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– Que te quiero. Como no he querido a nadie en mi vida, quizás incluso más ahora. Eres hermosa y tan graciosa como siempre. -Le quitó la copa y la dejó caer al suelo junto a la suya, donde aterrizaron silenciosamente-. Sé por qué te quiero, pero no estoy tan seguro de por qué me quieres tú a mí.

No podía decirlo en serio.

– Cuando llegué a la reunión anoche, pensé que alguna afortunada había alquilado a un modelo de ropa interior para acompañarla. -Sólo podía ver el perfil de su cara, pero pensó que había fruncido el ceño-. Entonces Karen me dijo que tú eras el modelo de ropa interior y me alegré. No porque parezca que probablemente deberías andar siempre en ropa interior para el entretenimiento de las mujeres, sino, porque las cosas entre nosotros no terminaron muy bien en el instituto y siempre me arrepentí de lo que pasó.

– ¿Que pasó? -dijo y soltó su mano.

– Lo sabes

– Creo que lo sé, pero por qué no me lo cuentas.

Brina cruzó los brazos bajo los pechos y respiró profundamente.

– Tu recuerdas cómo era, cómo quería desesperadamente comer en la mesa grande, el ser incluida por los niños a los que todo el mundo miraba. Pensé que si Mark me quería, sería alguien especial. -Se miró a los pies-. Nunca más duendecillo MacConnell, la delgaducha niña a la que su madre le hacía la ropa.

Thomas le puso el dedo bajo su barbilla y levantó la mirada hacia la suya.

Me gustaba duendecillo MacConnell.

– Lo sé, pero a mí no.

– ¿Y ahora? ¿Sigues desesperada por sentarte en la mesa grande?

– No me gustó.

Le acaricio los labios con el pulgar.

– Tú también me gustas.

Abrió los labios y le lamió la yema del pulgar.

– Me gusta tu camiseta -le dijo, el deseo en su voz-. En el momento en el que entraste en la sala del banquete, me fijé en la camiseta -dijo y deslizó su mano por su nuca acercándola a él.

– Es de un bonito verde brillante -respondió, sus palmas en su pecho, sobre la fibra de su suéter.

Él se rió.

– No fue eso lo que noté.

– ¿Entonces qué fue?

– El modo en que las palabras Calvin Klein se expandían sobre tú pechos -bajó a cara y presionó su frente con la de ella-, y me pregunté cuánto tiempo me llevaría sacártela.

– Pensé que me habías invitado aquí para que mis pies no se congelaran y porque me debías media botella de champán.

– Es verdad, pero no mencioné que te quería quitar la camiseta con los dientes. -Le puso la trenza sobre un hombro y cogió la goma que la sujetaba-. No mencioné que los brillos de tu pelo me vuelven loco y que quiero hacerte el amor con tu cabello extendido sobre mi almohada -dijo y le deshizo la trenza-. Que quiero ver tu cara por la mañana cuando abra los ojos. -Enredó los dedos en su pelo y le echó la cabeza hacia atrás, como había hecho esa tarde. Y antes, cuando le besó los labios como un hombre que sabía lo que quería e iba tras ello. Su lengua se deslizó dentro y le hizo el amor en la boca con ardientes e insistentes embestidas. Creó una maravillosa succión y movió su cabeza mientras devoraba sus labios, sus manos abriéndose y cerrándose en su pelo.

Brina se derritió contra el, su calor calentándola a través de su suéter y su camiseta., calentándole el corazón profundamente, donde nunca había sido calentada antes. Él quería hacer el amor. Ella también lo quiera. Amaba a Thomas. Siempre había querido a Thomas, sólo que ahora se había enamorado de él también. Su cuerpo y su corazón dolían y le quería del mismo modo que una mujer quiere al hombre al que ama.

Buscó la parte inferior de su suéter y se la subió hasta el estómago. Sus dedos se enroscaron sobre la camiseta y también se la subió. Y por fin sus manos estaban sobre el. Sobre su caliente y dura piel y su corto y sedoso vello. Debajo de su tacto, sus músculos se contraían y ella apartó su boca de la de el.

– Enciende la luz -le dijo-, tú ya has tenido la oportunidad de verme. Ahora es mi turno. Quiero verte.

6

Thomas flexionó las rodillas y la alzó en brazos.

