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Al tomar una curva a la izquierda, pasó por delante de las oficinas de Dixon & Son. Tina salía justo en aquel momento, y lo saludó con la mano. Mac se preguntó qué recados tendría que hacer la secretaria de Jill a aquella hora del día, y si se molestaría en volver.

Jill. En aquel momento, aquello era una de las partes de su vida que funcionaba muy bien. Lo pasaban estupendamente, tenían una conversación interesante, se reían juntos, y además, ella era una mujer extraordinariamente guapa y muy lista. La noche que habían pasado juntos había sido para recordarla, y no le importaría repetir. Sin embargo, tendría que ser pronto, se recordó a sí mismo. Jill recibía muchas ofertas de trabajo y peticiones de entrevistas, y cualquier día aceptaría una de ellas y se marcharía.

Mac no quería pensar en aquello. Siguió conduciendo hasta que llegó al campo de fútbol. Con una sonrisa, recordó los tiempos en los que él jugaba allí. Riley y él pensaban que tenían un don especial para el deporte, por no mencionar también un don con todas las mujeres que había en un radio de setenta kilómetros.

La vida era mucho más fácil entonces. El colegio no importaba, sólo era un sitio donde ser la estrella y elegir chicas. Riley y él habían aprovechado aquellos tiempos. Sin embargo, cuando Mac había robado el coche del juez, había emprendido un viaje que había cambiado el rumbo de su vida. Riley no había apreciado la diferencia, y aquella amistad había terminado con palabras amargas y un par de puñetazos.

Mac se frotó la mandíbula y se preguntó dónde estaría Riley en aquel momento. Su apellido todavía estaba en el centro del pueblo: Whitefield Bank, fundado en mil novecientos cuarenta y ocho. El tío de Riley todavía lo dirigía. Mac estaba seguro de que la mala relación entre Riley y su tío no había cambiado. Riley nunca había sido de los que perdonaban y olvidaban.

Mac intentó olvidar el pasado y siguió conduciendo por las calles de Los Lobos. Cuando pasó frente al instituto, vio a un grupo de adolescentes pintando la valla de una casa que había frente al edificio. Había un letrero que decía:

Proyecto de embellecimiento de Los Lobos. Llame y averigüe si su casa reúne los requisitos.

– ¿Qué demonios… -murmuró Mac mientras frenaba el coche.

¿Proyecto de embellecimiento? Aquello era nuevo para él.

Salió del coche y saludó a los chicos. Después caminó hasta la casa y llamó a la puerta.

– Soy el sheriff Mackenzie Kendrick, señora -dijo, cuando vio que una anciana entreabría la puerta y asomaba la nariz-. ¿Cómo está?

– Oh, sheriff -la señora sonrió y abrió de par en par-. Si éste es mi día para que la ciudad me corteje, debo decirle que estoy encantada. Primero aparecen estos jovencitos preguntándome si podían pintarme la valla. Me han dicho que son de no sé qué plan del Ayuntamiento, y que ni siquiera iban a aceptar una propina -le explicó. De repente, su sonrisa se desvaneció-. No habrá venido a decirme que me estaban mintiendo, ¿verdad?

– No. Por supuesto que no. Sólo quería preguntarle por ese plan. No me había enterado.

– Yo tampoco -le dijo la mujer-. Espere. Me dieron un folleto. Voy a buscarlo.

La mujer volvió a los pocos instantes con un folleto y se lo dio a Mac. Él lo leyó. Los chicos se ofrecían para pintar vallas, cortar el césped y podar los setos de aquéllos que no podían permitírselo para hacer de Los Lobos «el paraíso que todos sabemos que es».

Aquello era una porquería, pensó Mac. No sabía quién podría estar detrás de todo aquello.

– ¿Le importaría que me quedara con esto? -le preguntó a la anciana.

– No, en absoluto -la señora sonrió de nuevo-. Pero asegúrese de avisarme cuando ustedes, los de la ciudad, quieran arreglarme el tejado.

– Lo haré, señora -le dijo él, mientras se daba la vuelta para marcharse.

