Una costumbre adquirida en sus tiempos en el ejército, cuando nunca era buena idea dejarse ver demasiado u ofrecerse como blanco.
Se detuvo un momento, estiró las manos y se las miró. No temblaban demasiado, pero tampoco estaban firmes. Así era como se sentía por dentro.
Fue a la cocina en busca de una barrita energética y un vaso de zumo de naranja. El mando a distancia del televisor estaba encima de la barra del desayuno, así que lo usó para encender el aparato, pulsando al mismo tiempo el botón que quitaba el volumen. Sintonizó automáticamente la CNN con la esperanza de comprobar la fecha y masculló una maldición al ver el anuncio de un producto bajo en calorías.
Imagínate.
Cogió su zumo y la barrita energética y los llevó a la mesita que había en un rincón del cuarto de estar, donde parecía haber estado trabajando en su ordenador.
¿Lo parece? Dios mío. ¿Por qué no me acuerdo?
Habría sido fácil dejarse dominar por el pánico.
Muy fácil.
Se sentó y pulsó una tecla para reactivar el ordenador, que estaba con el salvapantallas activo. Cuando la pantalla negra se iluminó, lo primero que miró fue la fecha y la hora, sólo para comprobar si, en efecto, era la madrugada del miércoles. Y así era.
Había perdido más de doce horas.
Pero había pérdidas…, y pérdidas.
Por lo visto había estado activa, incluso trabajando. En una ventana aparecía un informe del FBI sobre prácticas de ocultismo recientes en Estados Unidos, mientras que otra mostraba el principio de un informe aparentemente escrito por ella.
– Mmm -murmuró-. ¿Desde cuándo escribo…? Ah.
La primera línea explicaba lo inexplicable de otro modo: «Como no tengo ni idea de cuáles pueden ser los efectos a largo plazo de mi estado actual, he decidido llevar escrito este informe/diario mientras dure la investigación».
¿Su estado actual? Estaba expresado tan ambiguamente que parecía temer que alguien lo leyera. Tal vez Ash, por ejemplo, puesto que aparentemente pasaba casi todas las noches allí.
En cualquier caso, el resto de la anotación era bastante esquemática: detallaba únicamente la visita de la mañana anterior al departamento del sheriff, los resultados de la autopsia de la víctima y sus visitas a los lugares de los incendios acompañada del sheriff. No decía ni una sola palabra sobre su paseo por la playa y su encuentro y conversación con Steve y Jenny.
Claro que tal vez eso lo hubiera imaginado. O soñado.
Como la misa negra, en la que Jenny servía de altar. Quizá lo hubiera soñado. Parecía irreal, desde luego, al menos en cierto sentido. Sangre. La sangre no desempeñaba papel alguno en una misa negra, a pesar de lo que se creyera popularmente. Se suponía que era una ceremonia que se mofaba de las creencias y ceremonias cristianas tradicionales, retorciéndolas y corrompiéndolas. Era blasfema, sí, desde un punto de vista convencional, pero no era ni peligrosa ni intrínsecamente perversa, ni entrañaba sacrificios materiales o derramamiento de sangre.
Al menos, eso se suponía.
Riley recorrió con la mirada la habitación apacible y silenciosa, escuchó el fragor del oleaje en la playa y se preguntó qué era real. En qué podía confiar. En qué podía creer.
¿Había presenciado de veras aquella ceremonia?
¿La había soñado?
Se tocó la nuca y sintió las quemaduras que le había dejado la pistola eléctrica. Eso era real. Y el hombre que dormía en su cama también, desde luego.
Aunque la presencia de ambas cosas en su vida resultara desconcertante.
Ella no se acostaba con hombres a los que apenas conocía, y menos aún en el curso de una investigación. Y su adiestramiento y su experiencia hacían sumamente improbable que alguien pudiera acercarse a ella sin ser visto y dejarla fuera de combate con una pistola eléctrica. Especialmente en circunstancias en las que todos sus instintos y sus sentidos estarían alerta.
