¿Estar en casa? ¿De dónde había salido aquella idea?
Rápidamente, dio un paso atrás y sonrió.
– Claro que te perdono -le dijo, consciente de que estaba hablando muy deprisa-. Y tengo que contarte algo… No quiero que vuelvas a enfadarte conmigo, pero en mi casa están pasando cosas muy extrañas. Bev y Rudy están… durmiendo juntos.
Mac se estremeció.
– Podría haber pasado sin enterarme.
– Tú sólo has tenido que oírlo. Yo casi lo he visto. Bev es como mi madre… -se interrumpió y alzó ambas manos-. No te preocupes. Ya ha prometido que va a evitar a toda costa que Emily y Rudy se encuentren. No tienes que tener miedo por eso.
– No puedo evitarlo, en lo que respecta a ese hombre.
– Lo sé. ¿No crees que podrías esperar a que haga algo malo para enfadarte con él?
– Quizá -dijo, y la abrazó de nuevo-. ¿Quieres entrar y tomar una copa de vino, o algo?
Para ser sincera, el «algo» le parecía mucho más apetecible.
– Hola, Jill.
Miró hacia arriba y vio a Emily asomada a la puerta de la entrada.
– Hola, amiguita. ¿Qué tal?
– Bien. Me gusta tu pelo.
Jill se tomó uno de los rizos.
– He estado dando un paseo por la playa. Siempre me pasa esto.
– Es bonito.
– Gracias.
Emily miró a su padre.
– ¿Podemos ir a comer un helado, papá?
– Claro, cariño. Ponte los zapatos.
Jill sonrió cuando Emily salió corriendo.
– Así que vosotros dos ya os lleváis mucho mejor, ¿eh?
– Sí, mucho mejor. Hemos hablado de varias cosas hoy. Y ha comido brécol.
Jill estaba encantada.
– Así que lo de la ropa y la comida se ha terminado.
– Gracias a Dios. Se me estaban acabando las ideas -Mac le puso el brazo sobre los hombros a Jill-. ¿Quieres venir con nosotros a comer un helado?
¿Estar con Mac y su hija o pasar la noche sola en casa? No necesitaba pensarlo.
– Claro.
– Bien. Tengo una idea que te va a poner muy contenta.
– ¿Sí? -ella se acercó un poco más-. ¿Y qué será eso?
Él soltó un gruñido.
– Por desgracia, no es eso -dijo él, y le dio un rápido beso en los labios-. Sabes que estar cerca de ti me mata, ¿verdad?
Ella sintió el calor y la necesidad que había entre los dos.
– Tengo una ligera idea.
Emily salió de la casa como un rayo antes de que Jill pudiera decir nada más.
– ¿Cuál era tu idea?
– Podemos llevar tu coche al aparcamiento del instituto.
– ¿Y por qué es eso tan emocionante?
Él sonrió.
– Mañana empiezan a dar clases de conducción. Podrías aparcar el coche justo en mitad del camino.
Jill se inclinó hacia Emily y le dio un abrazo.
– Tu padre es un hombre muy listo.
– Ya lo sé -dijo la niña, y le tomó la mano-. ¿Qué helado vas a querer?
Emily agarró a su padre por el brazo y los tres comenzaron a andar. Jill siguió el ritmo de Emily e hizo todo lo que pudo para no mirar a Mac. Aquello era muy raro, se dijo. No eran una familia.
¿Acaso quería que lo fueran?
– Jill -dijo Emily, tirándola de los dedos-. ¿Qué helado vas a querer?
– Mmm, no sé. Quizá uno de cada uno.
Capítulo 15
Jill entró en su despacho un poco después de las diez de la mañana. Era sábado, y no había pensado en ir a trabajar, pero se sentía demasiado inquieta como para quedarse en casa y dejar pasar el tiempo. Su entusiasmo por la fantástica entrevista en San Diego ya se había desvanecido y tenía mucho en lo que trabajar. Para empezar, Tina no hacía mucho por clasificar documentos en los expedientes, así que Jill aprovecharía la mañana para hacerlo mientras esperaba la llamada de Mac. La madre de Emily iba a ir a buscar a la niña para pasar el día con ella, y Mac le había dicho a Jill que la avisaría cuando se marcharan para que fuera a su casa y pudieran disfrutar de unas horas a solas.
