Выбрать главу

Cuando interrogaron a Costello al respecto, contestó que suponía que era cosa de Flip. «Nos enfadamos y seguramente reaccionó de esa manera», fueron sus palabras textuales. Sí, habían discutido en otras ocasiones, pero no recordaba que ella hubiese hecho un montón como aquél con sus cosas.

John Balfour llegó a Escocia en un jet privado que alquiló a un cliente comprensivo, y se presentó en el piso de la ciudad nueva casi antes que la policía.

«¿Y bien?», fue su primera pregunta, a la que Costello no supo responder más que con un «Lo siento».

Los de Investigación Criminal, hablando en privado del caso, habían atribuido diversos significados a tales palabras: podría tratarse de una discusión con la novia que acaba mal, la mata, esconde el cadáver pero, frente al padre, mantiene su educación innata y balbucea una semiconfesión.

«Lo siento.»

Había muchas maneras de interpretar esas palabras. Siento haber discutido con ella; siento que lo hayan molestado; siento que haya sucedido esto; siento no haberla cuidado; siento lo que he hecho…

Habían llegado también los padres de David Costello, que reservaron dos habitaciones en uno de los mejores hoteles de Edimburgo. Vivían en las afueras de Dublín. El padre, Thomas, era un hombre que «había hecho fortuna» y Theresa, la madre, era interiorista.

Dos habitaciones. En Saint Leonard se había hablado de aquel detalle de las dos habitaciones. Sí, era un matrimonio de un solo hijo, y vivían en una casa de ocho dormitorios.

Se había hablado aún más de por qué se ocupaba Saint Leonard de un caso ocurrido en la ciudad nueva; la comisaría más próxima al piso era la de Gayfield Square; sin embargo habían asignado especialmente a la investigación a agentes de Leith, Saint Leonard y Torphichen.

Todos interpretaban que alguien había movido los hilos para que se dejaran pendientes las demás investigaciones y se concentraran en el asunto de «la hija de un rico que se ha largado de casa».

Rebus, en su fuero interno, pensaba lo mismo del tema.

– ¿Quieres tomar algo? -dijo-. ¿Café, té?

Costello negó con la cabeza.

– ¿Te importa qué…?

Costello lo miró perplejo, pero inmediatamente comprendió.

– Por supuesto -respondió-. La cocina… -añadió con un gesto.

– Sé dónde está. Gracias -dijo Rebus.

Cerró la puerta al salir y se detuvo un instante en el pasillo, contento de estar fuera del agobiante salón. Le palpitaban las sienes y sentía la tensión de los nervios oculares. Oyó ruido en el estudio y asomó la cabeza por la puerta.

– Voy a poner el agua a hervir -dijo.

– Buena idea -repuso la agente Siobhan Clarke sin levantar la vista de la pantalla del ordenador.

– ¿Alguna cosa?

– Té, gracias.

– No, quiero decir si…

– Ya. Todavía no tengo nada. Cartas a amigos y algunos fragmentos de sus trabajos de clase. Pero he de comprobar miles de correos electrónicos y necesitaría la contraseña.

– El señor Costello afirma que ella no se la dijo.

Clarke carraspeó.

– ¿Qué significa eso? -preguntó Rebus.

– Significa que me pica la garganta -respondió Clarke-. Lo tomo con leche. Gracias.

Rebus la dejó, entró en la cocina, llenó la tetera y buscó bolsitas de té y tazas.

– ¿Cuándo podré marcharme?

Rebus se volvió hacia Costello, de pie en la entrada.

– Sería mejor que no te marchases -respondió Rebus-. Los periodistas y las cámaras… te acosarán y te llamarán constantemente por teléfono.

– Lo descolgaré.

– Te sentirás como un prisionero.

Vio que el joven se encogía de hombros diciendo algo que no entendió.

– ¿Cómo dices?

– Aquí no puedo quedarme -repitió Costello.

– ¿Por qué no?

