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Un sollozo brotó de su garganta y miró aprensivamente a su alrededor. No estaría bien que las esclavas la oyesen llorar. Se cubrió la cara con las manos para apagar el llanto y dio rienda suelta a su dolor. Después, cuando empezó a calmarse, se dio cuenta de que ella misma lo había impulsado a hacer aquello. Era como si hubiese querido obligarlo a realizar actos bestiales para que fuese mayor el contraste con su amado Alejandro. Pero debía enfrentarse con los hechos. Alejandro estaba muerto. No volvería jamás. No volvería a oír su voz, llamándola «hermosa» en aquel tono tierno y medio divertido. Su destino estaba con el primer hombre que había tocado su corazón y su alma. Su destino estaba con Murat.

Tenerlo para ella era una oportunidad increíble. Si no se hubiese compadecido tanto de sí misma, se habría dado cuenta de esto. Maldijo en voz baja. Después de lo de hoy, no sería de extrañar que él le ordenase volver a Bursa, ¡y esto no debía suceder! Debía actuar rápidamente.

Llamó a una esclava y la envió a buscar a Alí Yahya. Cuando llegó el eunuco, se había envuelto en una túnica de seda malva. Despidió a las esclavas y contó rápidamente al eunuco lo que había sucedido, terminando con estas palabras:

– ¡Soy una tonta, Alí Yahya! ¡Una tonta! Tenías razón, pero si el sultán ordena ahora nuestro regreso a Bursa, tal vez habré perdido mi mejor oportunidad. ¿Seguirás ayudándome? El eunuco sonrió ampliamente.

– ¡Ahora habláis como una mujer prudente, Alteza! -la encomió-. Empezaba a temer que tal vez me había equivocado al juzgaros.

– ¿Y qué ganas tú con todo esto? -preguntó súbitamente ella.

– Poder y riqueza -fue la respuesta igualmente franca- ¿Qué más puedo desear? Os guiaré y protegeré contra todos los enemigos, incluso de vos misma. Cuando nazca vuestro hijo varón os ayudaré a proyectar su futuro de manera que pueda un día empujar la espada de Osmán, como hicieron su abuelo y su padre.

– ¿Y si la simiente de Murat es fructífera? -Preguntó pausadamente Teadora-. Entonces, ¿qué será de sus otros hijos con otras madres? Me ha dicho, Alí Yahya, que no tomará esposas en el sentido musulmán o cristiano, sino que más bien elegirá favoritas de un harén que pretende conservar.

– Y soy yo quien elegirá el harén, mi princesa. Elegiré a las más jóvenes, adorables y exquisitas criaturas para el placer de mi amo y señor. Cada doncella que ocupe su cama superará en belleza a la anterior. -Se interrumpió y rió maliciosamente-. Y cada doncella superará a la anterior en estupidez. Murat puede reírse de vuestra inteligencia, Alteza, pero es vuestra mente lo que le fascina, mucho más de lo que él sabe o está dispuesto a reconocer. Vos brillaréis como la luna llena en mitad del verano, en medio de un grupo de pequeñas e insignificantes estrellas. No temáis a los hijos de esas otras mujeres, pues no habrá ninguno. Hay antiguas maneras de evitar la concepción, unas maneras que yo conozco.

– Y esas muchachas, ¿serán tan tontas que permitan que las esterilices? ¡Vamos, Alí Yahya! Me cuesta creerlo.

– Nunca lo sabrán, Alteza. Los eunucos no nacen, mi princesa, sino que se hacen. Yo nací libre, muy al este de esta tierra, en un lugar donde todavía se practicaba la religión de la antigua Caldea. Y todavía se practica ahora. Mis propios padres me castraron y consagraron a los antiguos dioses. Serví en nuestro templo como aprendiz del sumo sacerdote. Juntos servimos a Istar de Erech, la diosa del amor y de la fertilidad. Las sacerdotisas del templo eran adiestradas para el servicio de los libidinosos devotos masculinos de la deidad, pues cada doncella era Istar encarnada y cohabitar con una sacerdotisa de Istar de Erech era como yacer con la propia diosa. Los padres llevaban a sus hijos a realizar su primer acto carnal en brazos de Istar. Hombres con problemas de impotencia pagaban grandes cantidades para que aquellas hábiles mujeres los curaran. Los novios pasaban la noche anterior a su boda con aquellas sacerdotisas, con el fin de asegurar su propia fertilidad y la de las novias.

