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– ¡Mierda!

– ¡Efectivamente! Está dificultando las cosas al equipo de búsqueda. Sin querer, por supuesto, pero se encuentra muy alterado. Están comprensiblemente preocupados, dadas las habilidades de Griffin.

– ¿Qué clase de semidemonio es? -pregunté.

– Un Ferratus -dijo Lucas.

Uno de los semidemonios menos comunes. Es tan raro que tuve que traducir el nombre del latín para recordarlo. Ferratus. Cubierto de hierro. Un semidemonio dotado de una sola habilidad, nada desdeñable, por cierto. Cuando un semidemonio Ferratus invocaba su poder, la piel se le ponía dura como el hierro. No cabe sorprenderse de que Benicio se hubiese llevado a Griffin de los St. Cloud. Era el guardaespaldas perfecto…, y la última persona que uno querría ver furiosa.

– Dennis me ha pedido que interceda -dijo Lucas-. Están sólo a unas calles de distancia. Sugiero que caminemos, y mientras avanzamos cubramos el área intermedia.

– Yo podría quedarme aquí… -empecé a decir.

– No -respondieron a coro ambos hombres.

Los seguí por la callejuela.

* * *

A medida que caminábamos, me fui quedando atrás. Ya que estábamos en movimiento, podía lanzar al mismo tiempo mi hechizo de percepción y ver si pescaba algo. No veía razón para hacerles saber lo que estaba haciendo, pues eso no haría más que aumentar la presión por conseguir resultados. Como ellos examinaban cada rincón y cada grieta mientras caminaban, suponían que yo hacía lo mismo y no advirtieron que iba quedándome atrás.

Encontré otros dos gatos callejeros. Mi tarea paralela con Control Animal parecía de lo más prometedora. Desde un punto de vista positivo, en cuanto percibí al gato número tres, supe que se trataba de un felino, lo cual significaba que estaba aprendiendo a distinguir entre las fuerzas de las distintas presencias.

Acababa de hallar mi cuarto gato vagabundo, cuando nos llamó una voz distante. Miré por la callejuela y vi que varios hombres se aproximaban a Troy y a Lucas. La segunda partida de búsqueda. Aceleré el paso. Había adelantado unos tres o cuatro metros cuando sentí otra presencia. Más fuerte que la de un gato, pero… Me detuve y me concentré. No, era demasiado débil para tratarse de un ser humano. Di otro paso. Mis pies parecían de plomo mientras una persistente incertidumbre me palpitaba en el cerebro. Demasiado fuerte para ser un gato, demasiado débil para un ser humano. ¿Qué era entonces?

Más lejos, los hombres formaban un grupo, y sus voces me llegaban sólo como oleadas de sonidos. Lucas me vio, pero no me llamó. Permiso tácito para seguir buscando. De modo que no había daño alguno en verificar esa presencia. La localicé en un corredor lateral. Me volví para mostrarle a Lucas hacia dónde iba, pero ya no estaba en el grupo. Había ido, sin duda, a buscar a Griffin y a tranquilizarlo. Yo iría rápidamente por el callejón y volvería antes de que él notara mi ausencia.

Identifiqué la presencia en un portal que daba a la calleja. Estaba abierto porque alguien había colocado un rollo de cartón sucio. Un cartón mojado que sostenía una puerta que se abría hacia dentro. Toqué la puerta buscando signos de humedad, pero estaba seca. Una noche sin viento y una llovizna no podían explicar el cartón empapado, lo que significaba que alguien lo había traído de la calle durante la última hora, poco más o menos.

Dudé antes de entrar, produje una bola de fuego y luego la desplacé hacia la entrada, donde iluminaría la habitación interior. Crucé el umbral. La habitación estaba vacía, salvo por un montón de harapos que se veía en un rincón. La presencia que yo percibía venía de ese rincón, de algún lugar bajo los harapos. Cuando acerqué la bola de luz, vi que no eran harapos, sino una manta sucia y apolillada. De ella sobresalía una zapatilla de tobillo alto que llevaba el ubicuo signo de Nike.

Me apresuré a cruzar la habitación, me puse de rodillas y tiré de la manta. Allí yacía un hombre, encogido en posición fetal. Toqué su brazo desnudo. Frío. Muerto. La presencia se había debilitado aún más desde que la detecté por primera vez. Se había ido disipando a medida que desaparecían los últimos signos de calor corporal. Me inundó una tremenda tristeza, y un alivio no exento de culpabilidad al ver que esa persona no era el muchacho que yo buscaba.

