Él esperó levantando las cejas interrogativamente, sin decir nada.
Riley vaciló sólo un momento.
– Jake ha dicho que los informes que está esperando tardarán aún un par de horas. Hay algo que quiero comprobar mientras tanto. Y no creo que deba hacerlo sola.
– Vámonos -dijo él.
No hizo la pregunta obvia hasta que estuvieron en su Hummer, en el aparcamiento.
– ¿Adónde vamos?
Riley tomó aliento.
– Al claro donde se encontró el cuerpo.
Él frunció el ceño.
– Sé que Jake ha tenido la zona acordonada y vigilada, pero ya has visto lo que había que ver. ¿No?
– Con los ojos, sí.
Él no necesitó que se explicara.
– Pero dijiste que no habías captado nada a través de tu sexto sentido.
– Y así es. Pero había mucha gente alrededor. Puede que ahora sea distinto.
– ¿Puede?
– Necesito intentarlo, Ash. -«Porque he perdido más tiempo, y quizás eso cambie las cosas. Quizás.»
Él se quedó mirándola un momento; luego puso en marcha el motor.
– No es cosa mía preguntar el porqué.
– Mientras no te mueras -murmuró ella-. O cabalgues hacia las fauces del infierno. (1)
1. (Referencia a La carga de la Brigada Ligera, poema de Lord Alfred Tennyson. (N. de la T.)
Ash sonrió.
– ¿Te he dicho lo mucho que me alegra tener una amante tan culta? Esa cita habría tenido que explicársela a casi todo el mundo que conozco.
– Cuando eres hijo de militar, los libros y la imaginación te sacan de muchos apuros. -Riley hurgó en su bolso en busca de una barrita energética-. Tengo la cabeza llena de datos, versos y un montón de curiosidades inútiles.
– Sólo son inútiles hasta que los necesitas.
Ella se detuvo mientras desenvolvía la barrita y le miró.
– ¿Eso lo has sacado de una galletita de la suerte?
– Seguramente. -Ash la miró-. Pero tengo una pregunta. ¿Por qué yo y no tu amigo Gordon? Él sabe lo de la clarividencia, ¿no?
– Sí.
– Entonces, ¿por qué no has elegido como guardaespaldas a un antiguo compañero del ejército, si esperas que haya problemas? No es que me queje, entiéndeme. Sólo me lo pregunto.
Riley también se lo preguntaba. Ignoraba si le había pedido que se uniera a la investigación por ese motivo; sólo era una suposición lógica. Porque sabía desde el principio que no podía aceptar la situación tal y como era y asumir la desaparición de sus capacidades parapsicológicas: tenía que forzarse en algún momento, intentar con todas sus fuerzas volver a entrar en contacto con lo que la descarga de la pistola eléctrica había dañado.
Ignoraba qué pasaría entonces. Pero la lógica le decía que no debía estar sola cuando lo intentara. En cuanto al motivo por el que había elegido a Ash y no a Gordon, la lógica también ofrecía una respuesta a esa pregunta.
– Gordon es un civil ahora -dijo por fin-. No puede participar oficialmente en una investigación por asesinato. Tú sí.
– Ah. Tiene sentido.
Sí, tenía sentido. Era lógico.
Pero Riley no sabía si se lo creía.
El problema era, por supuesto, que no recordaba qué la había impulsado a pedirle que interviniera oficialmente en el caso. Quizá fuera por eso: porque tenía intención de hacer todo lo posible por recuperar sus facultades aparentemente desaparecidas y quería que alguien de confianza estuviera a su lado en caso de que acabara sentada de culo en el suelo.
Quizá.
O quizá fuera otra cosa. Algo que se le había ocurrido mientras su mente funcionaba a toda prisa, cuando Ash le habló de una decisión que, al parecer, había tomado en aquellas horas perdidas.
¿Y si volvía a suceder? ¿Y si ese día decidía cosas, hacía cosas o tomaba determinaciones de las que no se acordaría al día siguiente? Había pasado ya dos veces. ¿Había adivinado o sabido de algún modo que su memoria agujereada y sus sentidos dañados sólo eran el comienzo de sus problemas? ¿Y si el ataque del domingo por la noche había dañado su mente, su cerebro, mucho más de lo que creía? Entonces, ¿qué?
