– No creo que incluyeras eso de «nadie más» cuando me lo dijiste.
– ¡Pues te lo digo ahora! -espetó Laurie.
– ¡De acuerdo, de acuerdo! ¡Tranquila, se supone que soy yo el que está molesto, no tú!
– Si estuvieras en mi lugar, sí que estarías molesto.
– Vaya, eso es algo que me cuesta interpretar sin un poco más de información. Pero escucha, Laurie, no me gusta que nos tiremos los trastos a la cabeza de esta manera. Parecemos dos ciegos tropezando en la oscuridad.
– No puedo estar más de acuerdo.
– Vale; entonces, ¿por qué no me dices lo que tengas que decirme y nos olvidamos del asunto?
– No quiero hablar en un lugar como este. Quiero estar lejos de la oficina. No tiene nada que ver con el trabajo. He reservado una mesa en Elios a las seis menos cuarto.
– ¡Caray! ¿Vamos a cenar o a merendar?
– ¡Qué gracioso! -protestó Laurie-. Ya te advertí que iba a ser temprano. Es viernes por la noche y lo tenían todo reservado. Tuve suerte de que me dieran mesa. ¿Vas a venir o no?
– Allí estaré, pero va a ser un gran sacrificio. Warren se va a llevar un chasco si no aparezco por la cancha para el gran partido de los viernes. Bueno, en realidad miento. Desde que te marchaste he estado jugando tan mal que nadie me quiere en su equipo. Me he convertido en persona non grata en mi propia cancha.
– Bueno, nos veremos en Elios suponiendo que te dignes aparecer -dijo Laurie mientras daba media vuelta para salir del despacho.
Jack se levantó de la silla y se asomó al pasillo. Laurie ya estaba a cierta distancia, camino de su oficina. Caminaba con paso firme y vivo.
– ¡Oye! -la llamó Jack-. Lo del sacrificio era una broma.
Laurie no frenó ni se dio la vuelta, y enseguida desapareció de la vista en su despacho.
Jack regresó a su escritorio preguntándose si no habría llevado demasiado lejos el sarcasmo; pero acabó encogiéndose de hombros porque sabía que le habría resultado imposible comportarse de otro modo. Aquella actitud se había convertido en su defensa ante las incertidumbres de la vida. En su situación temía que Laurie le sorprendiera de un modo u otro, porque no tenía ni idea de qué le rondaba por la cabeza. A pesar de todo, el comentario de Lou de que ella deseaba arreglar las cosas estaba vivo en él y le daba un hilo de esperanza.
Los partidos de baloncesto callejero y el trabajo constituían la única distracción de Jack, y, con lo mal que estaba jugando últimamente, su profesión había pasado a un primer plano. Las últimas semanas las había pasado trabajando a destajo. En menos de cuatro semanas había pasado de ser la pesadilla de Calvin en cuanto a firmar sus casos a convertirse en su predilecto; no solo había realizado más autopsias que nadie; también había sido el más rápido. Suspiró y volvió a las bandejas de muestras que había recogido en Histología aquella mañana.
El tiempo pasó volando. Chet regresó y Jack insistió en devolverle el billete de cinco alegando que no había sido una apuesta justa porque había estado seguro al cien por cien. Al cabo de un rato, Chet volvió a marcharse, pero Jack se quedó trabajando. Los progresos que hacía lo sosegaban y le satisfacían, pero lo mejor de todo era que así no tenía que pensar en Laurie.
– ¡Eh! ¿Por qué no sales a tomar un poco el aire? -dijo una voz interrumpiendo la concentración de Jack, que estaba absorto contemplando un extraño parásito hepático en una herida de bala de un hígado. Levantó la vista y vio a Lou Soldano en el umbral-. Llevo cinco minutos observándote y no has movido un músculo.
Jack le hizo un gesto para que pasara mientras le acercaba la silla de Chet.
Lou se dejó caer pesadamente y puso el sombrero en la mesa de Jack. Presentaba el mismo aspecto de falta de sueño de siempre, y tenía que hacer un esfuerzo para mantener los ojos abiertos.
– Acabo de enterarme de las buenas noticias -dijo Lou-. Me parece estupendo.
– ¿De qué estás hablando?
