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– Y luego juntarlas para que tengan sentido.

– Sí. -Riley cogió otra barrita-. Y me quedan unas treinta horas para conseguirlo. Si no, mañana a última hora Bishop me ordenará volver. Y me pasaré un mes haciéndome análisis hasta de ADN y mirando manchas de tintas para los doctores de la UCE.

– Por diversas razones -dijo Ash tranquilamente-, preferiría que eso no ocurriera.

– Yo también.

– Entonces, ¿cómo puedo ayudarte?

– Intenta que no me descentre.

– Haré todo lo que pueda. -Metió el Hummer en el corto camino de entrada de la casa de Wesley Tate y aparcó.

No era la escena de un crimen, de modo que la gran casa de tercera línea de playa no había sido acordonada ni estaba vigilada. Riley, no obstante, había llamado a Jake antes de salir para pedirle permiso para registrar la casa y decirle que Leah y él se reunieran con ellos en la casa de los Pearson una hora después.

El había accedido a ambas cosas y había llamado a la agencia inmobiliaria para explicarles su visita a la casa alquilada por Wesley Tate, de modo que alguien de la oficina estaba esperándoles para darles las llaves.

Colleen Bradshaw era una morena muy guapa, vestida para matar (o seducir), y Riley comprendió nada más verla que era una de esas mujeres «disponibles» que había en la vida de Ash.

No fue sólo por su ropa, mucho más elegante de lo que era habitual en la isla; los agentes inmobiliarios enseñaban casas a posibles compradores y arrendatarios, y Riley había visto a los suficientes como para saber que durante las horas de trabajo iban casi todos muy bien vestidos sólo por ese motivo. Ni siquiera fue por su sonrisa cálida, ni porque le tocara tres veces el brazo mientras él se la presentaba brevemente a Riley.

Fue porque su sonrisa no se transmitió en ningún momento a sus ojos grises y gélidos.

«Esta mujer me odia.»

Riley se sorprendió un poco, pero no se inquietó. Tenía demasiadas cosas en las que pensar como para preocuparse de las ex amantes de Ash.

O al menos para preocuparse mucho.

– Jake me ha dicho que te dé la llave -le dijo Colleen a Ash, entregándosela como si fuera una piedra preciosa que tuviera que colocar con toda reverencia sobre la palma de su mano. Y acariciarla un segundo o dos.

Riley cambió de postura ligeramente, sólo para que se viera la pistola que llevaba en la cadera.

– Gracias, señorita Bradshaw -dijo con el tono de cortés indiferencia que reservaba para las camareras y los cajeros de los bancos-. Nos ocuparemos de que llegue sana y salva a su oficina en cuanto acabemos aquí.

– Por supuesto. Ha sido un placer conocerla, agente Crane.

– Igualmente. Eh, señorita Bradshaw… ¿Conoció usted a Wesley Tate? ¿Habló con él?

– No, lo siento. De esta cuenta se encarga otro agente.

– Entiendo. Gracias.

– Ha sido un placer. Ya hablaremos, Ash.

– Hasta luego, Colleen.

Vieron meterse a aquella morena alta (con ceremonia innecesaria, pensó Riley) en su cochecito deportivo y alejarse de allí, y sólo entonces dijo Riley:

– ¿Cuánto tiempo estuvisteis juntos?

Ash no pareció sorprendido.

– Un par de meses, el invierno pasado.

– Está claro que no fue ella quien lo dejó.

– No. -Ash levantó la llave que le había dado Colleen-. ¿Vamos?

– Ah. Eres discreto. Es bueno saberlo.

– No hay nada que contar. -Se adelantó hacia los escalones de entrada de la casa alquilada de Wesley Tate-. Había atracción, pero no teníamos mucho en común.

– Chispa, pero no fuego.

– Exacto.

– ¿Y cómo es que me odia?

Ash sonreía ligeramente.

– ¿Te odia?

– La cara de inocente no te sienta bien, Ash. Tiene algo de completamente antinatural.

– ¿Por qué crees que te odia?

– Digamos que me alegro de ser yo la que lleve pistola.

Él se detuvo en lo alto de los escalones para mirarla, sonriendo todavía.

