– ¿En qué estás pensando?
– En que tenía muy buen gusto cuando tenía dieciocho años e intenté que te acostaras conmigo.
Él se rió.
– Yo no estaría tan seguro. Quisiste acostarte con un tipo que estaba demasiado borracho como para darse cuenta de que estabas desnuda. No sé cómo decirte lo mucho que lo siento.
Ella también.
– Fue una oportunidad que nunca se repetirá.
¿O sí? Jill tuvo una repentina inspiración y supo que tenía que seguirla antes de echarse atrás. Se puso de pie, se subió la falda hasta la mitad de los muslos y se puso a horcajadas sobre las piernas de Mac.
Él se quedó muy asombrado, pero no se retiró.
– ¿Quieres explicarte? -le pidió, aunque le puso las manos sobre las caderas y la acercó hacia su entrepierna.
Estaban a la distancia justa para besarse. Jill apretó las piernas contra las de Mac, y sintió un deseo y un calor que hicieron que comenzara a derretirse.
– No puede ser que no hayas entendido mis intenciones -murmuró ella, poniéndole las manos en los hombros-. ¿No eras tú el que dijiste algo sobre dejar las cosas para otra ocasión?
Mientras hablaba, sintió que él se endurecía. Tardó tres segundos. Ella se frotó contra él, consiguiendo que a los dos se les acelerara la respiración.
– Ya hemos hablado de que esto no es una buena idea -le dijo él, con la voz ahogada.
Jill le mordisqueó la mandíbula.
– ¿De verdad? No me acuerdo.
Mac se rió.
– Aparte de otras muchas razones, no tengo una buena oferta que hacerte.
Ella le acarició los labios con la punta de los dedos.
– Mac, no estoy buscando una relación a largo plazo, ni tú tampoco. Sé que estás preocupado porque tu hija se entere, así que te prometo que estaré muy calladita y me marcharé antes de que amanezca. Quizá sea la noche, o quizá sean todos aquellos deseos de cuando era una adolescente, que nunca se cumplieron. Quizá sea la forma en que haces que me sienta cuando estamos juntos. Sea cual sea la razón, quiero hacerlo. Y creo que tú también. ¿Acaso un hombre listo no se limitaría a callarse y a besarme?
– Buena idea -respondió él, y la besó.
Fue un beso hambriento, profundo, tentador. Jill se dejó llevar por las sensaciones mientras él le acariciaba la espalda y las caderas. Entonces, Mac rompió el beso y comenzó a mordisquearle el cuello, consiguiendo que a ella se le tensara el cuerpo y la cabeza se le cayera hacia atrás. Jill se movió hacia él para facilitarle el acceso y al mismo tiempo dejó caer la chaqueta del traje hacia atrás, adelantando el pecho tan sugestivamente como pudo. Le encantó que él lo entendiera a la primera. Mac deslizó las manos desde sus caderas, por la cintura, por las costillas, más y más alto hasta que…
Oyeron la puerta de un coche cerrarse en la calle, cerca de ellos, y Mac bajó las manos hasta las piernas de Jill.
– ¿Puedo sugerir que cambiemos de sitio? ¿Qué te parece mi habitación?
– Perfecto.
Jill se puso de pie. Tomó su chaqueta, los zapatos, las medias y el bolso y los metió en casa. Después tomó a Mac de la mano y juntos entraron a su casa.
– Voy a comprobar que Emily esté bien -susurró-, ¿Nos vemos en mi cama?
– Claro -dijo ella, cuando él le señaló una puerta entreabierta al final del pasillo.
Jill entró en el cuarto y encendió la luz. Era una habitación bastante espartana, sencilla, pero agradable. Pensó en qué haría. ¿Debería desnudarse y meterse en la cama?
Sin embargo, Mac volvió antes de que pudiera decidirlo.
– Está profundamente dormida -le dijo en voz baja, y cerró la puerta tras él. Entonces, sonrió lentamente-. Y aquí es donde yo tengo esta fantasía de que me permitas redimirme.
– ¿Cómo?
Él se acercó y la atrajo con fuerza hacia sí.
– Si hubieras estado desnuda, te habría demostrado lo mucho que quiero compensarte por lo que ocurrió la última vez.
