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– Yo… lo he oído…, me parece.

– Es un grupo de brujas. Paige era miembro del Aquelarre y ayudaba a las brujas que formaban parte de él, pero ahora trabaja por su cuenta para poder ayudar a todas las brujas. -Una manera muy amable de expresarlo. Le agradecí mentalmente a Jaime el giro positivo-. Lo que quiero que hagas es que le digas todo lo que recuerdes, y entonces ella te hará algunas preguntas y, así, cogeremos a ese tipo antes de que te despiertes.

De modo que Dana estaba bien. Gracias a Dios. Me relajé por primera vez desde que habíamos entrado en la habitación.

Dana preguntó cuándo se despertaría.

– Un día de estos -respondió Jaime-. Tu padre va a venir pronto…

– ¿Papá? Sabía que vendría. ¿Está mi madre ahí?

– Ha estado yendo y viniendo -contestó Jaime-. Cuidándote.

– ¿Y estarán aquí cuando despierte?

– Seguro que sí. Ahora, ¿puedes decirle a Paige lo que viste?

– Seguro. Hola, Paige.

Abrí la boca, pero Jaime respondió por mí.

– No vas a poder oír a Paige, cariño. Yo tendré que transmitirte sus mensajes. Pero la verás cuando te despiertes. Ha estado muy preocupada por ti.

Dana sonrió a través de Jaime, la sonrisa de una niña que no estaba acostumbrada a que la gente se preocupara por ella. Yo me aseguraría de que su padre se enterara de la situación de Dana con su madre y, si era el tipo de padre que Benicio decía, Dana nunca más tendría que pasar otra noche en las calles. Si él no se ocupaba, entonces lo haría yo misma.

– Lo intentaré -dijo Dana-. Pero… no me acuerdo muy bien. Está todo muy confuso, como algo que hubiera visto en la televisión hace mucho tiempo y no pudiera recordarlo con claridad.

– Está bien, Dana -la tranquilizó Jaime-. Sabemos que no recordarás mucho, de modo que si no lo haces, lo comprendemos, pero si efectivamente te acuerdas de algo, cualquier cosa, sería fantástico.

– Bueno, era domingo por la noche. Volvía a casa de una fiesta. No estaba drogada ni nada de eso. Me había fumado un porro, pero nada más que eso, sólo uno que compartí con ese muchacho que conocí. De modo que volvía caminando a casa por el parque…, sé que eso suena estúpido, pero en esa zona el parque me parecía más seguro que las calles, ¿sabes? Iba con cuidado, sin abandonar el sendero, mirando y escuchando, y entonces…

Arrastró la voz y se quedó callada.

– ¿Y entonces qué, Dana? -la animó Jaime.

– Entonces… creo que debe de habérseme olvidado lo que ocurrió después, porque lo único que recuerdo es que, de repente, había un hombre detrás de mí. Puede que lo oyera venir, puede que tratara de correr, pero no lo recuerdo.

– Pregúntale… -empecé a decir.

Dana continuó.

– Sé que tú querrás saber cómo era el tipo ese, pero no lo vi realmente. Sé que yo tendría que haber…

– Bueno, si hubiera sido yo -dijo Jaime-, habría tenido tanto miedo que no recordaría nada. Lo estás haciendo muy bien, niña. Tómate tu tiempo y dinos lo que puedas.

– Me agarró, y lo que recuerdo después es que estaba tirada en el suelo, lejos del sendero, en ese bosque. En cierto modo estaba despierta, pero no del todo, y muy cansada. Sólo quería dormir.

– ¿Drogada? -pregunté.

Jaime reformuló la pregunta.

– Supongo que sí. Sólo que no sentía…, sólo recuerdo que estaba cansada. No creo que me atara siquiera, pero no me movía. No quería moverme. Sólo quería dormir. Entonces me puso esa soga alrededor del cuello y me desmayé, y luego me encontré aquí.

– Quiero hablar de la llamada telefónica que hiciste -dije.

– ¿Llamé por teléfono?

– A la línea de emergencia -respondí-. A la Camarilla, el lugar donde trabaja tu padre.

– Ya sé a lo que te refieres, pero no lo recuerdo. Papá nos obligó a mi hermana y a mí a memorizar el número, y sé que debo llamarlos en primer lugar, de modo que lo habré hecho.

