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– ¡Qué bueno! Esto no lo había visto nunca.

– Magia de bruja -dijo Lucas. También él lanzó el hechizo e hizo aparecer una pelota de luz más débil que dejó en la palma de la mano-. Tiene un efecto más práctico que la nuestra. No soy tan ducho con este hechizo como lo es Paige, todavía, de modo que dejaré la luz a mano, por así decir. Si la lanzo…, bueno, rara vez funciona.

– Se aplasta en la acera como un huevo -dije, dirigiéndole una rápida sonrisa-. Muy bien, entonces ya tenemos solucionado el tema de las linternas. Troy, supongo que tú puedes resolver el problema de los paraguas. Estamos listos.

* * *

Caminamos hasta el otro extremo del estacionamiento. Los restos esqueléticos de una construcción se elevaban en un terreno vacío que tenía por lo menos el tamaño de un bloque de edificios. Árboles pequeños y rodeados de malezas, paredes semidemolidas, montones de pedazos de hormigón, bolsas de basura abiertas, neumáticos viejos y muebles destruidos componían, en desorden, el paisaje. Me incliné para levantar una placa húmeda de conglomerado que cubría una protuberancia del terreno. Troy apartó de un puntapié una jeringuilla y me agarró la mano.

– No me parece una buena idea -dijo-. Es mejor usar un palo.

Observé el terreno, captando con una mirada veinte lugares donde Jacob podría estar oculto esperando ayuda.

– ¿Probamos a llamarlo? -pregunté.

Troy negó con la cabeza.

– Podría atraer la atención de quienes no queremos. Jacob me conoce, pero es un chico listo. Si se está ocultando por aquí, no va a responder hasta que me vea la cara.

Aunque ninguno de nosotros lo dijo, había otra razón para no contentarnos con llamarlo por su nombre y avanzar. Podría estar herido, incapaz de responder. O algo peor que eso.

– La lluvia está cediendo y la bola de Paige emite suficiente luz como para que busquemos todos -dijo Lucas-. Sugiero que nos separemos, tomando cada uno una franja de tres metros, y hagamos un barrido a fondo. -Se interrumpió-. A menos que…, ¿Paige? Tu hechizo de percepción sería perfecto para esto.

– ¿Un hechizo? -dijo Troy-. Estupendo.

– Bueno, de acuerdo. El único problema… -dije, mirando a Troy-. Es un hechizo de nivel cuatro. Técnicamente, soy todavía de nivel tres, de modo que yo no… -Dios, reconocerlo dolía-. No soy muy buena…

– Todavía está perfeccionando la precisión -aseguró Lucas. Eso sonaba mucho mejor que lo que yo iba a decir-. ¿Podrías intentarlo?

Dije que sí con la cabeza. Lucas le hizo a Troy una señal para que lo siguiera y comenzara a buscar, dejándome un espacio aparte. Cerré los ojos, me concentré y lancé el hechizo.

En el momento en que las palabras salieron de mi boca, supe que el hechizo había fallado. La mayoría de las brujas esperan hasta ver si se producen los resultados, pero mi madre me había enseñado a usar el instinto, a sentir el sutil clic de un lanzamiento exitoso. No era fácil. A mí, la intuición me había parecido siempre poco fiable, tipo New Age. Mi cerebro busca la lógica de las estructuras; busca resultados claros, decisivos. Sin embargo, al pasar a hechizos más difíciles me he forzado a desarrollar un sentido interno. De otra manera, con el hechizo de percepción, si yo no detectaba una presencia, no podría saber si ello se debía a que no había nadie allí, o a que había fallado el hechizo.

Volví a lanzarlo. Y entonces se produjo el clic, casi como un suspiro subconsciente de alivio. Ahora venía la parte más difícil. Con un hechizo como ése, yo no podía lanzarlo simplemente y dejar que operara como la bola de luz. Era preciso sostenerlo, y eso exigía concentración. Me quedé quieta y me concentré en el hechizo, midiendo su fuerza. Oscilaba, desaparecía casi, y luego se mantenía. Resistí el deseo de abrir los ojos. El hechizo funcionaría igualmente, pero yo dependería excesivamente de lo que estuviera viendo, en lugar de hacerlo de lo que sentía. Giré lentamente y percibí dos presencias, Troy y Lucas. Determiné su localización, y luego miré a hurtadillas para confirmarla. Allí estaban, exactamente donde los había percibido.