– Pensé en desnudarme, pero no sabía si habría sido un poco desvergonzado.
– La próxima vez -susurró él, y la besó.
¿La próxima vez? Jill asimiló la dulce promesa mientras se abandonaba a la seducción de aquel beso. Mientras él jugueteaba con su boca y su lengua, Jill sintió cómo le desabrochaba el botón de la falda y le bajaba la cremallera. Entonces, la falda cayó al suelo. Después, Mac tiró de la cinturilla de sus bragas y se las quitó también. Jill quedó sólo con el sujetador y la blusa.
Suavemente, él la atrajo hacia sí hasta que ella dio un paso atrás y otro, hasta que los dos estuvieron en el colchón, ella sentada sobre las rodillas de Mac. Sentía su entrepierna en las nalgas desnudas, pero por desgracia, él todavía llevaba puestos los vaqueros. Aun así, el contacto era muy agradable.
– Eres tan preciosa -murmuró Mac, mientras la abrazaba y comenzaba a desabotonarle la blusa-. Delicada, femenina. Sexy.
– Esa última palabra es mi favorita -le dijo ella, mientras él le abría la blusa, aunque sin quitársela.
– Me vuelves loco. Lo sabes, ¿verdad?
«Ni en mis mejores sueños», pensó Jill, pero estaba dispuesta a dejarse convencer. Él juntó las manos entre sus pechos para desabrocharle el sujetador. A ella nunca le había hecho aquello un hombre, desde detrás, con el pecho apretado contra su espalda, los dos mirando. Jill notó su barbilla en el hombro, su respiración en la mejilla. Las copas del sujetador se retiraron hacia atrás y dejaron expuestas sus modestas curvas.
Jill estaba a punto de disculparse por ello cuando él dejó escapar un suave gruñido y le cubrió los pechos con las manos.
Y hubo algo en su forma de acariciarla, algo que fue sensual, casi reverencial. Parecía que el hecho de verla así desnuda hubiera sido especial para él. Lo cual, a Jill le habría parecido una locura si no hubiera oído su respiración ligeramente acelerada y hubiera sentido su erección contra el cuerpo.
Él le frotó los pezones con las palmas de las manos, algo tan delicioso que Jill se olvidó de pensar. Pero entonces, él deslizó una mano y la llevó hasta sus muslos.
Aquello fue demasiado, pensó ella vagamente, mientras Mac recorría el camino hasta sus rizos y hasta el calor pegajoso y hambriento de entre sus piernas. Demasiadas sensaciones, demasiadas cosas que observar. Él le acarició los pechos alternativamente con la mano izquierda, mientras que los dedos de la derecha la exploraban, entraban y salían en ella y después se concentraban exactamente en el punto que había sobre su abertura.
Jill notó que se le tensaban todos los músculos. Mac le apartó el pelo del cuello y comenzó a mordisqueárselo, mientras seguía jugueteando con sus pezones sensibles y duros. Entre sus piernas, seguía acariciándola en círculos. Las sensaciones crecían, giraban, explotaban, hasta que Jill sintió que todo su cuerpo estaba excitado, ardiente, y que apenas podía respirar entre tanto placer. Más y más rápido, y más y más, hasta que cerró los ojos y se abandonó…
– Oh, Mac -jadeó, mientras su cuerpo sentía las convulsiones del orgasmo.
Se colgó de él, agarrándose a sus caderas, y abrió más las piernas, empujando contra sus caricias, deseando más.
Las contracciones volvieron a desatarse por su cuerpo. Se estremeció, intentando respirar, y se perdió en lo que él le hacía a su cuerpo. Cuando las últimas oleadas se hubieron desvanecido, ella volvió a la realidad y notó que él estaba besándola suavemente en el cuello y acariciándola entre las piernas.
– Guau -murmuró Jill.
Él se rió.
– Guau me gusta.
Mientras hablaba, él se tumbó sobre la cama llevándola consigo. Ella se estiró sobre él, y su melena cayó acariciándolos a los dos. Él estaba muy excitado, y a pesar de todo lo que acababa de ocurrir, Jill se vio frotándose contra su cuerpo.
Los ojos azules de Mac se oscurecieron de pasión.
– Me gustaría hacer eso dentro de ti.