– Pasa -le pidió Lucas.
– Necesito…, tengo que hacer algunas llamadas. Se trata de Griffin. Su hijo mayor, Jacob. Yo debería…
– Pasa, por favor. -Lucas cerró la puerta detrás de Troy-. ¿Dices que han atacado al hijo mayor de Griffin?
– Yo…, no sabemos. Llamó al número de emergencias y ahora ha desaparecido. Han mandado un equipo de búsqueda.
– ¿Por qué no vas con ellos? -pregunté-. Nosotros estaremos bien.
– No puede -respondió Lucas-. Sería severamente reconvenido por dejarme solo. Un problema que se resuelve fácilmente si yo también voy. ¿Quieres venir con nosotros?
– ¿Hace falta que me lo preguntes? -dije.
– De ninguna manera -replicó Troy-. Si llevo al hijo del patrón y a su novia a una operación de búsqueda y rescate, no sólo me ganaré una buena reprimenda sino que además conseguiré que me despidan. O algo peor.
– Tú no me estás llevando a ninguna parte -dijo Lucas-. Soy yo quien va a echar una mano, y por lo tanto estás obligado a seguirme. En el camino pediré más información por teléfono.
Bienvenida a Miami
Me senté en el asiento delantero del coche, dejando a Lucas la tranquilidad necesaria en el asiento de atrás para que llamase al departamento de seguridad para que le pusieran al corriente de las últimas novedades.
La lluvia golpeaba levemente sobre el techo, lo suficiente para que el camino estuviera resbaladizo y brillante en la oscuridad. Nuestro parabrisas, no obstante, estaba seco, multiplicando por diez la visibilidad de Troy. Al verlo, comprendí por qué Troy conocía a Robert Vasic. Como Robert, Troy era un Tempestras, un demonio de tormentas. La denominación, como muchos sobrenombres de semidemonios, es un tanto melodramática y suena a falsedad publicitaria. Un Tempestras no puede provocar tormentas, pero sí controlar el tiempo dentro de su vecindad inmediata, produciendo viento, lluvia o, si es realmente bueno, rayos. Podría también, como Troy, hacer algo tan mínimo pero práctico como mantener la lluvia a cierta distancia del parabrisas. Pensé en comentarlo, pero una mirada al rostro contraído de Troy me dijo que no se hallaba en un estado de ánimo propicio a una conversación sobre sus poderes. Estaba tan concentrado en conducir el vehículo, que probablemente ni siquiera se había dado cuenta de que estaba alejando la lluvia del parabrisas.
– ¿Puedo preguntar algo? -dije quedamente-. ¿Sobre el hijo de Griffin?
– ¿Hummm? Ah, sí, claro.
– ¿Se habrá escapado de casa?
– ¿Jacob? Mierda, no. Están pasando una situación difícil. Griffin y sus chicos, quiero decir. Tiene tres. Su esposa murió hace un par de años. De cáncer de pecho.
– Oh.
– Sí. Griff es excelente con sus chicos. Los quiere y los cuida.
Troy se puso más cómodo en el asiento, como si estuviera contento ante la oportunidad de llenar el silencio con algo más que el golpeteo de la lluvia.
– Griffin parece tonto, pero es muy buen tipo. Sólo que se toma demasiado en serio el trabajo. Antes trabajaba para los St. Cloud, y ellos manejan las cosas de un modo diferente. Como los putos militares…, y disculpa mi vocabulario.
– Los St. Cloud son la Camarilla más pequeña de todas, ¿no?
– La segunda más pequeña. Más o menos la mitad de la de los Cortez. Cuando la mujer de Griffin se puso enferma, los St. Cloud le hicieron utilizar el tiempo que le correspondía de vacaciones por cada minuto que se ausentaba para llevarla a la quimioterapia y todas esas cosas. Cuando ella murió, les dio dos semanas de preaviso y aceptó un ofrecimiento del señor Cortez.
Al oír un clic que provenía del asiento trasero, Troy miró por el espejo retrovisor.
– ¿Hay noticias? -preguntó.
