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– Hablas como si estuvieras en el banquillo de los acusados -gruñó él.

– He estado en él un par de veces.

– Sí, ya me lo imagino.

Riley miró al sheriff.

– Tendré que documentarme un poco antes de lanzar alguna hipótesis. Quizá ponerme en contacto con un par de expertos de la oficina.

– ¿Hay expertos en ocultismo en el FBI?

– Un par, sí. -Riley era uno de ellos, pero seguía convencida de que no se lo había contado al sheriff.

Respecto a Ash estaba menos segura, pero como él no dijo nada, no se preocupó, al menos de momento.

– Para eso sirven mis impuestos -masculló Jake.

– Puede que antes de que esto acabe te alegres de que esos expertos existan -le dijo Riley-. Porque si alguien está matando gente y quemando edificios para celebrar rituales ocultistas, tienes un problema muy grave entre las manos.

– Lo tengo, aunque esto no tenga nada que ver con el ocultismo -contestó Jake con un suspiro.

«Créeme: si está relacionado con el ocultismo, es peor.»

Pero Riley no lo dijo en voz alta. Y no sabía por qué.

– Supongo que le has pasado los resultados de la autopsia a algún amigo de Quantico, ¿no? -le preguntó Ash.

Ella asintió con la cabeza.

– Con permiso de Jake, claro. Hace un par de horas.

– Tu amigo trabaja deprisa. Me pasé por comisaría al salir del juzgado y Leah me dio un mensaje para ti: por lo visto, tu teléfono móvil está apagado o se ha quedado sin batería.

– Maldita sea. -No se molestó en mirar en su bolso: sabía que había encendido el teléfono antes de salir de casa. Se había apagado. Últimamente se quedaba sin batería mucho antes de lo normal. Otra señal de que algo iba mal.

– Parece que el tuyo también está apagado -añadió Ash dirigiéndose a Jake.

– Me lo he dejado en el todoterreno.

– Menos mal que no ha habido una emergencia que exigiera la presencia del sheriff.

– Estamos a calle y media de jefatura, Ash. Alguien habría sacado la cabeza por la puerta y me habría dado una voz.

Riley no estaba de humor para discusiones, así que zanjó aquélla antes de que empezara diciéndole a Ash:

– ¿Y el mensaje?

Él la miró.

– Breve y muy enigmático. Cito: «Primer análisis: humano. Segundo análisis: del mismo grupo que el donante». Fin de la cita. Espero que para ti tenga más sentido que para mí.

Riley entrelazó los dedos alrededor de la tira de su bolso con la esperanza de que ninguno de los dos notara que le temblaban. O que pensaran simplemente que necesitaba calorías. Pero no era por eso.

El mensaje estaba muy claro para ella. La sangre de la ropa con la que se había despertado la tarde anterior era humana. Y el grupo sanguíneo era el mismo que el de la encontrada en el estómago de la víctima.

Lo que significaba que era muy probable que hubiera otra persona asesinada en alguna parte.

Alguien cuya sangre había cubierto a Riley.

– ¿Es algo que deba saber Jake? -preguntó Ash mientras la llevaba en coche al café donde pensaban comer. Habían dejado al sheriff enfadado porque Riley no quiso descifrar por completo el mensaje de Quantico.

– Ya sabe lo más importante. Su forense se lo dijo. Que la sangre del estómago de la víctima es humana, pero que no pertenece a la víctima. Lo que significa que probablemente hay otra víctima a la que no hemos encontrado aún.

– ¿Y por qué tuvo que verificarlo tu compañero de Quantico?

«No puedo pensar. ¿Por qué no puedo pensar?»

Necesitaba combustible otra vez, claro. Por eso, entre otras cosas, no había protestado al ver llegar a Ash al lugar del incendio. Necesitaba combustible y, cuando lo tuviera, cuando su nivel de energía fuera óptimo, podría empezar a ordenar los datos dispersos por su cabeza.

«Actividad ocultista: posiblemente. Incendio provocado: no hay duda. Asesinato: no hay duda. Probablemente dos, maldita sea. ¿Relación? Sabe Dios.»

– Sólo para estar segura, nada más -dijo, contestando por fin a la pregunta de Ash.

