Emily ya se había preguntado aquello.
– Me dijo que me echaría de menos.
– Claro que lo hará. Igual que te echó de menos tu padre cuando estaba separado de ti.
Emily no estaba tan segura de aquello.
– Nunca me llamó, ni vino a verme.
Bev asintió.
– Algunas veces pasa, y cuando los adultos hacen algo así, se sienten muy culpables, y no saben cómo arreglar las cosas. Sobre todo, con los niños. Sin embargo, ahora que estás con tu padre, yo sé que tú puedes ver en sus ojos todo lo que te quiere. Yo lo veo.
– ¿De verdad?
– Sí. Siempre que entra en esta casa, se le ilumina la cara. Está tan brillante que podría encenderse como una linterna.
Emily se rió al imaginarse a su padre con una bombilla en la cabeza.
– Eres muy divertida.
– Gracias -le dijo Bev.
Dejó las cartas sobre la mesa y abrazó suavemente a la niña.
– Eres muy valiente, y sé que todo esto ha sido muy duro para ti, pero ahora estás a salvo. Estás a salvo conmigo y con tu padre.
Emily sacudió la cabeza.
– No -dijo Emily, y frotó la mejilla contra el suave vestido de Bev.
– ¿Por qué no? ¿Porque es malo?
– No. Porque no vino a buscarme. Tenía que hacerlo.
– Ya. Y ahora estás enfadada con él, ¿verdad?
Emily abrió la boca para responder, pero volvió a cerrarla. ¿Estaba enfadada? ¿Era eso? Lentamente, asintió.
– Y aunque tu padre te diga que te quiere, tú no sabes si puedes creértelo.
Emily asintió de nuevo. Bev lo sabía.
– Y cuando estás enfadada con tu padre, piensas en tu madre. Y empiezas a preguntarte si ella te echa de menos.
A Emily se le llenaron los ojos de lágrimas y se acurrucó contra Bev.
– ¿Qué pasará si los dos se olvidan de mí?
– Cariño, eso no va a ocurrir. ¿Cómo iba a olvidarte alguien? Sólo han pasado dos días y yo sé que nunca podría olvidarme de ti. Sin embargo, entiendo lo que sientes. Te entiendo.
Aquéllas eran las palabras más preciosas que Emily había escuchado en su vida. Se quedó un largo rato en brazos de Bev, y cuando comenzó a sentirse mejor, levantó la cabeza de nuevo.
– ¿Vas a decirle a mi padre lo que te he contado?
– ¿Yo? ¿Traicionarte y contar tu secreto? ¡Jamás! Estoy asombrada de que me lo preguntes.
Emily sonrió.
– Eres muy divertida.
– Eso es cierto -dijo, mientras le acariciaba el pelo a la niña-. No le diré a tu padre lo que me has contado, pero sí le diré que tiene que seguir esforzándose para que tú te sientas segura. Y también te diré a ti que tienes que abrir el corazón e intentar perdonarlo. Si tu padre no estuviera intentándolo, yo estaría de acuerdo contigo en que siguieras enfadada. Pero él lo está intentando de veras, y te quiere muchísimo. ¿No sería una pena que te perdieras todo eso por darle la espalda?
Emily no entendía por completo lo que le estaba diciendo Bev, pero sí sabía que le estaba pidiendo que no fuera mala.
– Tengo miedo. ¿Y si vuelve a abandonarme?
– Pero, ¿y si no te abandona? ¿Vas a pasarte toda la vida esperando algo malo?
– No lo sé…
– Tienes que pensarlo. Y siempre que quieras, puedes hablar conmigo. O con Jill. No estoy tan segura de que puedas hablar con Elvis. No creo que él dé muy buenos consejos.
Emily se rió.
– No habla.
– No, pero siempre tiene una opinión para todo -dijo Bev, y la abrazó con fuerza-. ¿Estás mejor?
Emily asintió, y después se acurrucó de nuevo. Se sentía mejor. Ya no tenía el estómago encogido, y se dio cuenta de que estaba deseando que su padre llegara a casa para verlo. Quería saber si realmente se le encendía la cara como una linterna cuando la veía.