Intenté ayudarla a recordar con algunas preguntas sobre su agresor: sobre su voz, su acento, las palabras que usaba, cualquier cosa que pudiera habérsele quedado grabada en la mente, así como sobre su aspecto físico, pero no pudo decirme gran cosa, salvo que no sonaba como alguien «de aquí».

– Ah, dijo una cosa que me pareció rara. Cuando empezó a ahogarme. Parecía como si estuviese hablando con alguien, pero allí no había nadie. Como si estuviese hablando consigo mismo, sólo que usó un nombre.

Extremé mi atención.

– ¿Lo recuerdas?

– Me parece que era Nasha -contestó Dana-. Por lo menos así sonaba.

– Pregúntale qué fue exactamente lo que dijo -pedí, y Jaime así lo hizo.

– Dijo que estaba haciendo aquello por esa persona, ese tal Nasha -contestó Dana.

– Un sacrificio ritual -dije yo a mi vez.

Jaime afirmó con la cabeza. Continuamos estimulando la memoria de Dana, pero era obvio que sólo estaba parcialmente consciente cuando oyó hablar a su agresor. Después pasamos otra vez al criminal. Era, con bastante certeza, sobrenatural, y podía haber hecho algo que revelara cuál era su raza, pero Dana no lo recordaba. Como hija de una bruja y un semidemonio, ella estaba familiarizada tanto con el lanzamiento de hechizos como con las muestras demoníacas de poder, pero el agresor no había dado señales ni de una cosa ni de la otra.

– Lo has hecho muy bien, cariño -dijo Jaime cuando yo le indiqué que ya no tenía más preguntas-. Nos has prestado una gran ayuda. Muchísimas gracias.

Dana sonrió a través de Jaime.

– Yo debería darles las gracias a ustedes. Y lo haré, cuando despierte. Las llevaré a almorzar a algún sitio. Yo invito. Bueno, yo y mi padre.

– Se… seguro, cariño -respondió Jaime con una mirada vacilante-. Así lo haremos. -Me miró-. ¿Puedo dejarla marchar ya?

Afirmé con la cabeza y cerré mi pluma.

– Dile que la veré cuando despierte.

Unos minutos después, Jaime se puso de pie y se masajeó los hombros.

– ¿Estás bien? -le pregunté.

Emitió un sonido que no indicaba nada y alargó la mano hacia su bolso. Contuve un bostezo, y pasé entonces al baño para echarme agua fría en la cara.

– Bueno, ¿tienes idea de cuándo recobrará el conocimiento? -le pregunté cuando regresé a la habitación.

– No lo hará.

Me detuve y me di la vuelta lentamente. Jaime estaba ocupada con algo que tenía en el bolso.

– ¿Qué?

Jaime no levantó la vista.

– Ya ha cruzado al otro lado. Se nos ha ido.

– Pero tú…, tú dijiste…

– Sé lo que dije.

– Le dijiste que estaba bien. ¿Cómo pudiste…?

La mirada de Jaime se encontró violentamente con la mía.

– ¿Y qué se supone que debía decirle? ¿Lo lamento, nena, estás muerta, pero no lo sabes todavía?

– Oh, Dios mío. -Me hundí en la silla más próxima-. Lo siento mucho. No pretendíamos…, yo no pretendía… ponerte en esa…

– Son gajes del oficio. Si no era yo, otro lo habría hecho, ¿no es cierto? Tienes que atrapar a ese desgraciado, y ésta ha sido la mejor manera de obtener información, de modo que… -Se pasó la mano por la cara-. Realmente me vendría bien un trago. Y un poco de compañía. Si no tienes inconveniente.

Me levanté de la silla.

– Por supuesto.

Un especial dos-por-uno

Aunque aún me encontraba en estado de shock por la suerte de Dana, mis sentimientos quedaban en segundo plano respecto de los de Jaime. Era ella la que necesitaba apoyo, y yo estaba encantada de proporcionárselo.

Me había fijado en que cerca de la clínica había un bar donde se tocaba música de jazz, esa clase de lugar que tiene cómodos reservados tapizados con terciopelo, en los que uno podía sentarse cómodamente y disfrutar de una banda en directo que nunca tocaba con un volumen tan alto que impidiera la conversación. Podíamos ir allí, tomar unas copas y comentar nuestra difícil tarde e incluso llegar tal vez a un mejor entendimiento mutuo.