– No lo sé…, es que… -Volvió a encogerse de hombros y se pasó las manos por el pelo aplastándoselo hacia atrás-. Echo de menos a Flip y casi no lo aguanto. No dejo de pensar que la última vez que la vi tuvimos una discusión.

– ¿Por qué motivo?

– Ni siquiera lo recuerdo -respondió Costello con una risa hueca.

– ¿Fue el día en que desapareció?

– Sí, por la tarde. Me largué hecho una furia.

– Discutíais mucho, ¿no? -preguntó Rebus como quien no quiere la cosa.

Costello no contestó, se quedó mirando al vacío y negó despacio con la cabeza. Rebus dio media vuelta, cogió dos bolsitas de té Darjeeling y las echó en las tazas. ¿Estaba Costello a punto de confesar? ¿Escuchaba Siobhan detrás de la puerta del estudio? Les habían encomendado el cuidado de Costello, y formaban parte de un equipo que hacía turnos de ocho horas; pero también lo habían llevado allí por otro motivo, pues era evidente que les era útil para aclararles los nombres que iban apareciendo en la correspondencia de Philippa Balfour. Rebus quería, además, que estuviera allí porque quizá fuese aquél el escenario del crimen, y cabía la posibilidad de que David Costello tuviera algo que ocultar. En Saint Leonard había empate de opiniones; en Torphichen, las apuestas eran dos contra uno y, para los de Gayfield, Costello era el sospechoso.

– Tus padres dijeron que podías ir a su hotel -dijo Rebus, volviéndose hacia el joven-. Han reservado dos habitaciones. Así que probablemente hay una libre.

Costello no entró al trapo. Siguió mirando al policía unos segundos, se dio media vuelta y asomó la cabeza por la puerta del estudio.

– ¿Ha encontrado lo que buscaba? -preguntó.

– Tardaremos aún -respondió Siobhan-. Lo mejor será que nos deje seguir.

– Ahí no va a encontrar nada -replicó él refiriéndose a la pantalla del ordenador; como ella no contestó, se irguió ligeramente y ladeó la cabeza-. ¿Es usted especialista?

– Es que es una tarea que hay que hacer -respondió ella en voz baja, como si no quisiera que se oyera fuera del cuarto.

Costello estuvo a punto de replicar, pero cambió de idea y volvió enfurecido al salón. Rebus entró con el té para Siobhan.

– Vaya estilo -dijo ella al ver la bolsita flotando en la taza.

– No sabía si te gustaba muy fuerte o no -repuso Rebus-. ¿Qué te ha parecido?

Clarke pensó un instante.

– Parece sincero.

– A lo mejor te dejas engañar por su carita de bueno.

Clarke resopló, sacó el sobre de té y lo echó a la papelera.

– Tal vez -dijo-. ¿A ti qué te parece?

– Mañana, conferencia de prensa -le recordó Rebus-. ¿Crees que podremos persuadir al señor Costello para que haga un llamamiento público?

* * *

Para hacer el turno de tarde llegaron dos agentes de Gayfield Square. Rebus se marchó a casa y se preparó un baño. Tenía ganas de estar un buen rato en el agua; echó lavavajillas bajo el chorro del agua caliente y recordó que era lo que hacían sus padres cuando él era niño. Llegaba sucio de jugar al fútbol y se daba un baño caliente con lavavajillas. No es que no pudiesen comprar gel de baño de burbujas, pero como decía la madre: «El lavavajillas está muy bien de precio».

En el cuarto de baño de Philippa Balfour había más de diez bálsamos, lociones de baño y aceites de burbujas. Rebus hizo recuento: maquinilla, crema de afeitar, pasta dentífrica, un cepillo de dientes y una pastilla de jabón; en el botiquín tenía tiritas, paracetamol y una cajita de condones. La abrió y vio que sólo quedaba uno; la había comprado en verano. Al cerrar el armarito vio reflejado en el espejo un rostro gris, de pelo canoso y carrillos fláccidos incluso cuando sacaba barbilla. Esbozó una sonrisa y vio una dentadura que se había saltado las dos últimas citas con el dentista, quien ya lo había amenazado con borrarlo de la lista.