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– Un desconocido logró sorprender y dejar fuera de combate a una agente con experiencia el domingo por la noche.

– No me lo recuerdes -murmuró ella.

Bishop ignoró su comentario.

– No sabes si pretendía matarte, aunque todo indica que sí. Tu memoria y tus instintos son, como mínimo, poco de fiar, y estás quemando energía a una velocidad mucho mayor de lo normal. Has sufrido dos episodios de amnesia en las últimas cuarenta y ocho horas, y has perdido los recuerdos de más de la mitad de ese tiempo. Estás teniendo sueños y visiones de lo que parecen ser rituales de magia negra extremos, que, como tú y yo sabemos, son extremadamente raros. Y no tienes refuerzos.

– ¿Adonde quieres ir a parar? -preguntó ella con frivolidad premeditada, sin saber si él la dejaría salirse con la suya. Normalmente no la dejaba.

– Riley…

– Está bien, es una locura. Estoy loca. Seguramente. Pero también estoy asustada, por si no te has dado cuenta.

– Me doy cuenta -dijo él-. Hasta sin telepatía. Cuanto más se complica un caso, más frívola te pones.

Riley frunció el ceño.

– ¿Tan predecible soy?

– Es un mecanismo de defensa. En tu caso, un arma de supervivencia.

– Como si dijera: «No os molestéis en matar a esa pobre rubita, es una lunática y está claro que ha perdido la cabeza, así que es inofensiva».

– En parte, sí. Pero también es otro tipo de coloración defensiva. Si te ríes de una situación o te la tomas a la ligera, no puede ser tan grave, ¿no? La gente se tranquiliza y suele dejar de agobiarte.

Riley fijó la mirada en el hombre que esperaba en la terraza y dijo:

– Me parece que esta vez no va a funcionar.

– No con todo el mundo, al menos. Si Ash Prescott es tu salvavidas, tienes que ser completamente sincera con él.

A Riley no le sorprendió que Bishop hubiera percibido sus dudas concretas: ignoraba si estaba leyéndole el pensamiento a larga distancia.

– Le dije que era mi salvavidas. Pero…, ¿crees que llegaremos a eso?

– Creo que es posible. Has sufrido dos episodios de amnesia en dos días, Riley, el segundo más largo que el primero. Eso sugiere por sí solo que tu estado se está agravando, en lugar de mejorar.

– Sí, eso me temía. Pero el cerebro está diseñado para repararse a sí mismo, ¿no? ¿Para construir nuevos caminos cuando los viejos se destruyen?

– Sí, más o menos. Por eso espero que tu estado se estabilice. El hecho de que no haya sido así hasta ahora indica algún tipo de daño duradero.

Riley se quedó pensando un momento. Intentaba pensar claramente. Había una idea al borde de su mente, algo que no podía alcanzar, y aquello la sacaba de quicio porque estaba segura de que era al menos parte de la respuesta.

«¿Había algo…, algo de lo que me di cuenta?¿Algo que tenía sentido?»

Bishop dijo:

– También es muy inquietante que te hayas comportado normalmente durante esas lagunas.

– Dímelo a mí. Ash me ha contado lo que pasó durante las horas que no recuerdo y, hasta donde sé, me comporté con normalidad.

– De modo que lo más probable es que experimentaras ese tiempo con toda normalidad y que después, por alguna razón desconocida, perdieras la memoria de esas horas. O al menos que no puedas acceder a ellas.

– Eso parece.

– No sabemos qué desencadenó ninguno de los dos episodios.

– Si es que los desencadenó algo.

– Las lagunas de memoria siempre las provoca algo, al menos eso demuestra nuestra experiencia. Estabas usando tus capacidades la segunda vez, pero no la primera. ¿Recuerdas algo que tengan en común los momentos anteriores a los episodios de amnesia?

Riley estaba a punto de decir que no, pero se detuvo y se lo pensó con más calma.

– Justo antes del primero estuve hablando con dos personas de ese grupo satánico de la isla del que te hablé. Steve y Jenny. Cuando me desperté después de ese primer episodio, acababa de tener un sueño en el que veía celebrar una especie de misa negra en la que Jenny servía de altar.

