Recibimos a Savannah en el aeropuerto. Cuando digo «recibimos», me refiero a Lucas, a mí y a Troy. Sí, Troy seguía estando con nosotros, aunque mi intención era que volviese con su patrón después del almuerzo. No es que yo tuviera nada contra Troy, pero me resultaba inquietante tener a un inmenso semidemonio pegado a los talones. Savannah, en cambio, se adaptó de inmediato a nuestra nueva sombra, como si tener un guardaespaldas/chófer fuese algo completamente naturaclass="underline" una prueba más de que por sus venas corría sangre real de las camarillas.
Después del desayuno, respondimos a las preguntas de Savannah sobre los ataques. Escuchó con más curiosidad que preocupación. El altruismo no es uno de los puntos fuertes de Savannah. Me digo que es algo que no tienen los adolescentes, pero sospecho que hay algo más en ella.
– Estupendo, siempre y cuando no vuelvan a secuestrarme -dijo-. Dos veces en un año es suficiente para cualquiera. Desde luego, debo de ser la chica que más peligro corre en el mundo.
– Eres especial.
– Sí, bueno -replicó-, ser especial no parece traer más que problemas. Ahora comprendo por qué mi madre cambiaba de casa con tanta frecuencia. -Nos miró alarmada-. No tendremos que volver a mudarnos, ¿verdad?
– No se trata de esa clase de problemas. Todo lo que tenemos que hacer es encontrarte un lugar seguro para que estés allí mientras yo busco a ese tipo.
– ¿Qué? -Pasó de mirarme a mí a mirar a Lucas-. De ninguna manera. Me estáis gastando una broma, ¿no es así?
– Paige no puede investigar si está preocupada por ti, Savannah.
Sus ojos se clavaron en los míos.
– Tú no lo harías. No me mandarías lejos.
Abrí la boca, pero la culpa me agarrotó la garganta.
– Savannah… -le advirtió Lucas.
Savannah clavó los ojos en mí.
– ¿Te acuerdas de la última vez? Dijiste que no me dejarías. Nunca.
– Savannah… -La voz de Lucas se hizo más severa.
– Podemos trabajar juntas en el caso. Tienes todos esos nuevos hechizos. Puedes protegerme mejor que nadie. Yo confío en ti, Paige.
Un golpe bajo. Con dificultad, pude musitar:
– Yo…, nosotros…
Entonces Lucas le dijo quién iba a cuidar de ella.
Savannah pestañeó y enseguida se acomodó en la silla.
– Bueno, ¿y por qué no me lo habéis dicho antes? -Tomó un sorbo de zumo de naranja-. Ah, ¿y eso significa que no voy a ir al colegio?
Después del desayuno, volvimos al aeropuerto a despedir a Lucas. Mientras Savannah charlaba con Troy, Lucas y yo considerábamos cuáles serían mis próximos pasos en el caso.
– El chico al que atacaron primero, Holden -dije-. También él llamó a la línea de emergencia. ¿No te parece que es extraño? ¿Que casi todas las víctimas tuviesen tiempo de pedir ayuda antes de ser atacadas? En el caso de Jacob, me lo explico, porque tenía un teléfono móvil. ¿Pero los otros?
– Considero seriamente la posibilidad de que se les permitiera hacer la llamada, puede que prolongando la cacería de manera que pudiesen llegar a un teléfono.
– ¿Pero porqué?
– Ya era demasiado tarde para que llegara la ayuda, de modo que probablemente el asesino se estaba asegurando de que el caso permaneciera bajo la jurisdicción de una camarilla, y de que los humanos no fuesen los primeros en encontrar a las víctimas. No obstante, tenemos que centrarnos en los hechos, más que en las interpretaciones. Es muy pronto para eso.
– Hablando de hechos, ojalá Holden haya visto a su agresor. -Me asaltó un pensamiento-. Lo que necesitamos es el informe presencial de alguien que se suponía que no iba a escapar. Necesitamos a un nigromante.
Lucas movió la cabeza de un lado a otro.
– Es una buena idea, pero con las víctimas de asesinato es muy difícil comunicarse poco después de haber muerto, y en las raras ocasiones en que un nigromante logra establecer contacto, los espíritus están casi siempre demasiado traumatizados para recordar los detalles que rodearon sus muertes.
– No me refiero a Jacob. Me refiero a Dana. Un buen nigromante puede establecer contacto con alguien que está en coma.
– Tienes razón, me había olvidado de eso. Excelente idea. Conozco a varios nigromantes, uno de los cuales me debe importantes favores. Durante el vuelo, haré algunas llamadas y veré cuál de ellos puede llegar antes a Miami.
Hora de visita
Antes de llevar a Savannah al aeropuerto, los guardias de la Camarilla la habían acompañado a nuestro apartamento para que recogiera más ropa. Benicio le había pedido también que nos hiciera las maletas a Lucas y a mí, puesto que habíamos llegado a Miami con lo puesto. Una actitud considerada de su parte, tengo que reconocer. Yo estaba demasiado preocupada por Savannah como para pensar en eso. El único aspecto negativo de eso fue que Savannah recogió lo que ella creía que debíamos ponernos.
Lucas se había llevado su maleta al jet sin abrirla, probablemente porque temía que la expresión de su rostro al ver el contenido pudiera hacerle sentir a Savannah que sus esfuerzos no eran apreciados. A pesar de que Lucas tenía muy poca ropa informal, yo sospechaba que absolutamente toda estaría en aquella maleta, y ninguna prenda adecuada para vestir en los tribunales. Pero confiaba en que se le hubiera ocurrido incluir algunos calcetines y algo de ropa interior.
Cuando deshice mi maleta, comprobé que la falta de ropa interior no sería un problema para mí.
– ¿Qué es lo que hiciste?, ¿volcar en la maleta todo el cajón de mi ropa interior? -pregunté, tratando de desenredar una maraña de sujetadores.
– Por supuesto que no. No creo que se fabriquen maletas tan grandes como para eso. -Tiró de un par de ligas que estaban enredadas con los sujetadores-. ¿De verdad usas estas cosas? ¿O son solamente para el sexo?
Le quité las ligas de las manos.
– Claro que las utilizo.
Por supuesto que cuando me las ponía era sólo porque aumentaban la ventaja sexual de las faldas, ventaja que es muy difícil de aprovechar si se llevan pantys. Sin embargo, ésa era una información que no estaba dispuesta a compartir con cualquiera, bueno, aparte de Lucas, aunque él, obviamente, ya la conocía.
– Me prometiste que yo tendría cosas de éstas cuando estuviera en secundaria -dijo, levantando un par de medias de seda.
– Yo nunca prometí tal cosa.
– Bueno, yo te lo mencioné y tú no dijiste que no. Es lo mismo que prometer. ¿Sabes la vergüenza que da cambiarse en un vestuario y que las chicas me vean usar esas bragas de algodón como las de las abuelas?
– Más razón para que sigas usándolas. Si te da vergüenza que las vean las chicas, más vergüenza te daría que las viesen los chicos. Son el cinturón de castidad de los tiempos que corren.
– Cuánto te odio. -Se tiró hacia atrás despatarrada sobre la cama, y luego levantó la cabeza-. ¿Sabes una cosa? Si no me las compras, podría engañarte y comprármelas yo misma. Eso sí que estaría mal.