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– El sábado no trabajo -le dijo Mac, mientras ponía las hortalizas en una ensaladera-. He pensado que podríamos ir a navegar.

Emily había estado a punto de decirle que llevaba una camiseta naranja y no roja, pero aquel comentario le quitó la idea de la cabeza. Había visto los barcos aquel mismo día, mientras estaba con Bev en la playa. Barcos con enormes velas blancas.

– ¿En el mar? -le preguntó, demasiado emocionada como para fingir que no le importaba.

Él la miró por encima del hombro y sonrió.

– No creo que podamos meter un velero en una piscina, así que mejor será que naveguemos en el mar.

– ¿Y tú sabes conducir un barco?

– He llevado veleros alguna vez. Una señora de mi trabajo, Wilma, tiene uno, y me ha dicho que nos lo presta. ¿Te parece divertido?

– Sí -dijo, moviéndose con impaciencia en la silla-. ¿Y yo podré llevarlo?

– Bueno, un poco -dijo él.

Acercó el cuenco de ensalada y lo puso sobre la mesa. Después abrió la nevera y sacó un plato de pollo que Bev les había preparado. Estaba cubierto de plástico, preparado para entrar al microondas. Emily se dio cuenta de que el pollo estaba cubierto de salsa de tomate.

Al verlo, se sintió mal. En casa de Bev, o cuando ellas salían, comía lo que quería, pero cuando estaba con su padre todavía hacía que la comida fuera del mismo color que su ropa. No creía que Bev se lo hubiera dicho a su padre, pero no estaba segura. ¿Se enfadaría mucho si se enteraba? ¿Se lo diría a su madre?

Emily no quería pensar en aquello. No le gustaba sentirse rara por dentro. Quizá debiera decirle algo. Quizá…

– Me gusta estar en Los Lobos -le dijo él, inesperadamente-. Me gusta mi nuevo trabajo. Es diferente de lo que hacía antes.

– ¿Te refieres a que antes eras policía y ahora eres el sheriff?

Él metió el plato en el microondas y lo puso en funcionamiento. Después se volvió a mirarla.

– En parte. El sitio donde trabajaba antes era muy diferente. Había más gente mala. No me gustaba tener que tratar con ellos. ¿Te acuerdas de que trabajaba muchas horas?

Emily sí se acordaba. Se acordaba de todas las veces que su madre y él habían discutido porque no estaba en casa. Asintió lentamente.

– Estabas muy cansado, y mamá me decía que no hiciera ruido para que tú pudieras dormir.

Él se apoyó contra la encimera.

– En mi trabajo ocurrió algo muy malo, Em. Un hombre con el que trabajaba murió.

Ella lo miró fijamente. Nadie se lo había dicho. Pensó en los amigos de su padre, los que llevaba a casa. Y en aquél al que hacía mucho tiempo que no veía.

– ¿El tío Mark?

Mac cerró los ojos brevemente.

– Sí.

– Oh.

Emily no supo qué decir. Había visto varias veces al tío Mark, y él siempre había sido muy bueno con ella.

– ¿Te pusiste muy triste? -le preguntó.

– Sí. Durante mucho tiempo. No podía dejar de pensar en lo que ocurrió. En cómo murió. Yo estaba allí.

Emily se estremeció. Ella no quería ver morir a nadie. Parecía demasiado horrible.

Su padre cruzó los brazos.

– Por dentro, dejé que una parte de mí se durmiera. Sabía que si despertaba a esa parte, pensaría en que Mark había muerto, y me pondría muy triste, y no quería. Así que dejé que siguiera durmiendo. Pero, al hacerlo, no me daba cuenta de que no podía ver lo que ocurría a mí alrededor. Entonces fue cuando mamá y tú os marchasteis.

Emily se recostó en el respaldo del asiento. No quería hablar de aquello. No quería sentirse tan mal por dentro.

– No pasa nada -susurró.

– Sí, Emily. Lo siento muchísimo. Cuando me di cuenta de lo que había pasado, de que te habías ido, quise recuperarte, pero aquella parte que tenía dormida me lo hizo muy difícil.

A ella le quemaban los ojos. Se mordió el labio inferior. No quería que él le dijera que lo sentía, sino lo mucho que la quería, y que deseaba estar con ella todos los días.