– Tienen dos equipos de búsqueda en acción. Dennis. -Lucas miró en mi dirección-. Dennis Malone. Lo conociste en la reunión de hoy. Lo han llamado para que coordine la operación desde la casa central. Aconseja que comencemos a buscar a varias manzanas de distancia del lugar desde el que llamó Jacob. Los equipos están buscando ahora en las manzanas que están a ambos lados de ese punto.
Me di la vuelta para mirar a Lucas.
– ¿Tenemos alguna idea de lo que le ocurrió a Jacob?
– Dennis me hizo escuchar su llamada telefónica…
– ¿Al nueve-uno-uno?
Lucas negó con la cabeza.
– A nuestra línea de emergencia personal. A todos los hijos de los empleados de la Camarilla se les da el número para que llamen a éste en lugar de al otro. Las camarillas prefieren evitar toda relación con la policía en asuntos que puedan ser de naturaleza sobrenatural. A las familias de los empleados se les dice que si llaman a ese número se aseguran una respuesta más rápida que si llaman al nueve-uno-uno, y así es, efectivamente. Las camarillas más grandes tienen equipos de seguridad y emergencia que están listos para responder las veinticuatro horas del día.
– ¿De modo que allí es donde llamó Jacob?
– A las once y veintisiete de la noche. La llamada es poco clara, tanto a causa de la lluvia como debido a la recepción defectuosa de una llamada de móvil. Parece decir que lo están siguiendo, después de haber salido de ver una película y haber dejado a sus amigos. La parte siguiente es menos clara. Dice algo sobre pedirle a su padre que lo disculpe. El operador le dice que conserve la calma. Y ahí se corta la llamada.
– ¡Mierda! -exclamó Troy.
– No necesariamente -dijo Lucas-. La señal del móvil pudo haberse cortado. O sencillamente pudo haber pensado que estaba dándole demasiada importancia al asunto. Pudo haberse sentido avergonzado y colgado.
– ¿Griffin lo habría dejado ir a ver una película a la última sesión con sus amigos? -pregunté a Troy.
– ¿En la noche de un día escolar? Nunca. Griff es muy estricto con respecto a esas cosas.
– Bueno, entonces eso es probablemente lo que ocurrió -concluyó Lucas-. Jacob se dio cuenta de que tendría problemas por haberse escapado y cortó. Probablemente irá a la casa de un amigo y llamará a su padre cuando se haya armado de valor para hacerlo.
Troy movió la cabeza afirmativamente, pero parecía tan poco convencido como yo.
– ¡Dios mío! -dijo Troy al meterse en el área en la que Dennis nos había aconsejado aparcar.
Se había introducido entre dos edificios y salido a un espacio de estacionamiento muy reducido, apenas un par de metros más ancho que la callejuela misma. Todos los edificios que estaban a la vista se hallaban llenos de ventanas entablonadas y los tablones llenos de agujeros de balas. Las luces de seguridad que pudieran haber existido habían sido destruidas con disparos tiempo atrás. La lluvia se tragaba la luz de la luna nueva. Cuando Troy aparcó, los faros delanteros iluminaron una pared de ladrillos cubierta de graffiti. Mi mirada se deslizó a lo largo de los símbolos y los nombres.
– ¿Eso son…?
– Pintadas de pandillas -respondió Troy-. Bienvenida a Miami.
– ¿Estaremos en el lugar correcto? -pregunté, tratando de ver en la oscuridad-. Jacob dijo que estaba en un cine, pero esto no parece…
– Hay uno unas pocas manzanas más allá -dijo Troy-. Un multiplex con pantallas de última generación situado en medio del infierno. Justo el lugar que uno elegiría para llevar a los chicos a la matiné un sábado. -Apagó el motor y luego bajó las luces-. Mierda. Vamos a necesitar linternas.
– ¿Qué tal nos viene esto? -Con un hechizo hice que un globo de luz del tamaño de una pelota de béisbol apareciera en mi mano.
Abrí la puerta del coche y desplacé lentamente la luz hacia fuera. Se detuvo a unos pocos metros y allí quedó suspendida, iluminando el solar.