– ¿Quieres que te lleve a casa? -le preguntó Mac a Jill cuando terminó la reunión.
Jill tomó la caja de folletos y sobres que finalmente le había endosado Pam y asintió.
– Sí, gracias -respondió Jill, y los dos se dirigieron al coche de Mac-. Aunque, si van a seguir dándome trabajos como éste, tendré que utilizar el coche de Lyle e intentar arañarlo yo misma. Es una parte importante de mi gran venganza.
– No quiero saberlo -dijo Mac mientras abría la puerta del copiloto para que ella entrara-. No quiero saber nada de tu venganza.
– Vamos, no te pongas quisquilloso. No voy a hacer nada ilegal.
– Ya. Así es como empieza todo. Y después, las cosas se le escapan a uno de las manos.
– ¡Ja! -dijo Jill. Mac cerró la puerta, rodeó el coche y se sentó tras el volante. Ella continuó-. Me gustaría aprovechar este momento para señalar que, de los dos, tú eres el único al que han arrestado por robo de coches.
– Eso fue hace mucho tiempo -dijo él.
Parecía que había ocurrido en otra existencia. En realidad, aquel arresto era lo mejor que podía haberle sucedido en la vida.
Puso en marcha el motor y comenzó a conducir.
– La tía Bev se va a poner muy contenta cuando sepa que voy a trabajar para el centenario -musitó Jill-. Quizá incluso le pida que rellene los sobres por mí.
– No serás capaz.
Jill lo miró fijamente y sonrió.
– En eso tienes razón, pero sí voy a llevar los sobres mañana al despacho y voy a pedirle a Tina que lo haga ella. No trabaja demasiado, y esto podría ser un buen cambio.
– Además, todo sería por una buena causa.
Él siguió conduciendo por las calles tranquilas. Le gustaba su pueblo, y además se había convertido en su responsabilidad. Quería hacerle un buen servicio a la gente. Jill, por otro lado, estaba contando los días que le faltaban para poder marcharse. Si no hubiera tenido aquel problema con Lyle, ni siquiera estaría allí.
– Y, si tu ex marido es tan horrible, ¿por qué te casaste con él?
Jill sacudió la cabeza.
– Buena pregunta. Creo que fue por juventud e ignorancia. Nos conocimos en la Universidad. Lyle era divertido y amable, y guapo.
– ¿Te había engañado alguna otra vez?
– No, que yo sepa. Yo le he perdonado otras cosas, pero eso no se lo habría perdonado. Al principio, las cosas iban bien. Estábamos en un grupo de estudio. Él no era el más listo, pero se las arreglaba.
Mac giró hacia la calle en la que vivían.
– Deja que lo adivine. Tú eras la más lista de los dos.
Ella inclinó la cabeza y lo abanicó con las pestañas.
– Claro -respondió coquetamente, y después siguió hablando en serio-. Durante la carrera yo le ayudaba con los trabajos y los exámenes. Después, cuando buscábamos trabajo, Lyle no recibía demasiadas ofertas, así que cuando yo hice mi última entrevista, les dije a los socios del bufete que quería que contrataran también a Lyle. Después, nos casamos. Ahora sé que fue una estupidez, pero entonces, como ya te he dicho, era joven y creía que estaba enamorada. Y al final, él ha conseguido que me echaran del trabajo a mí.
En aquel momento, llegaron a casa y Mac apagó el motor. Se quitó el cinturón de seguridad y se volvió hacia ella.
– ¿Y sabes qué ha podido ocurrir?
– No. Envié unos correos electrónicos a un par de personas, y mi secretaria personal está investigando también. Yo aporté muchos clientes a la empresa, más que ningún otro asociado. Hice un buen trabajo, mis clientes estaban muy contentos y bien representados…
– Entonces, crees que Lyle ha tenido algo que ver.
– Sí. Esa comadreja mentirosa y rastrera…
Su energía hizo que el aire chispeara, y su intensidad no hacía más que añadirle atractivo. Era toda una mujer, y Mac sabía que no debería estar pensando en ella. No sólo querían cosas muy diferentes, sino que además, tenía que recordarse una vez más que acostarse con la hija del juez Strathern no era la mejor manera de pagarle todo lo que había hecho por él.