A no ser que…, a no ser que quien la había atacado estuviera con ella desde el principio. Eso, suponía, era lo posible. Quizá más que posible. Alguien en quien confiara podía haber estado lo bastante cerca de ella como para sorprenderla, para pillarla desprevenida.
Una bonita teoría, aquélla. El problema era probarla, identificar a esa persona y conseguir ambas cosas sin delatar su ignorancia sobre el tema.
De momento, nadie le había ofrecido ninguna información acerca de dónde había estado o con quién el sábado por la noche. Al menos, que ella recordara.
«Lo único que sé es que me atacaron con una pistola eléctrica. Y que estaba cubierta con la misma sangre encontrada en el estómago de la víctima…»
«Maldita sea. ¿Han identificado a la víctima en las últimas doce horas? Eso era lo prioritario, identificarla. Aunque seguramente lo habría anotado en este dichoso informe. ¿Y qué hay sobre esa otra víctima probable? ¿La han descubierto ya?»
No lo sabía. No se acordaba.
Lo único que sabía era que habían desaparecido otras doce horas de su vida, y que no tenía ni la más remota idea de qué había hecho en ese tiempo.
Apoyó la cabeza en las manos y se frotó lentamente la cara.
– ¿Riley?
Al levantar la mirada vio a Ash acercándose a ella y confió en que su cara no reflejara la angustia creciente que sentía.
– Todavía no ha amanecido -le dijo con aparente calma-. No te he despertado, ¿verdad?
– Me estoy acostumbrando a estos arrebatos tuyos de ansia por ponerte a trabajar antes de que amanezca. -Se inclinó para besarla un momento y añadió-: Parece que son más frecuentes después de una noche intranquila. Has dado bastantes vueltas en la cama.
– Lo siento.
– No me has molestado. Mucho, al menos. -Sonrió-. Supongo que vas a quedarte levantada. Yo voy a darme una ducha y a afeitarme, y luego preparo el desayuno.
– Eres casi demasiado bueno para ser real, ¿lo sabías, amigo mío? -preguntó ella casi involuntariamente.
– Te lo digo siempre. Si no te andas con ojo, vendrá otra y me robará de tu lado. -La besó otra vez y luego se fue a la ducha.
Riley se quedó sentada a la mesa, mirándole, mientras el ordenador zumbaba suavemente. En ese momento se sentía a salvo con Ash…, pero ¿qué significaba eso? ¿Que confiaba en él? ¿Que no se sentía amenazada por su presencia? ¿O simplemente que pensaba y sentía con una parte de su anatomía muy al sur de su cerebro?
¿Podía fiarse de sus emociones (de cualquiera de ellas) cuando sus sentidos y su memoria eran, como poco, indignos de confianza? ¿Cuando podía perder más de doce horas sin previo aviso y sin motivo aparente?
«Hay una razón, un desencadenante. Tiene que haberlo. Sólo tengo que descubrirlo.»
Era fácil decirlo. Y no tan fácil hacerlo.
Capítulo 12
Riley se terminó la barrita energética y el zumo con la esperanza de que las calorías la ayudaran a despejar la niebla de su cerebro, pero no se sorprendió mucho al ver que no daba resultado. No parecía capaz de pensar, excepto para hacerse preguntas para las que no había respuestas.
Todavía, al menos.
«He estado haciendo cosas. Con normalidad, o Ash habría hecho algún comentario. Pero no recuerdo qué he dicho o hecho. Y perder tantas horas y pasar una noche intranquila que culmina con el sueño (o el recuerdo) de una misa negra, no puede significar nada bueno.»
El pánico empezaba a apoderarse de ella, frío y afilado, imposible ya de negar. Aquello se le había escapado de las manos, ella misma estaba fuera de control y no servía de nada en la investigación de un asesinato. Lo correcto, lo más sensato y prudente, era regresar a Quantico.
Ese mismo día. Inmediatamente.
Justo en ese momento algo en la tele atravesó su pánico y captó su atención, y se lanzó a coger el mando a distancia para subir el volumen.