– Acabo de asomarme por el despacho de Laurie y me ha dicho que ella te lo había pedido y que vosotros dos vais a cenar a Elios. ¿No te lo dije? Quiere que volváis.
– ¿Te dijo eso concretamente?
– No con esas palabras, pero, ¡venga ya! ¡Si te ha dicho dé salir a cenar!
– Me ha dicho que tenía algo que contarme, pero puede que se trate de algo que no me apetece oír.
– ¡Dios mío, qué pesimista! Tienes la cabeza tan mal como yo. Esa mujer te quiere.
– Ah, ¿sí? Pues eso es una novedad. De todas maneras, ¿cómo es que te ha dicho que tenemos una cita?
– Yo se lo pregunté. No oculto que me gustaría veros juntos de nuevo, y ella lo sabe.
– Bueno, ya veremos. Dime, ¿qué te trae por aquí?
– El maldito caso Chapman, claro. Hemos estado trabajando sin parar y he entrevistado a casi todo el personal del centro. Por desgracia, nadie vio nada sospechoso, aunque tampoco es extraño. De todas maneras, no tenemos nada. Confiaba en que tú hubieras dado con algo. Sé que mi capitán vino a hablar con Calvin Washington.
– Qué raro. Calvin no sabe nada del caso y no ha hablado conmigo.
Lou se encogió de hombros.
– Pensé que tú sí sabrías algo. ¿Has averiguado alguna cosa?
– No me han entregado todavía los resultados de las muestras, pero no creo que nos digan gran cosa. Ya tienes las balas, y me parece que es lo único que sacarás en claro de la autopsia. ¿Qué hay de la posición de la víctima y del hecho de que quien le disparó seguramente se hallaba sentado dentro del coche? ¿Estáis investigando que la víctima quizá conociera al asesino?
– Lo estamos investigando todo. Ya te lo he dicho, hemos interrogado a todos los que tenían acceso al aparcamiento. El problema es que no tenemos ni una huella. Salvo los casquillos de bala, no tenemos nada.
– Lamento no serte de más ayuda -dijo Jack-. Oye, hablando de otra cosa, ¿te ha dicho algo Laurie acerca de su serie de muertes sospechosas que te mencioné ayer?
– No. No me ha dicho nada.
– Me sorprende -comentó Jack-. Hay novedades en ese asunto. Ahora ya tiene siete casos en el Manhattan General, incluyendo uno al que le he hecho la autopsia esta mañana; pero es que además ha encontrado otros seis casos en un hospital de Queens.
– Interesante.
– Creo que es algo más que interesante. La verdad es que estoy empezando a creer que Laurie tenía razón desde el principio. Me parece que ha descubierto a un asesino múltiple.
– ¿Bromeas?
– No bromeo. Así que será mejor que empieces a pensar en meter la nariz en este asunto.
– ¿Cuál es la postura oficial? ¿Calvin y Bingham opinan igual?
– La verdad es que no. Me he enterado de que Laurie ha recibido presiones por parte de Calvin para firmar en los certificados de defunción que se había tratado de muerte natural. Calvin a su vez ha recibido presiones de Bingham, que a su vez las recibió de alguien del ayuntamiento.
– Me suena a politiqueo, y eso significa que tenemos las manos atadas.
– Bueno, al menos te lo he advertido.
15
Jack pedaleó con más fuerza, y su bicicleta respondió. En esos momentos pasaba velozmente ante el edificio de Naciones Unidas camino de la Primera Avenida. A pesar de que el tráfico de las cinco y media estaba en su apogeo, no había tenido ningún altercado con los conductores: después de que llegara al depósito el cadáver de uno de los muchos mensajeros que iban en bicicleta por la ciudad, había contenido su agresividad. Aquel pobre infeliz tuvo un tropiezo con un camión de la basura que le había costado caro. Cuando Jack lo vio, tenía la cabeza del diámetro de una pelota de playa, pero del grosor de una moneda.
Delante se alzaban las enormes columnas del puente de Queensboro. La calle adquirió un declive gradual y Jack alcanzó una velocidad mayor. Con la ayuda de la gravedad, se mantuvo a la marcha del tráfico mientras el viento le silbaba en el casco. Como de costumbre, desconectaba con aquella sensación. Durante unos minutos, todas sus preocupaciones y recuerdos se disolvieron en un baño de endorfinas.