De nuevo la lógica imponía que, si pensaba seguir en el caso en aquellas circunstancias (y así era), tuviera a alguien de confianza que no sólo supiera la verdad, sino que estuviera en situación de acompañarla y observarla prácticamente veinticuatro horas al día. En cualquier otro momento, otro miembro de la UCE habría sido la elección lógica. Pero ahora eso no era posible.
Su amante, el fiscal del distrito del condado de Hazard, era la mejor opción que le quedaba.
Pero decir que se sentía cómoda o segura con esa decisión habría sido exagerar las cosas. Por una parte, era un modo muy informal de comportarse en el curso de una investigación, además de muy impropio de ella. Y por otra parte, mucho más vital…
«¿Puedo confiar en él? Siento que sí. A veces. Casi siempre. Pero no siempre.»
La asediaban dudas que ni siquiera era capaz de expresar con palabras. Era como vislumbrar un movimiento por el rabillo del ojo y no ver nada al mirar directamente. Eso era lo que sentía respecto a Ash: que allí había algo más que no veía, algo que no sabía, y ello hacía que desconfiara.
«Pero ¿puedo fiarme de mis sentimientos? ¿De alguno de ellos?
»Y aunque pueda confiar en él, ¿lo entenderá?
»¿Puede entenderlo?»
Capítulo 13
Aún no había decidido cómo explicarle la situación a Ash. Qué podía decirle.
«¿Le digo lo fuera de control que me siento? ¿Le digo que estoy asustada? ¿Que no recuerdo lo nuestro?»
No lo sabía.
– ¿Riley?
Se dio cuenta de que había hecho dos nudos en el envoltorio de la barrita energética y se forzó a parar.
– ¿Sí?
– No me has explicado gran cosa sobre el trabajo que haces, por lo menos con detalle. Pero por lo que me has contado, y por lo que sé de ti, creo que has usado tus capacidades especiales casi toda tu vida. ¿No?
– Desde que era niña, sí.
– Y ya hemos hablado de que tanto tu entrenamiento como tu experiencia en el ejército y el FBI te han preparado para afrontar casi cualquier eventualidad.
Riley no contestó, puesto que no era una pregunta, y mientras él aparcaba el Hummer en un hueco cerca del parque de los perros, se volvió ligeramente en el asiento para mirarle.
Ash apagó el motor, la miró a los ojos y asintió levemente con la cabeza.
– Tengo que preguntarte por qué este caso es distinto para ti.
– Ya te he dicho que nunca me había liado con nadie durante una investigación.
– Sí, pero yo no estoy hablando de lo nuestro. Estoy hablando de ti.
– Ash…
– Estás asustada. Y quiero saber por qué.
Pasado un momento, ella dijo:
– ¿Tanto se nota?
Él movió la cabeza de un lado a otro.
– De hecho, si no te conociera tan bien, no me habría dado cuenta. No has dicho ni hecho nada que te delatara. Sólo has estado un poco ausente estos últimos días. Más callada. Más lenta en reaccionar, en contestar a las preguntas. Y por las noches das muchas vueltas en la cama. Eso no es propio de ti.
– ¿Y has llegado a la conclusión de que era por miedo?
– Al principio, no. Yo me atrevería a decir que hay muy pocas cosas que te asusten, y estoy seguro de que has visto cosas que harían que a mí se me pusieran los pelos de punta. Así que al principio, cuando me di cuenta de que algo iba mal, no pensé que fuera miedo.
Riley esperó.
– Pero luego me di cuenta de que, a pesar de lo que me decías, era extraño que estos últimos días estuvieras quemando energías tan rápidamente. Incluso estando trabajando en un caso. Y que o bien no sabías qué estaba pasando, o bien estabas alterada porque no podías controlarlo. Controlar las cosas es muy importante para ti, los dos lo sabemos Es un rasgo que compartimos.