La parte lógica de Jill estaba feliz de que él se sintiera lo suficientemente cómodo y seguro como para dejar que Emily pasara el día con su madre, y la parte hormonal estaba encantada de tener otra oportunidad para estar con un hombre que tenía la capacidad de trasladarla a otra dimensión.
Un buen rato después, casi había terminado de clasificar documentación cuando sonó el teléfono. Jill pensó que sería Mac, diciendo que había llegado la hora, y respondió la llamada con la voz más sexy que pudo.
– Bufete de abogados Dixon $ Son. ¿Diga?
– Oh, bien. Me alegro de que haya alguien hoy sábado. Buenas, querría hablar con el señor Dixon.
La voz de la señora del otro lado de la línea telefónica no se parecía en nada a la de Mac.
– ¿Quiere hablar con él en referencia a un asunto legal, o es un asunto personal? -le preguntó Jill.
– Legal. Llamo en nombre de uno de sus clientes.
Bien. Al menos, no era un pariente lejano que estaba buscando a su tío favorito, o a un padrino.
– Me temo que el señor Dixon falleció hace unos tres meses. Yo soy Jill Strathern, y estoy encargándome de su bufete -por el momento… temporalmente-. Si quiere, yo puedo ayudarla, o puedo también recopilar información sobre su caso y enviársela a otro abogado.
– Oh -dijo la mujer, desconcertada-. No me imagino que se necesite otro abogado. Estoy segura de que usted podrá encargarse de los trámites de un testamento.
– Por supuesto.
– Bien. La llamo para decirle que Donovan Whitefield ha muerto esta mañana.
Jill se recostó en el asiento de Tina. ¿El viejo Whitefield? ¿El tío rico de Riley Whitefield?
– Lo siento. ¿Es usted miembro de la familia?
– No -respondió la mujer-. Soy el ama de llaves del señor Whitefield. Tendrá que notificárselo a la familia -dijo, y suspiró-. En realidad, sólo está el sobrino del señor Whitefield. Todos los demás han muerto.
– Me pondré en contacto con él inmediatamente. ¿Se han hecho los preparativos para el funeral?
– Están en el testamento. Necesito que me diga cuáles son para ocuparme de todo. No hay nadie más que pueda hacerlo.
¿Sólo había empleados? Jill hizo un gesto de pena.
– Me ocuparé de ello ahora mismo y volveré a llamarla en un par de horas.
– Muy bien. Gracias.
Jill tomó el nombre y el número de teléfono de la mujer y después colgó. El viejo Whitefield muerto. No le parecía posible. Era una institución en el pueblo, tanto como su banco. Y Riley era su único pariente vivo.
Aquello no tenía buen aspecto, se dijo mientras entraba al cuarto donde estaban archivados los expedientes más antiguos. Por lo que ella recordaba, Riley y su tío nunca habían tenido buena relación. Se habían distanciado hacía unos años, y ella no creía que se hubieran reconciliado nunca. ¿Qué habría hecho Donovan con sus bienes? ¿Se los habría dejado a su sobrino, o a una organización benéfica?
Jill buscó en los archivadores durante unos minutos y encontró las carpetas que necesitaba. Después se sentó en su escritorio y leyó cuidadosamente las cartas, las anotaciones de Dixon y el testamento en sí. Cuando terminó, se recostó en el respaldo de la silla y se quedó mirando fijamente a los peces que había en la pared de enfrente.
– Ni siquiera sé qué pensar -admitió en voz alta-. Es mucho dinero, y muchos hilos que mover. Un hombre podría estrangularse con ellos fácilmente.
Ella pensó en lo que recordaba de Riley. Gracie había estado enamorada de él durante años. Él era muy amigo de Mac, hasta que se habían enfadado. Juntos habían sido los dueños del instituto. Eran dos jóvenes dioses, uno oscuro, el otro dorado, los dos malos hasta el tuétano.
Mac había cambiado, pensó Jill. Quizá Riley también. Quizá ya no fuera el solitario inquietante que podía hacer que una mujer ardiera de deseo con sólo una mirada. Quizá se hubiera hecho respetable, incluso aburrido. A lo mejor estaba casado y tenía tres niños, un perro y una furgoneta.