Mientras volvía a la oficina, iba pensando en quién podría haber ideado aquello. ¿Sería el alcalde? Quizá Franklin hubiera pensado que podía conseguir más votos trabajando para la gente del pueblo. Sin embargo, daba la casualidad de que él sabía que Franklin no estaba precisamente sobrado de dinero. Su mujer tenía ahorros, pero la señora Yardley tenía a Franklin atado en corto en aquel sentido. Tenía fama de ser tacaña y difícil. No era, exactamente, la combinación perfecta para hacer feliz a un hombre.

No. Mac tuvo otra idea que le amargó el día. Condujo directamente hasta la comisaría, aparcó el coche y avisó a Wilma para que fuera a su despacho. Después, cerró la puerta tras ellos y le tendió el folleto.

Ella lo leyó y lo dejó sobre el escritorio de Mac.

– Ya había oído hablar de esto.

– ¿Es cosa de Rudy Casaccio?

– Por lo que yo sé, ha estado dejando caer bastante dinero por la ciudad -dijo, y se encogió de hombros-. Lo siento, jefe. Sé que no confías en ese hombre, pero él ha estado haciendo feliz a mucha gente, haciendo este tipo de cosas y otras diferentes Al perro de un niño lo atropello un coche hace dos días, y como sus padres no podían pagar la cuenta del veterinario para que lo operara, iban a sacrificarlo. Rudy Casaccio se enteró y lo pagó todo.

Magnífico. Justo lo que necesitaba. Un benefactor de la Mafia.

– Tiene un plan -dijo Mac entre dientes-. Lo presiento. Los hombres como él no cambian.

Wilma carraspeó.

– Hay más -dijo-. Y creo que no te va a gustar.

– ¿Qué?

– Ha estado saliendo con Bev. Ya sabes… la señora que cuida de Emily.

– No ha hecho nada malo -dijo Bev, razonablemente.

Sin embargo, Mac no quería ser razonable. No en lo que a su hija se refería.

– Es un criminal, Bev -le dijo él, mientras recorría de cabo a rabo el porche delantero de Bev-. No quiero que se acerque a Emily.

La tía de Jill se apoyó contra la barandilla.

– No me la llevo a las citas, si es lo que me estás preguntando. Hemos comido juntos un par de veces, y Emily se ha quedado con Jill. Nos vemos por la noche, cuando tú estás con Emily. Pero, ¿por qué te estoy explicando esto? Mi vida personal no es asunto tuyo.

– Sí lo es, si estás saliendo con un hombre como Rudy Casaccio.

¿Por qué no lo entendía nadie? ¿Era él el único que veía que se acercaban problemas graves?

– ¿Qué quieres, Mac? ¿Me estás pidiendo que elija? Yo quiero a tu hija y estoy disfrutando mucho de tenerla conmigo, pero no voy a permitir que tú digas cómo tiene que ser mi vida cuando no estoy con ella -dijo Bev, y sonrió-. Tú no eres mi padre.

– ¿Y qué pasa con el trabajador social? Le va a dar un ataque si se entera de que la niñera de mi hija sale con alguien que pertenece al crimen organizado.

– ¿Estás diciendo que Rudy tiene antecedentes penales?

– No -Mac ya lo había comprobado-. Es demasiado listo para eso.

– Entonces, es posible que estés equivocado sobre él.

– No lo estoy.

– Pero podrías estarlo.

Mac tenía un presentimiento, y el instinto nunca le había fallado. Algunas veces, se preguntaba si no habría sido aquélla la razón por la que había muerto Mark, y no él.

– ¿Qué vas a hacer? ¿Buscar a otra persona para que cuide de tu hija?

Aquella pregunta hizo que Mac se encogiera por dentro. A él le caía muy bien Bev. Y algo más importante aún, su hija y ella se llevaban muy bien, y Mac sabía que Emily disfrutaba mucho con Bev.

Los ojos verdes de la mujer se oscurecieron.

– Yo nunca haría nada que pusiera en peligro a tu hija. Ella significa mucho para mí.

– Lo sé -dijo Mac, y suspiró-. ¿Me prometes que la mantendrás alejada de él?

– Sí. Te lo prometo.