– Celos. Una nueva faceta tuya. Creo que me gusta.

– Yo no soy una persona celosa. Y no tengo por qué estarlo. ¿No?

– Claro que no.

– Pues entonces.

«Entonces, ¿qué importa que esa amazona mida un metro ochenta y vista como si estuviera en una esquina? ¿Qué más da? ¿Por qué me molesta tanto? ¿Por qué estoy pensando en esto?»

– De acuerdo, no eres una persona celosa. -Ash giró la llave y abrió la puerta-. ¿Entramos?

– Es verdad que no lo soy. Y de todos formas se supone que tienes que ayudarme a no descentrarme.

– Ya. Lo siento.

«Soy policía, y aquí pasó los últimos días de su vida la víctima de un asesinato. Al menos…»

– ¿Cuánto tiempo estuvo Tate aquí antes de que lo mataran? -preguntó, olvidándose de mujeres morenas de piernas largas mientras entraban en la casa.

– No mucho. Llegó el sábado. -Ash había adoptado una actitud totalmente profesional.

– Dios mío. ¿Tuvo tiempo siquiera de deshacer las maletas?

– Según Jake, en el dormitorio grande hay ropa de una bolsa de viaje pequeña y trastos de afeitar en el cuarto de baño. O no tenía previsto quedarse mucho tiempo, o pensaba comprarse todo lo que necesitara.

Pasaron de la entrada al salón principaclass="underline" un cuarto de estar y comedor que hacía honor a su nombre. No sólo era un espacio enorme y diáfano, sino que estaba decorado con muebles y productos de alta calidad y con lo último en comodidades domésticas, incluyendo una pantalla grande de plasma y una chimenea.

Otra vez momentáneamente distraída, Riley señaló la chimenea:

– ¿Las usa alguien por aquí?

– Algunas noches de invierno hace frío. No muchas, por norma, pero sí algunas. Y las casas con chimenea se alquilan mejor en invierno, obviamente.

– Ah. Es lógico, supongo. -«Concéntrate, maldita sea. Concéntrate.» Recorrió con la mirada el enorme interior de la casa, claramente diseñada para albergar a una docena de personas o más-. ¿Cuántas habitaciones hay?

– Seis. Y siete baños. Hay una planta más debajo de ésta y otra más arriba.

Riley se acercó, ceñuda, a uno de los dos frigoríficos y lo abrió.

– Esto es cada vez más curioso -comentó-. Está lleno. -Echó un vistazo al otro-. Están llenos los dos. Apuesto a que la despensa también.

– Sí, Jake dijo que el supermercado del pueblo trajo un pedido importante el sábado, antes de que llegara Tate. Estaba acordado. La gente se conecta a Internet y hace la lista de la compra con antelación. El supermercado entrega los pedidos en cuanto se marchan los inquilinos anteriores y acaba el personal de limpieza. Los repartidores guardan las cosas perecederas y dejan lo demás en la encimera, para el inquilino.

– No tenía ni idea de que podía hacerse eso -dijo Riley al cerrar el frigorífico-. Yo paré al llegar y compré lo que me hacía falta.

– Pizzas congeladas y barritas energéticas, principalmente. Sí, lo recuerdo.

– Si uno no cocina, eso es lo que compra. -Volvió a fruncir el ceño-. La cuestión es por qué encargó Tate tanta comida. Con lo que hay ahí dentro podrían alimentarse doce personas durante un par de semanas.

– Yo diría que esperaba compañía. Y no para un día o dos. -Ash la miró con atención-. ¿Estás captando algo?

– No lo he intentado. Aún. -A pesar de lo mucho que le costaba concentrarse, se resistía a bajar la guardia.

Suponiendo que todavía tuviera una guardia, lo cual era discutible, probablemente.

– Entonces, ¿cuál es el plan? -Ash seguía observándola-. No sé mucho de estas cosas, pero imagino que ese tipo no dejó mucha energía por aquí, teniendo en cuenta el poco tiempo que pasó en la casa. Los de la limpieza vinieron el día que llegó, y el equipo forense de Jake es más limpio que la mayoría y recoge antes de marcharse, así que este sitio debe de estar como los chorros del oro.