«La sangre es la vida.»
Entonces, con voz sofocada e imposible de identificar tras la capucha que le cubría la cara, la mujer del ataúd alzó la voz. Hablaba también en latín, y su tono era inquietante y seductor.
«Ofrezco… este sacrificio… y extraigo de la sangre derramada… de la vida derramada… el poder de la oscuridad… el poder del mal… para hacer mi voluntad.»
La campana volvió a sonar tres veces, y al tercer tañido cortaron la garganta del hombre colgado.
La sangre brotó a borbotones, salpicando el ataúd y a la mujer tendida en él. Ella descruzó los brazos, alargándolos como si diera la bienvenida a la sangre o llamara a un amante. Levantó las caderas y las contoneó. Sus pechos y su vientre se cubrieron de escarlata, y la sangre chorreó por la cara interna de sus muslos.
Los celebrantes agrupados alrededor del fuego comenzaron de nuevo a bailar y cantar, esta vez con mayor frenesí, levantando la voz mientras la sangre del hombre colgado abandonaba su cuerpo laxo.
A los pies del ataúd, el sacerdote también cantaba con voz cada vez más fuerte, más frenética, hasta que por fin la mujer se convulsionó y gritó, presa de un orgasmo, y él se despojó de la túnica, se subió al ataúd y la montó mientras ella se retorcía.
Riley sintió una náusea. Quería cerrar los ojos o apartar la mirada, pero no podía. Sólo podía quedarse allí parada y contemplar la cópula obscena que tenía lugar ante ella, mientras el cántico de los demás celebrantes se transformaba en gritos, la sangre del hombre agonizante salpicaba al hombre y a la mujer del ataúd y el olor del incienso y la sangre hería sus ojos y sus fosas nasales.
Aquello estaba mal. Mal en muchos sentidos…
– ¡Riley!
Abrió los ojos con un gemido, momentáneamente aturdida al ver el claro a la luz del día. No había ataúd. Ni celebrantes cubiertos con túnicas. Ni víctima colgada sobre el altar.
Pero aún sentía el olor de la sangre.
– ¡Riley! ¿Qué demonios…?
Dándose cuenta de que Ash la había rodeado con los brazos, de que sin duda la había alejado del altar, Riley hizo un esfuerzo por sostenerse en pie y volverse hacia él. Sintió alivio cuando él siguió agarrándole los brazos.
Si no, pensó, tal vez se hubiera desplomado.
– ¿Qué he hecho? -preguntó, y su voz densa y ronca le sonó ajena.
– Te has puesto blanca como una sábana -dijo él sombríamente, mirándola con el ceño fruncido-. Y has gritado algo que no he entendido. Cuando he llegado a tu lado, estabas temblando y…
Levantó una mano y tocó su mejilla. Luego le mostró las yemas de sus dedos, húmedas.
– …llorando.
– Oh. -Se quedó mirando la prueba de su llanto-. Me pregunto por qué. Estaba horrorizada, pero…
– ¿Horrorizada por qué? ¿Qué demonios ha ocurrido, Riley?
Ella le miró, deseando no sentirse tan débil y exhausta, tan absolutamente desconcertada.
– He visto…, he visto lo que pasó. Al menos, eso creo.
– ¿El asesinato?
– Sí. Pero… -Se esforzó por pensar con claridad-. Pero estaba mal. El hombre no había sido torturado de antemano. Y la sangre no podía salpicar la piedra plana del altar porque había algo colocado encima de ella que la tapaba casi por completo. Y había demasiado ruido, alguien lo habría oído. Y estaba…, estaba mal. Lo que decían, lo que hacían. Estaba mal en muchos sentidos.
– Riley, ¿me estás diciendo que has tenido una especie de visión?
– Creo que sí. Nunca me había pasado, no así, pero algunos miembros del equipo me han hablado de ellas y…, y creo que era eso. Pero estaba mal, Ash. Los detalles estaban mal. Toda la ceremonia parecía…, parecía sacada de una película de terror.
Ash pareció comprender lo que quería decir.
