– ¡O yo estoy loco -dijo-o lo estás tú! ¿Que Cuntuz se ha portado mal? Cuntuz es responsable del brutal y premeditado asesinato de dos niños de nueve años y del asesinato frustrado de un niño de diez. ¡Hermanastros suyos! Si Mará no se equivoca en lo de la paternidad de su hijo.
– ¿No murieron todos?
– No, querida. Bajazet, el mayor, sobrevivió. Quiere vengarse, lo mismo que su padre. Cuntuz no está seguro ni dentro de las murallas de esta ciudad. Desde luego, yo no voy a protegerlo de Murat. ¿Dónde está?
– Se encuentra bajo la protección de la Iglesia -respondió orgullosamente Elena-. Nunca renegó de su religión y sus abuelos lo educaron en la verdadera fe. No puedes violar las leyes de asilo, Juan.
Colocado por la Iglesia entre la espada y la pared, el emperador escribió al sultán una carta de disculpa, haciendo constar su condolencia personal y explicando la dificultad de su situación. Murat respondió absolviendo a su vasallo, pero le advirtió que debía tener a Cuntuz bajo constante observación y no permitirle salir de Constantinopla. Así, el príncipe renegado se creyó completamente a salvo y se dedicó a beber, jugar y putañear por la ciudad con su compañero inseparable, el príncipe Andrónico.
Al empezar Murat un nuevo avance hacia el oeste, el padre de Tamar, el zar Iván, inició una campaña contra él. Aliándose con los serbios, atacó a las fuerzas otomanas y fue rápida y completamente derrotado en Samakov. Iván huyó a las montañas, dejando abiertos a los turcos los pasos hacia la llanura de Sofía. Y dejó a su desgraciada hija, Tamar, en desgracia de su señor.
Murat no tenía prisa por tomar la ciudad de Sofía. Ya no era un hombre de tribu en busca de un rápido botín en una incursión fugaz. Era el constructor de un imperio y, como tal, se movió para asegurar el flanco izquierdo. Los valles del Struma y del Vardar tenían que ser ocupados lo más rápidamente posible.
El valle del río Struma era territorio de Serbia. El Vardar estaba en Macedonia. Ambos sectores estaban tan agitados por luchas intestinas como lo había estado Bulgaria. El ejército serbio marchó hacia el río Maritsa, para enfrentarse a las fuerzas otomanas. Fue derrotado en Cernomen, donde murieron tres de sus príncipes.
Así, los serbios fueron conquistados tan fácilmente como lo habían sido los tracios diez años antes. Las dos importantes ciudades de Serres y Drama fueron rápidamente colonizadas, v sus iglesias convertidas en mezquitas. Las ciudades más pequeñas y los pueblos del valle de Struma reconocieron y aceptaron la soberanía del sultán. Los caciques de las montañas se convirtieron en vasallos de los otomanos.
El año siguiente, los ejércitos de Murat cruzaron el río Vardar y tomaron el extremo oriental de su valle. Ahora, Murat detuvo su campaña de expansión hacia el oeste y volvió la mirada hacia Anatolia.
En aquel entonces, Juan Paleólogo había decidido que era el momento adecuado para buscar ayuda en Europa occidental. Murat estaba demasiado ocupado para fijarse en su erudito cuñado, y Juan viajó en secreto a Italia para avisarla de la creciente amenaza otomana.
El emperador ya había buscado con anterioridad ayuda de sus vecinos occidentales. Había hecho una visita secreta a Hungría dos años antes y, jurando la sumisión de la Iglesia griega a la latina, había obtenido la promesa de ayuda contra los turcos. Sin embargo, en el viaje de regreso a casa fue capturado y retenido por los búlgaros, por lo que consideraban una traición del emperador. Esto dio un buen pretexto al primo católico de Juan, Amadeo de Saboya, para invadir Gallípoli. Después de su captura, navegó por el mar Negro para luchar contra los búlgaros y consiguió la liberación de su primo.
Una vez liberado, Juan Paleólogo se dirigió a Constantinopla. Cuando su primo insistió en que aceptase la Iglesia romana, Juan se negó. Amadeo, irritado, luchó contra los griegos.