– Ahora las cosas son diferentes. Me he despertado -continuó su padre-, y estoy contento de que estemos juntos. Quiero que las cosas sean diferentes.

Ella sacudió la cabeza. No estaba segura de si decirle que no podrían ser diferentes si él no le decía que la había echado de menos más que a nadie en el mundo, y si no le decía cuánto la quería.

Sintió un dolor muy grande por dentro, como un gran agujero que se le abría en el pecho. Se sintió asustada y muy pequeña.

– Quiero que las cosas sean igual que antes -dijo, antes de poder contenerse. Se puso de pie y lo miró fijamente-. Ojalá pudiera estar con mamá en vez de estar contigo -quería estar con su madre, que le decía todo el tiempo lo importante que era.

Su padre no dijo nada. Ella vio cómo le cambiaba el semblante y supo que le había hecho mucho daño. Tanto, que se asustó aún más, y el agujero que tenía por dentro se hizo tan grande que parecía que se la iba a tragar. Comenzó a llorar y, antes de que él se diera cuenta, salió corriendo de la cocina.

Ella también estaba muy triste porque, pese a lo que había dicho, sabía que le gustaba estar con su padre. Sin embargo, parecía que él ya no lo sabía. Y quizá por aquella razón iba a enviarla lejos de nuevo.

Después de la entrevista, Jill pasó el día de compras y cenó en un restaurante muy agradable. Cuando llegó a Los Lobos, aquella noche, eran alrededor de las diez.

Detuvo el coche frente a su casa y distinguió una sombra en el porche delantero. La sombra se estiró y se convirtió en un hombre al que reconoció instantáneamente. Sintió una inyección de adrenalina. Salió del coche y se dirigió hacia Mac. Él era exactamente lo que necesitaba para descansar después de un viaje tan largo.

Se había quitado las medias y los zapatos de tacón para conducir desde Los Angeles. Al caminar hacia el porche, sintió la hierba fresca en las plantas de los pies.

– ¿Te has perdido? -le preguntó-. Tú vives en la casa de al lado.

– Ya lo sé. Quería preguntarte qué tal había ido la entrevista.

– Bueno… ha sido interesante.

– ¿Te gustó el bufete?

– El socio mayoritario tenía un enorme pez espada disecado colgado sobre la puerta de su despacho. ¿Acaso el cielo me está castigando, o algo así?

Él sonrió.

– ¿En serio?

– En serio. El pez me estuvo mirando durante toda la entrevista. No tengo ni idea de lo que dije -le explicó, y se tiró del bajo de la falda para que no se le descolocara al sentarse a su lado en los escalones-. Pero no creo que te hayas quedado aquí sentado para escuchar todos los pormenores de mi viaje. ¿Qué ha ocurrido?

– Nada. Todo. Estoy intentando no emborracharme.

– Desde el punto de vista de alguien que ha pasado recientemente por esa situación, tengo que decir que suena mejor de lo que es en realidad -respondió Jill, y se inclinó suavemente hacia él-. ¿No quieres contarme lo que ha ocurrido?

– Emily. Me ha dicho que no quiere estar aquí, y que quiere estar con su madre.

Jill se estremeció al pensar en lo que aquello habría supuesto para él.

– Ella te quiere, Mac, pero es una niña. Su mundo no siempre tiene sentido para ella. Estoy segura de que se lo está pasando muy bien aquí, pero también es lógico que eche de menos a su madre.

– Estoy completamente de acuerdo. Había pensado que debería llamar a Carly y preguntarle si quiere ver a Emily algún fin de semana. Pero también estoy asustado. ¿Y si Emily no quiere volver conmigo? ¿Y si convence a su madre para que no me deje verla nunca más?

– Oh, Mac -susurró Jill, y le apretó la mano.

– La quiero muchísimo -dijo él, en voz baja-. Es lo mejor que me ha ocurrido en la vida.

– Lo sé.

Aquél era un buen hombre. No se parecía en nada a Lyle, que se negaba a asumir ninguna responsabilidad. A Mac le importaba el pueblo, su hija, hacer las cosas bien. Además, era guapísimo.