Jill quiso decirle que todo iba a salir bien, pero no lo sabía a ciencia cierta.
– ¿Quieres ir? -le preguntó.
– Sí, quiero ir. Dejemos esto para más tarde.
– Claro.
Él salió de la oficina rápidamente. Jill salió un poco después. Cuando llegó al mostrador de entrada, se detuvo.
– Wilma, tú has vivido aquí mucho tiempo, ¿verdad?
– Sí -respondió la mujer-. De toda la vida.
– ¿Conoces a Andy Murphy?
– Oh, sé de él.
A Jill no le gustó cómo sonaba aquello.
– ¿Qué quieres decir?
– Ese chico tiene muy malas pulgas.
– ¿Y crees que las tiene también con su mujer?
– Nadie ha visto nada, si es lo que me estás preguntando.
Jill asintió.
– Entiendo que no puedas acusarle de nada. ¿Ha habido alguna denuncia por maltrato doméstico?
– No, pero yo creo que debería haberlas.
Capítulo 10
Mac condujo hasta la casa de Bev y vio un coche desconocido, de unos cuantos años, aparcado en su calle.
Hollis, pensó Mac. Tuvo ganas de entrar en la casa y sacar al muchacho a empujones, pero si lo hacía, sabía que no volvería a ver a Emily. Aparcó y entró en su propia casa. Metió un plato congelado en el microondas y se lo comió de pie, mirando por la ventana hasta que vio que el coche de Hollis se marchaba. Entonces, fue a casa de Bev.
Llamó a la puerta.
– ¡Pasa! Está abierto -dijo Bev.
– Deberías cerrar con llave la puerta de entrada. Podría haber sido cualquiera -dijo Mac.
– Pero yo sabía que eras tú.
Emily y Bev estaban en la sala de estar, jugando al Monopoly de Disney. Había libros y películas infantiles por todas partes, y en medio de todo, las dos lo miraron y sonrieron. Mac se acercó a besar a su hija, y después Bev y él fueron a la cocina. Bev cerró la puerta.
– Estamos bien -le dijo.
– Pero él se ha quedado a comer -dijo Mac, intentando no hablar en tono de acusación.
– Era mediodía y teníamos hambre. ¿Habría sido mejor que lo hubiera echado?
– Sí.
Ella no dejó de mirarlo a la cara ni un instante. Finalmente, Mac suspiró y se apoyó contra la encimera.
– Lo sé, lo sé. Es mejor mantener cerca a tus enemigos.
– O no tener enemigos. Sé que Hollis es una amenaza para ti, pero no tenéis por qué ser adversarios en esto. A mí me parece que él está más que dispuesto a llegar a un compromiso contigo.
– Claro. Siempre y cuando yo cambie de trabajo.
– ¿Qué?
– Hollis piensa que los policías somos malos padres.
Bev apretó los labios.
– Eso es una completa tontería. Ahora me cae mucho peor. De todas formas, la visita ya ha terminado y salió muy bien. Él ha estado hablando con Emily. Le preguntó por el colegio, por sus amigas y por su vida aquí. Tú apenas apareciste en la conversación -le dijo, y le apretó suavemente el brazo-. Él no estaba intentando tenderte una trampa.
– Me alegro de saberlo.
– Ese chico no es el demonio.
– Siempre y cuando esté en posición de quitarme a mi hija, es el demonio, exactamente.
Bev asintió.
– Te entiendo. ¿Y qué va a hacer ahora?
– No lo sé. Supongo que hará un informe y volverá a trabajar.
– Si te sirve de algo, yo he sentido que las cosas iban bien.
– ¿Es un mensaje del más allá? Porque si te están dando información, podrías preguntarles los números de la lotería.
– Mi don no funciona así, y lo sabes.
Él se rió suavemente.
– Es una pena. Por lo menos, así habría sido práctico.
– Es bastante práctico ahora.
– Si tú lo dices… -él se inclinó y le dio un beso en la mejilla-. Gracias, Bev. Por todo.
Ella sacudió la mano.
– Vamos, ve a decirle adiós a tu hija.
