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Una de las mujeres la miró.

– ¿Le puedo ayudar?

– No gracias -dijo Brina y se fue.

Él realmente se había ido y no fue hasta ese momento en el que se dio cuenta de que estaba conteniendo la respiración, esperando que fuera un error y que él estuviera justo al final del pasillo esperándola.

Volvió a su habitación y abrió la puerta. Había dicho que iba a volar de Denver a Palm Springs. Allí era donde vivían sus abuelos. Algo malo debía de haber pasado.

Hablaré contigo cuando pueda, había dicho.

Brina se sentó en una esquina de la cama y miró a la oscura pantalla de la televisión. Recordó cuando el perro de Thomas, Scooter, murió, él estuvo estoico. No lloró, a pesar incluso de que ella sabía que él quería hacerlo. Se contuvo, sus mejillas rojas por el esfuerzo. No la había querido a su lado y obviamente tampoco la quería ahora. Si lo hubiera hecho, por lo menos le habría dejado un número donde le pudiera encontrar.

Por supuesto ella le podría encontrar. Después de todo, eso era lo que ella hacía para vivir. Podría bajar y pedirle a Mindy una copia de sus papeles del registro. Pero entonces Mindy sabría que no le había dado su dirección o su número de teléfono. Esa era una humillación que Brina prefería evitar. Estaba desesperada por hablar con él, pero tenía su orgullo.

Le llevó un día dar con la dirección de Thomas en Aspen. Recordaba parte de la matrícula de su jeep y se puso en contacto con el departamento de vehículos de motor de colorado varias veces antes de obtener lo que quería. Ahora todo lo que necesitaba era su número de teléfono. Como ella vivía en Oregón, no podía ir a las compañías telefónicas locales y escanear sus documentos. No conocía a nadie que trabajara para alguna compañía telefónica en Aspen, tendría que conseguir una orden judicial.

Así que volvió su atención en localizar a sus abuelos y dio en el clavo. No sólo estaban en el listín telefónico sino que investigó los hospitales de Palm Springs y alrededores y descubrió que el abuelo de Thomas había sido trasladado al hospital Rancho Mirage.

Después de tres días, Brina tenía la dirección y el teléfono, no sólo de sus abuelos, sino también de el.

Hablaré contigo cuando tenga la oportunidad, había dicho y ella empezaba a creer que no lo dijo en serio. Se estaba deshaciendo de ella.

Tenía su número de teléfono en una carpeta en su escritorio, junto a sus otros casos. Se sentó en la silla y miró por la ventana de su oficina hacia la calle de abajo. Estaba lloviendo, ¿acaso eso era nuevo?

Las gotas caían sobre el cristal y se deslizaban hacia el alfeizar metálico que había debajo. Ahora que tenía la información que quería, estaba reticente a usarla. Habían pasado tres días y Thomas no aún no había intentado ponerse en contacto con ella. Revisaba el contestador cada media hora y el hecho de que él no tuviera su teléfono no hacia que ella no lo siguiera comprobando. Dio orden a su secretaria de que si un hombre la llamaba, le pasara con ella inmediatamente y cada vez que el teléfono sonaba su corazón se aceleraba, pero nunca era Thomas.

Brina se quitó los zapatos de 13 centímetros y volvió al escritorio. Abrió un informe sobre unos trabajadores que estaba investigando. Sólo consiguió leer dos párrafos del informe cuando su mente volvió hacia Thomas.

Tenía miedo. Estaba más asustada de lo que jamás había estado. ¿Y si él no quería verla o hablar con ella? ¿Y si no sentía nada por ella? Estaba como en una montaña rusa de emociones. Arriba y abajo. Su corazón se aceleraba con el recuerdo de sus besos, desacelerando cuando pensaba en no volverle a ver otra vez. Sus emociones eran un caótico lío y no sabía que hacer. Por un segundo pensaba en llamarle y al siguiente se recordaba a sí misma que él había dicho que la llamaría cuando tuviera oportunidad.

– Estaba esperando que me pudiera ayudar -dijo una voz sorprendiéndola y alzó la vista.

