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– Mmm, suena muy bien.

Jill se incorporó y se sentó a horcajadas sobre él, y después se quitó la blusa y el sujetador. Mientras, él intentaba quitarse el cinturón.

– A lo mejor podría desnudarme -dijo, mientras se desabrochaba los pantalones.

– Sí, por favor.

Él sonrió.

– Vas a tener que moverte.

A ella le gustaba mirarlo desde arriba y sentir sus manos en los muslos mientras él tiraba de los vaqueros.

– Quizá no quiera.

– Si no lo haces, no podré estar dentro de ti.

Para demostrarle lo mucho que podían mejorar las cosas si entraba de verdad, le deslizó un dedo dentro y comenzó a girarlo delicadamente.

Ella se puso a temblar.

– Está bien -dijo, y se incorporó-. Tienes razón. Date prisa.

Él se quitó los zapatos, los vaqueros, los calcetines y los calzoncillos rápidamente.

– En el cajón de arriba están los preservativos.

Era cierto. Protección. Aquello no era sexo seguro en el matrimonio.

Y gracias a Dios, pensó ella mientras sacaba la caja y rompía el precinto, antes de sacar uno de los preservativos. El sexo de su matrimonio no había sido ni por asomo tan excitante, y con Lyle y su colección de adolescente, no tan seguro.

Jill se volvió y se encontró a Mac completamente desnudo, tirando de ella. La tomó por la cintura y la tumbó suavemente sobre la cama. Ella aterrizó riéndose y le dio el preservativo. Él bajó los brazos y la besó, sin mirar hacia abajo mientras se lo colocaba, y a ella le pareció que aquello era de mucha habilidad. Al segundo, él estaba entre sus piernas, y las cosas pasaron de ser divertidas a fabulosas cuando a la primera embestida él la llenó hasta que Jill pensó que iba a gritar de placer. La sensación que le producía su cuerpo, lo posesivo de sus besos, la fricción pegajosa mientras él se deslizaba dentro y fuera rítmicamente iban a conseguir que se desmayara. Era muy bueno. Era mejor que bueno, pensó Jill, mientras lo agarraba de las caderas y lo atraía para que entrara hasta lo más profundo. Entonces, se perdió en un clímax tan inesperado y poderoso que casi perdió la consciencia. Sin embargo, consiguió mantener aquel orgasmo hasta que él se quedó rígido y se estremeció, y después rompió el beso lo suficiente como para susurrar su nombre.

Mac la abrazó mientras ella se estiraba a su lado y apoyaba la cabeza en su pecho. Mac se sentía muy bien con ella. Realmente bien.

– No dejes que me duerma -le dijo, mientras le acariciaba el torso-. Eso nos obligaría a darles muchas explicaciones a Emily y a Bev.

– No creo que a Bev le importara.

– Seguramente. En todo caso, querría conocer los detalles.

Él sonrió.

– Si se lo cuentas, no quiero saberlo.

Ella se movió para poder apoyar la barbilla en su pecho y le sonrió.

– ¿Tímido?

– Asustado, como lo estaría cualquier hombre racional. Los chicos nunca quieren enterarse demasiado de lo que se cuentan las mujeres. Nos parece que es raro y un poco amenazador.

– ¿Tenéis miedo de que comparemos?

Mac se rió de nuevo.

– Pues claro.

Ella suspiró y la expresión de su rostro se suavizó.

– Bueno, cariño, no tienes por qué preocuparte. Tú eres el primero de mi lista.

– ¿De verdad?

Jill asintió.

Él comenzó a juguetear con un mechón de su pelo.

– ¿Y es muy larga esa lista?

Ella abrió unos ojos como platos, y después los cerró de golpe.

– No toquemos ese tema.

– ¿Por qué no? Vamos, Jill. No puedes haber tenido tantas relaciones. Resulta que sé que soy el chico de recuperación después de lo de Lyle, pero antes, ¿qué pasó?

Jill volvió a abrir los ojos.

– Está bien. Pero no hay mucho que decir. Tú vomitaste la primera vez que me viste desnuda.

– Preferiría que dejaras de sacarlo a relucir. Me siento como un completo idiota.

– Bien. Eso me resarce un poco.

Él le acarició el hombro.

