosa. No me menosprecies con tus palabras.

Jack arrojó el billete de Chet sobre la mesa, bajó la vista y se masajeó la frente.

– ¡Jack, créeme! La idea que tuve se me ocurrió en parte gracias a tus comentarios acerca de que la trama se complicaba y que arrojaba sombras sobre AmeriCare. La verdad es que quería preguntártelo más concretamente.

– No estoy seguro de que tuviera una idea concreta en la cabeza -repuso Jack sin retirar la mano de la frente-. Es que si tu serie suma trece casos entre dos centros que pertenecen a AmeriCare, es algo que da que pensar.

Laurie asintió.

– Creía que tenías algo en mente acerca de esa compañía. Si estamos ante una serie de asesinatos, me da la impresión de que no han sido al azar. Los perfiles son demasiado parecidos. Por ejemplo, hoy he averiguado que todas las víctimas del Manhattan General eran abonados relativamente recientes de AmeriCare. Lo que no sé es cómo encaja eso en el panorama.

Jack retiró la mano de la frente y miró a Laurie.

– O sea que ahora estás pensando que puede haber algún tipo de conspiración.

Laurie asintió.

– Eso pensé que me dabas a entender con tus comentarios.

– No exactamente, y desde el punto de vista de la captación de recursos no tiene sentido, o sea que no puede tener nada que ver con esa empresa por ella misma. Por otra parte, la medicina se ha convertido en un gran negocio, y AmeriCare es una organización enorme. Eso significa que tiene al frente gente y ejecutivos que están tan alejados del contacto con los pacientes que al final se olvidan de cuál es realmente el producto de la compañía. Lo ven todo en términos de números.

– Eso puede que sea cierto -dijo Laurie-, pero eliminar a nuevos y saludables pacientes es contraproducente desde el punto de vista de cualquier objetivo empresarial.

– A lo mejor es así para nosotros, pero lo que quiero decir es que en los altos niveles hay gente a la que quizá no comprendamos. Es posible que nos enfrentemos a algún tipo de conspiración cuya lógica se nos escapa.

– Puede -repuso Laurie vagamente. Se sentía decepcionada porque había creído que Jack tenía algo más concreto que decirle.

Los dos se miraron sin decir palabra durante unos segundos. Por fin Jack rompió el silencio.

– Deja que te pregunte sin rodeos algo a lo que ya aludí cuando estábamos en el foso: ¿la cita de esta noche es alguna especie de montaje para decirme que te vas a casar?; porque si lo es, voy a pillar un rebote que no te quiero ni contar. Solo quería prevenirte.

Laurie no respondió enseguida ya que el comentario le recordaba lo complicada que se había vuelto su vida. Le costaba mantener las cosas y a las personas en la debida perspectiva.

– Tu silencio no me da buena espina -comentó Jack.

– ¡No voy a casarme! -respondió Laurie con repentina vehemencia y señalándolo con el dedo-. Te lo dije de forma bastante clara en la sala de autopsias. Te dije que tenía que hablar contigo de algo que nos afecta a ti, a mí y a nadie más.