Poco a poco cerró el informe y miró a los azules ojos de Thomas. Sólo con verle su corazón se le detuvo. Llevaba un traje y un jersey negro de cuello vuelto. En sus manos tenía tres ramos de rosas. Capullos rojos, blancos y amarillos.

– ¿Ayudarle con qué? – preguntó.

Él entró en la oficina y paró al otro lado del escritorio.

– Esperaba que me ayudaras a encontrar a alguien.

– ¿A quien?

– Una chica con la que me gradué en el instituto. Me dejó por un idiota pero creo que le voy a dar otra oportunidad.

Brina trato de no sonreír. Estaba allí, en su oficina y todo de pronto parecía volver a estar bien en su vida. Sus ojos le empezaron a escocer.

– ¿Qué tienes en mente? ¿Es legal?

– Probablemente no en alguno de los estados del sur.

Ella se levantó y se acercó a él.

– ¿Cómo me has encontrado? -le preguntó.

– Llamé a Mindy Burton.

Por supuesto.

– ¿Cómo está tu abuelo?

– No muy bien -bajó la mirada a sus ojos-, pero no quiero hablar de eso ahora. Podemos hablar luego si quieres. Ahora quiero hablar de otra cosa más importante. Quiero hablar sobre nosotros -le dio las flores-. La de la floristería me dijo que las rojas simbolizaban el amor pasional, las blancas el amor puro y las amarillas la amistad.

Brina se las llevo a la nariz y las olió profundamente.

– Son maravillosas Thomas -parpadeó para sostener sus lágrimas-, gracias.

– Primero fuimos amigos y después amantes -dijo-. Quiero que continuemos siendo amigos y amantes.

Brina de dejó las flores en el escrito y le abrazó.

Yo también lo quiero.

¿Recuerdas el sábado cuando te dije que ya no nos conocíamos más?

Ella asintió enterrando la cara en su pecho. Respirando profundamente. Inhalando el aroma del hombre que amaba con todo su corazón y su alma.

– Bien, eso no era verdad entonces y tampoco lo es ahora. Te conozco, Brina. Sé cuando estas apunto de llorar y sé cuando vas a reír. Qué te hace feliz, te entristece o te hace enfadar. Han pasado diez años pero te conozco -le besó la cabeza- y te he echado de menos.

– Yo también te eché de menos -dijo y se acercó para besarle la boca.

Él movió las manos a ambos lados de su cabeza y sostuvo su cara con sus palmas. Sosteniéndola de esa manera.

– Pero quiero algo más que amor y amistad -dijo-. Me he intentado decir a mí mismo que no iba a la reunión para verte, pero lo hice. Mentí sobre eso, y he mentido un poco sobre las rosas también. Las rosas blancas no significan sólo el amor puro. Significan el amor puro en el matrimonio. -La miró profundamente a los ojos y dijo-: Quiero estar contigo para siempre. Te amo.

Las lágrimas que había estado tratando de aguantar se agolparon junto a las pestañas.

– Yo también te amo.

Él le limpió las lágrimas con los dedos.

– ¡Eso es lo que quería oír!

– Te dije que te quería la otra noche. ¿Me oíste?

– Sí, -la miró a los ojos y dijo con una sonrisa-: Pero estábamos haciendo el amor y no sabía si lo sentías o sólo te dejaste llevar.

– Lo sentía.

Lentamente bajó la cabeza y presionó su boca con la de ella. Un suave beso de bienvenida que duró tres segundos antes de volverse ardiente y duro. Como si fuera para asegurarse a sí misma, Brina recorrió con las manos su cuerpo.

Él se apartó y respiro varias veces.

– Mi vida es un lío ahora. Mi abuelo se esta muriendo y no hay nada que yo pueda hacer salvo estar a su lado y ver lo que pasa. Todo lo que poseo esta en Colorado. Estoy viviendo con mi abuela en Palm Springs y ahora mismo no tengo trabajo. Todo en mi vida ahora mismo es incierto menos lo que siento por ti. Eres lo único que tiene sentido. Puede que suene un poco extraño pero te lo pido de todas formas, ven conmigo.

Asombrada, Brina pronunció.

– ¿A donde?