– ¿Parecía teatral? ¿Exagerada?
– En cierto modo sí. Como si la hubiera imaginado alguien que no supiera lo que es el satanismo. O que lo supiera y quisiera…, retorcerlo y convertirlo en algo verdaderamente malvado.
– ¿Uno de esos grupos marginales de los que me hablaste, quizá?
Ella sacudió la cabeza.
– No lo sé. Tal vez. Nunca he oído hablar de algo así, eso lo sé. Un sacrificio humano es lo más perverso que puede haber. Y si a eso se añade una extraña ceremonia que incluye empaparte con la sangre de un hombre agonizante mientras follas en un ataúd…
– ¿Follar en un…? Dios mío, Riley.
– Créeme, era tan espantoso como suena. Y por lo que he oído, deduzco que el ritual tenía como objetivo extraer poder del sacrificio y del sexo.
– ¿Poder para hacer qué?
– No tengo ni idea. Pero tiene que haber algo detrás, una necesidad de poder sobrenatural.
– ¿Igual que en los incendios provocados? ¿Un intento de controlar una energía elemental?
– Sí, y un montón de energía. No entiendo para qué necesita alguien tanto poder, pero… -Se sintió un poco desfallecida y pensó que sus reservas debían de estar realmente en las últimas.
– Riley…
– Estoy bien, Ash. Enseguida…
Se sentó en la cama sofocando un grito, con el corazón acelerado. Reconoció casi de inmediato su habitación, silenciosa e iluminada únicamente por la luz de la luna que se colaba por los postigos de las ventanas. Un rápido vistazo le mostró a Ash dormido apaciblemente a su lado.
El reloj de la mesilla de noche marcaba las cinco y media de la mañana.
«Oh, Dios.»
Salió de la cama, encontró su camisa de dormir en el suelo y se la puso con la escalofriante sensación de haber vivido ya aquello.
No podía estar sucediendo otra vez.
Otra vez no.
Entró en el cuarto de estar y buscó el mando a distancia para encender el televisor. Le temblaban tanto las manos que tuvo que hacer un esfuerzo por pulsar los pequeños botones del aparato.
La CNN confirmó sus temores. Era jueves.
Había perdido más de dieciocho horas.
Capítulo 15
Riley intentó pensar y se dio cuenta de que sus reservas de energía estaban tan agotadas que literalmente no se tenía en pie. Entró en la cocina y bebió zumo de naranja directamente del recipiente; comió luego dos barritas energéticas, una detrás de otra, sin apenas masticarlas y sin saborearlas lo más mínimo.
Tenía la aterradora sensación de haber perdido por completo el control.
«No sólo estoy perdiendo un tiempo precioso. Me estoy perdiendo yo.»
Comió una tercera barrita y apuró el zumo mientras esperaba a que acabara la cafetera, y para cuando hubo cafeína que añadir a las calorías, se sentía algo mejor.
Físicamente, al menos.
«¿Qué me está pasando?»
Lo último que recordaba era su experiencia en el claro y su breve conversación posterior con Ash. Creía que él le había dicho algo, que le había preguntado algo, y luego…
Luego estaba allí. Ahora.
No recordaba ningún desencadenante, ninguna palabra o acción concretas que pudiera determinar como la causa de aquellos apagones. Estaba manteniendo una conversación perfectamente normal con alguien (al menos todo lo normal que podían ser las conversaciones en su profesión) y al instante siguiente habían pasado horas.
Muchas horas.
Llevó su café a la mesa donde estaba colocado el ordenador portátil. Era obvio, de nuevo, que había estado allí, trabajando, al menos durante cierto tiempo. Pero había una diferencia respecto al día anterior.
Tenía que introducir una contraseña para acceder a su informe.
No recordaba haberla programado, pero no le costó trabajo deducir cuál era. Porque siempre era la misma, una palabra absurda de su infancia, el nombre secreto de un reino mítico que había inventado de niña para escapar del mundo desordenado y violento de sus hermanos mayores, de las bases militares y los traslados por todo el globo.