– ¿Y el segundo episodio?

– Ocurrió unos minutos después de experimentar esa visión en la escena del crimen. En la visión, los celebrantes iban enmascarados, pero la mujer podía ser otra vez Jenny. El sacerdote podía ser Steve. No puedo asegurarlo, pero…

– Es un vínculo posible.

– El único que se me ocurre. -Riley sintió un escalofrío al darse cuenta de que cada vez le costaba más concentrarse, focalizar su atención. Estaba perdiendo energía otra vez. Ya se estaba quedando sin fuerzas.

«Maldita sea, maldita sea, maldita sea…»

Se obligó a continuar.

– Ash sugirió la posibilidad de que sea otra persona con capacidades paranormales. Y también Gordon. Alguien capaz de influir en mi mente. En mis recuerdos. -«¿Y quizá también de absorber mis energías?»

– Es posible. Tu empeoramiento indica que ocurre algo más, aparte de la descarga eléctrica. Y si hay una mezcla de ocultismo y de parapsicología manipulando la situación, está claro que con cierto éxito, no puedes seguir adelante tú sola.

– Bishop…

– Nadie se enfrenta solo a esas cosas. ¿Un sujeto con el afán de crear energía oscura y la capacidad de acceder a ella? ¿Con la capacidad de usarla? Sabemos que la maldad existe, Riley, que es una fuerza real, tangible.

– Sí, pero…

– Una fuerza a la que eres vulnerable, especialmente ahora. Tus defensas naturales se han debilitado, están casi destruidas. ¿Cómo podrías defenderte de un ataque a ese nivel?

Riley no tenía respuesta.

Bishop no espero a que contestara.

– Las prácticas ocultistas ofrecen, como mínimo, la oportunidad perfecta para canalizar la energía negativa. Ya sea en un ataque destinado a incapacitar o destruir, o a lograr algún otro propósito concreto. Tú eres la experta en ocultismo. Sabes mejor que nadie que esos rituales son increíblemente peligrosos en las manos equivocadas. Intencionados o no, controlados o no, generan una cantidad enorme de energía negativa. Podría ser eso lo que te está afectando.

Riley no lo había pensado; nunca le había pasado. Claro que podía contar con los dedos de una mano los rituales de magia negra que había presenciado. Y le sobraban dedos.

– Maldita sea.

– Ponte en lo peor, Riley. Da por sentado que tienes un enemigo muy poderoso ahí fuera. Puede que el ataque con la pistola eléctrica fuera sólo el principio.

– No sé para quién he podido convertirme en una amenaza hasta ese punto en tan poco tiempo.

– Eso es lo que tienes que descubrir. Sea lo que sea lo que les ha pasado a tus poderes, a tus recuerdos, lo único de lo que estás segura es que te atacaron.

Aquello era (curiosamente, quizá) algo que Riley necesitaba oír: le hacía falta que se lo recordara alguien que viera la situación con fría lógica.

Se sintió un poco más tranquila, un poco más centrada. Podía hacerlo. Era una profesional, a fin de cuentas, una investigadora con experiencia. Entrenada en técnicas de defensa personal y muy capaz de valerse por sí sola. Con conocimientos de ocultismo.

Podía hacerlo.

Estaba casi segura.

– Entonces, ¿vas a dejarme seguir en el caso?

– Con condiciones, Riley.

– Está bien, pero…

– Escúchame. Has elegido a Ash Prescott como salvavidas y los dos tenemos que confiar en que sabías lo que hacías. No te alejes de él. Sigue las pistas que puedas, busca las conexiones que puedas y vuelve a informarme mañana. Si no ha habido avances en la investigación, o si vuelves a tener una laguna, aunque sea de diez minutos, tendrás que volver a Quantico. Y se acabó.

Esta vez, Riley se abstuvo de llevarle la contraria.

– Entendido. -Todavía luchaba por no perder la concentración, y confiaba en que él no lo notara-. Una última cosa, Bishop. El asesino de Charleston. Ibas a mirar los archivos.