– ¿Qué me estás ocultando, Riley?

Ella se arriesgó.

– Muchas cosas.

Ash no pareció sorprendido. O tenía una fabulosa cara de póquer.

– Entiendo. ¿Por motivos profesionales o personales?

Riley volvió a arriesgarse y contestó sinceramente. Más o menos.

– Lo mismo da una cosa que la otra. Lo siento, Ash. Es sólo que estoy acostumbrada a trabajar sola. Y no suelo mantener una relación de pareja mientras estoy trabajando, ya te lo he dicho. -«Y no puedo descifrarte, no sé qué piensas o sientes, pero te miro y me siento intranquila. Intranquila y no sé por qué.»

– Y yo soy el fiscal del distrito del condado de Hazard.

– Eso también. No puedo…, no puedo contarte todo lo que sé, o lo que creo saber o sospechar, sin pruebas que lo respalden. Sin pruebas, son sólo conjeturas, hipótesis inútiles. Y de todos modos seguramente son callejones sin salida, porque la mayoría de las investigaciones están llenas de ellos. Por eso, entre otras razones, tampoco le he dicho a Jake lo que estoy pensando.

– Porque cogería lo que podría ser una pista y se apoderaría de ella. Concentraría todas sus sospechas en una única persona o una zona, excluyendo todo lo demás. Llegaría a conclusiones precipitadas.

Riley se alegró de que Ash pareciera comprenderlo. Asintió con la cabeza.

– Es de ese tipo, o al menos eso creo. Quiere hacer algo lo antes posible y se frustra porque no puede. Tiene ansia de respuestas concretas. Y eso estaría bien si yo tengo razón. Pero todavía no estoy segura de nada. Hasta que lo esté, o al menos hasta que esté razonablemente segura, prefiero guardarme mis hipótesis para mí.

Pasado un momento, Ash dijo con un tono cargado de intención:

– El peligro de eso es tu soledad, Riley. Guárdate todo y, si el asesino sospecha que sabes algo, tal vez crea que eliminándote eliminará también la amenaza, o al menos que la reducirá.

– Lo sé -dijo ella.

– ¿Y estás dispuesta a arriesgarte?

– Normalmente, sí. -Normalmente, pero no siempre. Porque Bishop solía saber, aunque ella no se lo dijera, lo que pasaba en sus investigaciones. En su vida. En su mente. A menudo también lo sabían otros miembros del equipo: era difícil guardar un secreto entre un grupo de personas con poderes parapsicológicos.

Pero esta vez no. Bishop y los demás miembros de la unidad estaban diseminados por todo el país, trabajando en casos que exigían toda su atención, y Riley echaba en falta la sensación de unidad que había experimentado desde su llegada a la UCE.

O quizá fuera sólo ella, su desconexión con sus sentidos embotados o perdidos. En cualquier caso, esta vez el carácter intrínsecamente arriesgado de su trabajo le parecía más peligroso que nunca.

Esta vez, se sentía sola.

Realmente sola.

– No sé si yo estoy dispuesto a arriesgar tanto -dijo Ash en tono pensativo. Luego, casi inmediatamente, añadió-: De hecho, estoy seguro. No estoy dispuesto a que corras peligro, Riley.

– Ash…

– Sí, ya sé que tu trabajo es peligroso sean cuales sean las circunstancias. Para ti es una situación normal. Y también sé que te has formado en el ejército y en el FBI, lo que significa que sabes valerte perfectamente sola casi en cualquier circunstancia que se me ocurra. Incluida ésta, sin duda. Y sé que te las has arreglado muy bien sin mí durante treinta y tantos años.

Aparcó el Hummer frente a una cafetería llena de gente, paró el motor y la miró con fijeza.

– Pero voy a pedirte que en esta investigación, en este momento y este lugar, sólo por esta vez, rompas algunas de tus normas y me cuentes lo que está pasando.

– Nunca es sólo una vez -murmuró ella-. Rompes una norma y antes de que te des cuenta tu vida es un caos. Vas por ahí corriendo a ciegas con unas tijeras en la mano, coloreas y te sales de los bordes, pones los codos sobre la mesa. La anarquía.