»Si no se tomasen precauciones, pocas mujeres serían sacerdotisas durante mucho tiempo. Las muchachas consagradas a Istar de Erech ingresan en la escuela del templo a los seis años de edad, para un adiestramiento de al menos otros seis años. Cuando alcanzan la pubertad deben servir a la diosa durante cinco años. Por consiguiente, antes de que sacrifiquen su virginidad a Istar el sumo sacerdote médico las sume en un ligero trance y les inserta un pesario en la vagina. Este aparato se quita y coloca de nuevo con regularidad, siempre y cuando la muchacha se halla en estado de trance.

»A ninguna se le permite realizar sus deberes sin la protección de este aparato, hasta que ha servido los cinco años a la diosa. Al terminar este periodo, se quita el pesario para el Festival de Primavera de Istar, y quedan embarazadas doncellas suficientes para convencer a los devotos de la influencia divina sobre la fertilidad.

»Yo serví diez años en el templo, desde que cumplí los siete. Aprendí las artes de sumir a otra persona en trance y de hacer e implantar aquellos pesarios.

»Cuando tenía diecisiete años, una tropa musulmana irrumpió en mi remoto pueblo y destruyó nuestro templo. El sacerdote y la suma sacerdotisa fueron asesinados. A nosotros nos llevaron de allí como esclavos. Yo he empleado muchas veces las artes que me enseñaron. Y las emplearé con vos, si estáis de acuerdo en dar hijos al sultán.

Teadora miró gravemente al eunuco. -En efecto, eres un amigo poderoso, Alí Yahya. Pero dime una cosa, para satisfacer mi curiosidad. ¿Por qué yo? ¿Por qué no alguna de las jovencitas núbiles, bonitas y tontas?

– Es vuestra inteligencia la que me impulsa a elegiros, Alteza. Comprendéis y captáis rápidamente las situaciones.

Seréis leal al sultán… y a mí. Estáis por encima de las mezquinas riñas de las doncellas del harén y ejerceréis una influencia estabilizadora sobre vuestro señor. Criaréis sabiamente a vuestros hijos para que sirvan bien al Imperio.

»Una muchacha estúpida y más joven ambicionaría inevitablemente la riqueza y el poder. Trataría de hacer política. Tendremos cierta cantidad de ellas, Alteza, pero mientras sigáis siendo la primera en el corazón del sultán, la pequeña influencia de esas muchachas será como una picadura de insecto, en ocasiones irritante, pero carente de importancia. Ella asintió con un ademán.

– Ahora -prosiguió, preocupada-debo considerar la mejor manera de recobrar el favor de Murat. El eunuco parpadeó.

– Bueno, mi princesa, lloraréis y os arrojaréis en sus brazos sollozando y pidiendo perdón -dijo.

– ¡Alí Yahya! -Ahora rió ella-. Nunca creerá que pueda ser tan blanda. Esto más bien despertaría sus sospechas.

– Lo creerá si sois lista, Alteza. Está irritado y empieza a perder la paciencia en esta batalla entre los dos. Yo fomentaré suavemente el fuego de su cólera, diciéndole que esta tarde hizo bien en afirmar su dominio sobre vos. Y le animaré a continuar esta noche la lección.

– Y animado de esta manera -continuó Adora, tomando el hilo de pensamiento del eunuco-, entrará rugiendo en mi tienda como un toro enfurecido. Al principio yo adoptaré una actitud un poco desafiante, antes de derrumbarme por completo.

– ¡Excelente, Alteza! Como dije antes, sois rápida en captar las situaciones.

Ella rió de nuevo.

– Ve pues, viejo intrigante, y excita a mi dueño y señor. Pero dame tiempo de untarme y vestirme adecuadamente.

– Os enviaré inmediatamente dos servidoras.