– Ya lo tengo -dije, y mi voz resonó a través del silencio.

– Muy bien -respondió Lucas, mirando hacia donde yo estaba.

– ¿Y cómo funciona esto? -preguntó Troy.

– Si camino lentamente, seré capaz de detectar a cualquiera que esté en un radio de seis metros.

– Excelente.

Respiré hondo.

– Muy bien, allá va.

Tenía dos alternativas. Que me condujeran con los ojos cerrados, como a un espiritista excéntrico, o abrir los ojos y mantener la mirada en el suelo. Naturalmente, elegí la segunda opción. Cualquier cosa con tal de no parecer una idiota.

Lucas y Troy me siguieron. A los pocos metros, sentí que el hechizo se debilitaba. Traté de no dejarme llevar por los nervios y de que no me entrara el pánico, puesto que no estábamos bajo presión. Estaba engañándome a mí misma, pero durante un rato mantuve la compostura. Me relajé, y el hechizo renovó toda su fuerza.

Había presencias débiles que se percibían en los límites de la conciencia. Cuando me concentré en ellos, permanecieron amorfos. Pequeños mamíferos, probablemente ratas. Una imagen pasó como un relámpago por mi mente: una novela que una amiga y yo habíamos «tomado prestada» de su hermano mayor cuando éramos niñas. Trataba de unas ratas que enloquecían y se comían a las personas. Había una escena en la que… Desplacé la imagen y mi mirada se deslizó por el terreno buscando excrementos de ratas.

El hechizo fluctuaba, pero seguí andando. Terminamos una franja de seis metros de ancho y comenzamos con la siguiente. Avancé sorteando obstáculos en un campo minado de latas de cerveza y eludiendo la negra cicatriz de lo que había sido una hoguera. Entonces capté una presencia dos veces más fuerte que las otras.

– He encontrado algo -dije.

Me apresuré hacia la fuente de mi percepción, trepé por los restos de un muro de un metro de altura, y espanté a un gato grande de rayas grises. El gato lanzó un chillido y salió corriendo por la explanada, llevándose consigo la presencia que yo había percibido. El hechizo cesó abruptamente.

– ¿Era eso? -preguntó Troy.

– No puedo… -Le lancé a Lucas una mirada irritada. Sabía que él no la merecía, pero no podía evitarlo. Salí corriendo hacia el otro extremo de la franja, cogí un palo y hurgué con él en un montón de harapos.

– ¿Paige? -dijo Lucas acercándoseme por detrás.

– No. Sé que es una reacción excesiva…

– No has fallado. El hechizo estaba funcionando. Encontraste al gato.

– Si no puedo establecer la diferencia entre un gato y un chico de dieciséis años, entonces no, no está funcionando. Dejémoslo, ¿vale? Debería estar buscando a Jacob, y no haciendo pruebas de campo con hechizos.

Lucas seguía detrás de mí, tan cerca que podía sentir el calor de su cuerpo. Bajó el volumen de su voz al nivel de un murmullo.

– ¿A quién le importa que descubras uno o dos gatos mientras indagas? Troy ignora cómo se supone que debe funcionar el hechizo. Tenemos mucho terreno que explorar.

Demasiado terreno. Llevábamos allí por lo menos treinta minutos y apenas habíamos cubierto cien metros cuadrados. Pensé en Jacob oculto quién sabía dónde, esperando ser rescatado. ¿Y si se hubiera tratado de Savannah? ¿Me habría dedicado a pasear por el terreno, metiéndome con Lucas?

– ¿Podríais vosotros dos continuar con la búsqueda por vuestra cuenta? -susurré para que Troy no pudiera oírme-. No quiero…, no quiero que dependáis de mi hechizo.

– Está bien. Cubriremos el terreno con mayor rapidez de esa manera. Contamos con mi hechizo de luz, por débil que sea. Tú llévate el tuyo, ve al otro extremo del terreno y comienza allí.