– De verdad, Jill. Lo siento. Si hubiera estado lo suficientemente sobrio como para aprovecharme de ti…

¿Qué? ¿Habrían sido diferentes sus vidas? Él pensó que quizá sí lo hubieran sido.

– No pasa nada -dijo ella-. Pero el que acabó de consolidar las cosas para mí fue Evan.

A él no le gustó cómo sonó aquello.

– ¿Quién es Evan?

– Mi primer novio de la Universidad. Era dulce, sensible y muy divertido.

– Lo odio -refunfuñó Mac.

– No deberías, al menos no deberías odiarlo por eso. La primera vez que él me vio desnuda, me anunció que era gay. Parece que mi cuerpo le proporcionó la revelación que necesitaba para averiguarlo.

Mac se la quedó mirando atónito. Parecía que estaba dolida, avergonzada de que él supiera aquello.

– No es posible.

– Sorprendente, ¿eh? El primer chico que me ve desnuda vomita. El segundo se vuelve gay. ¿Te parece raro que pensara que estaba enamorada del único chico que no reaccionó mal ante la idea de acostarse conmigo?

Él la hizo tumbarse de espaldas y la miró a los ojos. Ella no podía estarle diciendo… no era posible que…

– ¿Lyle es el único tipo con el que te has acostado?

– Y contigo.

Él no sabía qué decir.

– Pero eres increíble. Eso es una locura.

– Sé que parece increíble, pero es cierto. Mi vida -dijo, y tomó el borde de la sábana-. Creo que es por mis pechos. Apenas tengo.

– Tienes unos pechos preciosos -le dijo él.

Le encantaba su forma perfecta y la forma en la que se le endurecían los pezones. La piel suave, el color. Sólo con pensarlo se excitaba.

– Son demasiado pequeños.

– Los pechos grandes están sobrevalorados.

Ella sonrió.

– No mientes mal del todo. Me gusta.

Él se acercó más y se frotó contra ella.

– ¿Eso te parece una mentira?

Jill arqueó las cejas.

– En realidad, no. ¿Es todo para mí?

– Para ti y para tus pechos perfectos -dijo Mac, y tiró de la sábana-. Y ahora, ¿qué tiene que hacer un tipo para demostrar la veracidad de lo que está diciendo?

Ella le pasó los brazos por el cuello y lo atrajo hacia sí.

– Lo que quiera.

Jill llegó a la oficina un poco después de las nueve. A pesar de la falta de sueño y de haber llegado a casa a las cuatro de la madrugada, se sentía viva, alerta y totalmente realizada.

La noche anterior había sido espectacular. Mac era mejor en la cama de lo que ella había imaginado, incluso. Le había hecho sentir cosas que seguramente serían ilegales, pero no iba a quejarse.

Mientras abría la puerta de la oficina y pasaba a la recepción, se dio cuenta de que ni siquiera le importaban los peces.

– Buenos días -se acercó a uno de ellos y le dio unos golpecitos en la espalda escamosa-. ¿Todo el mundo ha dormido bien?

Sonriente y feliz, entró en el despacho y se dirigió hacia el contestador para escuchar los mensajes, mientras se recordaba a sí misma que tenía que estar atenta a las once de la mañana. Bev iba a ir a verla y juntas iban a llevar el 545 a un aparcamiento que había junto a una obra. Estaba segura de que el polvo y la gravilla le harían algo a la pintura negra y brillante de la carrocería.

Treinta segundos después no sabía si quería reír, bailar, o dejarse llevar… ¿No estaba mejorando su vida?

Donald, el abogado pescador socio mayoritario, había llamado para ofrecerle el puesto de trabajo, y otra empresa de Los Angeles quería tener una entrevista con ella.

Capítulo 12

La mañana era perfecta, y conducir por el pueblo le parecía una estupenda forma de pasar aquel momento. Mac se alejó de las playas y fue hacia el centro. Eran casi las once, y la temperatura ya era bastante alta. Un buen día de playa.

En general, la vida era muy buena, pensó. Salvo por Emily. Su día de navegación había sido estupendo. Se habían reído mucho, y ella había llevado muy bien el barco durante un buen rato. Sin embargo, cuando habían vuelto a casa, ella había insistido en que la comida fuera del mismo color que la ropa que llevaba, y a él se le estaban acabando las ideas.