Mac se despidió de Emily, y después fue al centro del pueblo en coche. Tenía que hacer una parada antes de volver a la comisaría.
La puerta principal de Dixon & Son estaba abierta. Mac entró en el imperio de los peces disecados, pero Tina no estaba en el mostrador.
– ¿Has vuelto? -dijo en voz alta.
– Sí. ¿Mac? ¿Eres tú?
– En carne y hueso.
Mac entró al despacho y se sentó frente a Jill.
– Siento muchísimo haberme marchado así -le dijo-, pero no podía quitarme a Hollis de la cabeza.
– Es lógico. No tienes por qué disculparte.
– Claro que sí. Me estabas intentando contar algo acerca de un tipo que maltrata a su mujer. Deberías haber tenido toda mi atención.
Jill arqueó las cejas.
– Hablas en serio.
– Desde luego. Esta ciudad es muy importante para mí. Todavía estoy intentando averiguar cómo cuidar de Emily y de ella a la vez, y hacer que todo el mundo esté contento -luego añadió, con un gesto de desagrado -: Todo el mundo, excepto el comité del muelle.
– ¿Qué han hecho para molestarte?
Él pensó en Rudy Casaccio en la reunión y se sintió más irritado aún.
– Ya te lo contaré. Sólo dime qué está pasando con tu cliente.
– Kim vino a verme a causa de una herencia, y me pareció que estaba muy asustadiza, que actuaba como si fuera maltratada frecuentemente. De hecho, me dio la impresión de que si pretendiera conservar la herencia para sí misma, se armaría una buena.
– Mencionaste un hematoma -dijo él.
Se sacó una libreta del bolsillo y comenzó a tomar notas.
– Tenía uno bastante grande en el hombro, con la forma de una mano. No sé, quizá esté imaginándomelo todo.
– Y quizá no. Lo comprobaré. Enviaré a unos agentes para que hablen con los vecinos. Y puede que envíe a Wilma a hablar con él. Todo el mundo se abre a Wilma. Pero si Kim no presenta una denuncia, no podremos hacer nada, a menos que pillemos a ese tío con las manos en la masa.
– Lo sé. Por eso no me especialicé en derecho de familia. Hay demasiadas ambigüedades y demasiado dolor. Prefiero una empresa fría, sin cara.
Él entendía aquello, pero también sabía que era imposible conseguirlo.
– No puedes escaparte de la gente -le dijo-. Créeme, yo lo he intentado.
Ella inclinó la cabeza.
– ¿Quieres contármelo?
– No.
– Ya me lo imaginaba. ¿Quieres un pez, en vez de eso? Estoy pensando en regalar una cuidada selección. Tú puedes elegir el primero.
Él miró alrededor, por las paredes.
– No, gracias. No me gustan mucho los peces.
– A mí tampoco, y mira dónde he terminado.
– ¿Qué quieres decir con eso de que tienes planes para la cena? -le preguntó Jill a su tía, mientras Bev terminaba de arreglarse.
– Creía que serías lo suficientemente inteligente como para entenderlo de una vez. Rudy me ha invitado a cenar, yo le he dicho que sí y vamos a salir los dos.
– ¿Con Rudy? ¿Qué es lo que sabes de él? -le preguntó, aunque con cuidado, porque Emily estaba sentada con las piernas cruzadas sobre la cama de su tía, muy interesada en la conversación.
– Sé que es un hombre encantador que sabe hacer que una mujer se sienta como una diosa.
– Pero… pero… tú no tienes citas. Tienes que cuidar de tu don.
– Una cita está permitida -dijo Bev-. Bueno, creo que ya estoy.
Se había puesto un vestido negro sin mangas, un chal de color rojo anaranjado y unos pendientes negros. Llevaba la melena suelta y estaba sensual, bella y muy parecida a una diosa.
– Bueno, espero tener tus genes -dijo Jill, resignada.
– Los tienes -le dijo Bev con una sonrisa. Se dio la vuelta y se detuvo frente a Emily-. ¿Qué te parece?
– Muy bien. Estás tan guapa como mi madre.
– Gracias. Ése es un buen cumplido, verdaderamente. Está bien, me voy.