Me eché hacia atrás. Al hacerlo, mi sombra se apartó del rostro del hombre y advertí que no era de ningún modo un hombre. El tamaño me había engañado, pero ahora, al ver los rasgos suaves y los ojos asustados, supe que estaba viendo al hijo de Griffin.

Rápidamente le toqué el cuello, para comprobar si había señales de vida, pero era consciente de que no iba a encontrar ninguna. Lo puse boca arriba para verificar si su corazón latía. Cuando le separé los brazos del pecho, contuve la respiración al ver que tenía la camiseta ensangrentada y desgarrada por las puñaladas.

– ¡Paige! -llamó Lucas desde algún lugar del exterior.

– ¡Aquí! -La voz me salió entrecortada. Tragué saliva y lo intenté de nuevo-. ¡Aquí adentro!

Me puse de pie, volví a ver la camiseta ensangrentada de Jacob y me incliné para cubrirlo con la manta. Sus ojos, muy abiertos, parecían clavados en los míos. Mucha gente creía que se podía ver el último momento de la vida de un hombre impreso en sus ojos. Miré los de Jacob y efectivamente contemplé ese último momento. Vi un terror impotente e insondable. Me mordí los labios y me obligué a cubrirlo con la manta.

Sentí un ruido a la puerta. Una sombra grande llenaba el marco de la misma.

– Troy -dije-. Bien. No dejes pasar a nadie hasta que hable con Lucas.

El hombre cruzó la habitación de unas zancadas. Aun antes de verle el rostro supe que no era Troy.

– Griffin -dije, saltando hacia atrás para ocultar el cuerpo de Jacob-. Yo… Me tomó por los hombros y me apartó violentamente de su camino. Me di contra el suelo. Por un momento, permanecí allí, aturdida. Ese momento fue lo suficientemente largo como para que Griffin se arrodillara ante su hijo y retirara la manta.

Un aullido cortó el aire. Una maldición, un grito, otro aullido. El golpe de un puño contra el ladrillo. Otro. Luego otro. Miré hacia arriba y vi una niebla de polvo de ladrillo y cal y, a través de ella, a Griffin golpeando la pared, y con cada golpe un alarido que no parecía de este mundo.

– ¡Griffin! -grité.

No podía oírme. Lancé un hechizo de paralización, demasiado rápido, y falló. De fuera llegaba el sonido de voces y de personas corriendo, pero pronto el furioso dolor de Griffin lo ahogó. Caía un granizo de ladrillos rotos mezclado con astillas de madera y piedra. Un guijarro me rozó el hombro, mientras el edificio se sacudía bajo la fuerza de los golpes de Griffin.

En unos pocos minutos algo iba a ceder -el techo, una pared, algo-. A través del polvo, veía la puerta abierta, que me llamaba a la seguridad. Pero en lugar de moverme, cerré los ojos, me concentré y lancé nuevamente el hechizo de paralización. A mitad de camino del proceso de encantamiento, un pedazo de ladrillo me golpeó el brazo y estuve a punto de caer hacia atrás. Caía ahora más ladrillo, trozos de mayor tamaño, lo bastante grandes como para hacer daño. Apreté los dientes, cerré los ojos y lancé el hechizo una vez más.

El golpeteo cesó. Mantuve el conjuro durante unos pocos segundos antes de atreverme a abrir los ojos. Cuando lo hice, vi a Griffin, con su puño detenido en el aire. Gruñó entre dientes, refunfuñó, trató de liberarse, pero puse todo cuanto tenía para mantenerlo quieto. Nuestras miradas se encontraron. Sus ojos estaban oscurecidos por la ira y el odio.

– Lo lamento -dije.

Lucas y los demás entraron corriendo en la habitación.

Pruebas de un patrón

Dos atroces horas más tarde, volvimos al vehículo. Los del equipo médico de emergencia habían llevado el cuerpo de Jacob a la morgue de la Camarilla para que se examinara y se le efectuara una autopsia. Un equipo forense estaba estudiando el lugar del crimen. Varios investigadores peinaban el área en busca de testigos y pistas. Un procedimiento estándar para la investigación de un asesinato. Sin embargo, todos y cada uno de esos profesionales, desde el fiscal hasta el fotógrafo, eran sobrenaturales, y empleados de la Camarilla Cortez.