Ahora, Juan se aventuró a ir a Roma, donde una vez más abjuró de la fe ortodoxa en favor de la Iglesia romana. A cambio de esto, tenía que recibir ayuda militar de los príncipes católicos. Al ver que no llegaba la ayuda, Juan emprendió tristemente el camino de vuelta a casa. En Venecia lo detuvieron por «deudas» y le obligaron a enviar un mensaje a su hijo mayor en petición del rescate. Andrónico había sido designado regente durante la ausencia de su padre.
Elena vio la oportunidad de librarse de su esposo, y Andrónico, la de ser emperador. Se negó a ayudar a su padre. Pero el hijo menor de Juan, Manuel, vio la ocasión de obtener el favor de su padre y suplantar así a su hermano mayor. Manuel recogió el dinero del rescate y acompañó personalmente a su padre a Constantinopla.
Juan Paleólogo se enfrentó a la triste realidad. La ciudad de sus antepasados estaba condenada a caer en poder de los turcos. Tal vez no era cuestión de días, pero en un futuro próximo la ciudad cambiaría de manos. Los que seguían el culto de la Iglesia griega estaban en minoría y no recibiría ayuda de sus hermanos católicos.
Más prudente y más cansado que nunca, el emperador de Bizancio renovó su juramento de vasallaje con su cuñado el sultán. Nunca volvería a buscar ayuda contra el otomano, en quien vio un amigo mejor que sus compañeros cristianos.
Aunque el papa y los príncipes de la cristiandad occidental no se daban cuenta de ello, el injusto trato dado al monarca bizantino tendría un día efectos importantes. Significaba que cada grupo europeo oriental, griego, serbio, eslavo o búlgaro preferiría el gobierno de los musulmanes otomanos, que les ofrecían libertad religiosa, al de los cristianos católicos europeos occidentales, quienes trataban de obligarlos a someterse a la Iglesia latina.
Juan Paleólogo empezó lo que esperaba fuese una vida tranquila. Su esposa, enredada como de costumbre en sus muchas aventuras amorosas, se mostraba discreta y no le daba motivos de preocupación. Su hijo mayor, Andrónico, caído en desgracia y resentido, pasaba todo el tiempo con el príncipe Cuntuz, dejándose guiar por su desagradable carácter. Manuel había sido elevado a la categoría de co-emperador, como recompensa por su ayuda. Juan Paleólogo conocía los motivos de Manuel, pero al menos el muchacho era inteligente, quería realmente a su padre y estaba ansioso de aprender el oficio de gobernante. A diferencia de Andrónico, Manuel comprendía que el liderazgo requería responsabilidades además de privilegios.
Durante un breve periodo, todo estuvo tranquilo en el Imperio bizantino. Y entonces, un día, el emperador y su hijo menor se encontraron con que Andrónico y Cuntuz encabezaban una rebelión contra sus respectivos padres. De dónde habían sacado el dinero para financiar semejante aventura constituía un enigma para todos, salvo para el emperador.
Los espías de éste fueron rápidos y eficaces. El dinero procedía en principio del papado, que había diezmado a los gobernantes de la Europa occidental para que pagasen por su mediación. Después había sido transferido a los húngaros, que lo habían entregado a los dos príncipes renegados. Estos dos habían adjurado de la Iglesia griega en favor de la latina y prometido convertir a sus súbditos al catolicismo, en cuanto hubiesen vencido a sus padres.
Ni Juan ni Murat podían creer que los líderes de Occidente esperasen que dos locos tan ineptos como Andrónico y Cuntuz hiciesen honor a su promesa. La verdadera razón de que apoyasen la rebelión se bastaba probablemente en la esperanza de provocar una disensión entre Constantinopla y el sultán.
La respuesta de Murat al complot fue rápida, como era propio de él.
Puso cerco a los dos bellacos y a su desastrado ejército en la ciudad de Mótika. A los vecinos de ésta no les gustó nada verse pillados en el asedio. No les interesaba la rebelión. Enviaron un mensaje al sultán, negando toda responsabilidad en el complot y suplicándole que los liberase de Andrónico y Cuntuz.
Murat satisfizo rápidamente los deseos de sus fieles súbditos: tomó la ciudad con un mínimo de daños y derramamiento de sangre. Los rebeldes griegos que habían ayudado a Andrónico y Cuntuz fueron atados y arrojados vivos desde las murallas de la ciudad para que se ahogasen en el río Maritsa. El sultán ordenó que los jóvenes turcos comprometidos fuesen ejecutados por sus propios padres.