– Conozco el lugar perfecto -la llevó al sofá-, coge mi abrigo -le ordenó.

Cuando ella lo hizo, él la llevó a través de la penumbra, por el corto pasillo a una habitación totalmente oscura. Le soltó las piernas y accionó el interruptor de la pared. La brillante luz la deslumbró, por lo que enterró su cabeza en el cuello de Thomas.

– Lo siento -dijo Thomas a la vez que atenuaba un poco la luz.

Cuando sus ojos se adaptaron, dio un vistazo por la enorme habitación. En el centro había una cama de cuatro postes y de un tamaño enorme cubierta por un edredón de color aceituna y beige.

– Es una cama enorme.

Él le quitó el abrigo y un lado de su boca se alzó en una sensual sonrisa.

– Sí, tendremos que trabajar mucho para ir de un lado al otro.

Él metió la mano en el bolsillo del abrigo y sacó una caja de condones.

– ¿Siempre llevas una de éstas en el bolsillo?

– No, te dije que me gustaba esa camiseta. Lo cogí cuando te fuiste a sentar con tus amigas -dijo y tiró la caja sobre la almohada que había en la cama-, fui a la farmacia.

– ¿Tan seguro estabas de ti mismo?

– ¿Cuándo te concierne a ti? -Thomas la hizo retroceder hasta que la parte de atrás de sus rodillas dieron con el borde de la cama-. Nunca, pero fui un Boy Scout y creo en estar preparado.

Ella se sentó en la cama y Thomas se arrodilló para quitarle las botas y los calcetines, tirándolos por encima de sus hombros, los suyos siguiendo detrás.

– Quítate la ropa Brina -le dijo mientras la tumbaba. La movió hacia el centro de la cama y entonces se giró de tal forma que Brina quedó encima de él y la contempló-. He querido decir eso desde hace mucho tiempo.

Brina se sentó a horcajadas sobre la pelvis de Thomas y cruzó los brazos sobre su estómago. Cogió el final de su camiseta y poco a poco se la fue sacando por la cabeza. La tiró al suelo y se sacudió el cabello. Él la miró a la cara y pudo ver sus ojos ardientes y pesados por la pasión. Debajo de ella, y a través de sus pantalones, su gruesa erección le presionaba en el centro fuertemente, dejándola deseosa de más. Queriendo lo que él le podía dar, el tacto de su ardiente piel sobre la suya. Se arqueó contra él mientras Thomas alcanzaba el cierre frontal de su sujetador. Con un giro de muñeca, el cierre se abrió y lleno las calientes palmas de las manos con sus pechos. Ella enterró sus manos bajo su camiseta y le recorrió con las palmas el estómago, justo por encima de la cintura de sus pantalones. Thomas respiró profundamente.

– Te ha crecido mucho más el pelo que en el instituto. -dijo mientras le recorría los músculos del abdomen y el amplio pecho. No había forma de confundir a este hombre con el larguirucho chico que fue-. Te has hecho más grande y alto.

Thomas la tomó de la cintura y la puso de espaldas. Ahora era su turno de montarla.

– Me he hecho más grande en todas partes -dijo y se sacó la camiseta y el suéter por la cabeza, haciéndolo un lío y arrojándolos al suelo-. ¿Quieres verlo, Brina?

Ella asintió y le tocó en donde aterrizaron sus manos. Sus muslos, cintura y duro vientre. Pequeños y oscuros rizos crecían en su pelo, por la línea del esternón hasta el ombligo. Con la débil luz de la habitación sus ojos parecían más brillantes. Ardían con pasión y ella sintió que su corazón se aceleraba.

– ¿Vamos a jugar a enseñar y contar?

Él sacudió su cabeza y bajó su cara hacia su pecho derecho.

– Vamos a jugar, yo te enseñaré lo mío y tú me enseñarás lo tuyo -dijo mientras acariciaba su pezón con la lengua hasta volverlo duro, y entonces la miró a la cara la vez que succionaba el mojado pezón con la boca.

Ella deslizó los dedos por su pelo, el placer tan delicioso de su caliente boca, le hizo arquear la espalda sobre la cama. Recorrió con sus manos los lados de su cintura, arriba y abajo, hasta donde podía alcanzar. Extendió sus dedos y con los pulgares presionó en su erección. Él la besó entre los pechos, su respiración entrecortada calentaba su ya ardiente piel.