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Dos manzanas más allá, Mac todavía no se había calmado. ¿Por qué era él el único que veía la verdad sobre Rudy? Todos pensaban que era un regalo de Dios para Los Lobos. Jill era su amiga, el alcalde era su esclavo y Bev salía con él. No tenía sentido. ¿Era él el único que…?

– Eh, sheriff…

Mac se dio la vuelta y vio a un hombre en una esquina. Estaba en la calle de enfrente de la comisaría. Era de mediana estatura, tenía el pelo rubio y aspecto de ser un canalla. Mac apretó los puños. Estaba más que dispuesto para una pelea.

– ¿Hay algún problema? -le preguntó, en un tono amenazante.

Cualquiera con dos dedos de frente se habría dado cuenta y se habría retirado, pero el hombre se acercó a él.

– Sí, hay un problema. Usted es el problema. ¿Por qué ha ido a mi casa, a molestar a mi mujer?

Mac lo entendió todo.

– Tú eres el marido de Kim Murphy. Andy.

– Exacto.

Mac se dio la vuelta y siguió caminando hacia la comisaría.

– No estoy de humor para tus idioteces.

Oyó cómo Andy corría tras él.

– ¡Vamos, cerdo cobarde! -le gritó Andy-. No huyas de mí.

Entonces, Mac se dio la vuelta y lo encaró.

– No querrás que suceda esto.

– Claro que sí. ¿Por qué demonios ha ido a hablar con mi mujer? Es mía, ¿me oye?

– Es tu mujer, no tu posesión, y no tienes derecho a tratarla como lo haces. Si estás buscando pelea, ve a buscar a alguien de tu tamaño.

– ¿Se ofrece voluntario? Porque estoy dispuesto a desahogarme con usted.

Mac sacudió la cabeza.

– Tú no eres más que un matón y un cobarde. No te atreverías a pelear con alguien que pueda defenderse. Tú sólo te ensañas con las mujeres indefensas. Eres asqueroso.

Andy palideció de ira.

– Ella es mi mujer, lo cual es igual que decir que es mi perro. Puedo hacer lo que quiera con ella, y usted no podrá impedírmelo. Inténtelo, desgraciado.

Mac notó que se le escapaba el control. Quiso mantenerlo, pero entonces pensó que qué demonios, y le dio un puñetazo a Andy en la mandíbula. El hombre se tambaleó e intentó darle un golpe, pero Mac lo evitó con facilidad. Dio dos puñetazos más y todo había terminado. Andy cayó de rodillas en el asfalto, sujetándose la nariz y gruñendo de dolor. Mac se quedó de pie a su lado, sin un solo rasguño, sabiendo que acababa de cometer un gran error.

Unos segundos más tarde, las puertas de la comisaría se abrieron y todo el mundo que estaba de servicio salió a la calle.

– ¿Qué ha ocurrido? -preguntó Wilma-. ¿Te has metido en una pelea?

Mac se miró los nudillos ensangrentados y después miró la cara de Andy. Se le hizo un gran nudo en el estómago.

Andy se puso de pie como pudo.

– Me ha asaltado. No puede hacer eso, aunque sea el sheriff. Me acaba de dar una paliza, y quiero que lo arresten.

Capítulo 16

Jill acababa de terminar su breve conversación con Riley Whitefield cuando volvió a sonar el teléfono. Cuando descolgó, Wilma le explicó lo que acababa de suceder frente a la comisaría, y Jill salió apresuradamente hacia allá. Tenía el BMW aparcado junto al bufete, así que sólo tardó diez minutos en llegar.

Apagó el motor y salió del coche. Cuando entró a la comisaría, oyó las conversaciones de los ayudantes, que comentaban que Mac había hecho lo que tenía que hacer. Mac estaba sentado en una esquina, con la mano envuelta en un paquete de hielo. Wilma estaba con él, vacilando como una gallina sobre su polluelo, y en uno de los despachos acristalados vio a un hombre que hacía gestos salvajes mientras le sangraba la nariz.

– ¿Qué ha ocurrido? -preguntó, mientras se abría paso entre los ayudantes para llegar hasta Mac-. ¿Estás bien?

Él la miró, y Jill sintió alivio cuando vio que no estaba herido, salvo en los nudillos.

Mac tenía los ojos azul oscuro llenos de dolor, pero no de dolor físico.

– Estoy completamente acabado -murmuró.

– No necesariamente. Él te golpeó primero, ¿verdad?

Wilma apartó a los ayudantes, mientras Mac se encogía de hombros y respondía.

– No estoy seguro de si ha conseguido golpearme.

La parte femenina de Jill se alegró de que su hombre fuera tan buen guerrero. La abogada se encogió.

– Dime lo que ha ocurrido, empezando por el principio.

Mac le explicó cómo Andy se había acercado a él y le había dicho que no se acercara a su mujer.

– Me dijo que era su esposa, que era lo mismo que decir que era su perro, y que podía hacerle lo que quisiera.

– Entonces, tú lo amenazaste -dijo Jill, intentando aclarar lo que había pasado.

– No, él me amenazó primero. Yo le di el primer puñetazo después del comentario del perro.

– Pero él te amenazó.

– Claro.

– Bueno, al menos eso es algo.

Mac miró hacia la oficina en la que estaba Andy, con un trapo en la nariz.

– Que alguien lo saque de aquí. Que lo lleven al hospital.

D.J. se acercó.

– ¿Cree que es una buena idea, jefe? ¿No deberíamos llevarlo a su casa y dejar que se calme un poco?

Jill sabía lo que estaba pensando el joven ayudante. Una visita al hospital significaba papeleo, lo cual podría usarse más tarde como prueba.

Mac entrecerró los ojos.

– Llevadlo al hospital ahora. Después, que alguien lo acerque a su casa. Más tarde le daremos su coche. Y mientras, enviad a alguien a su casa para que saque a Kim de allí durante unas horas. Es mejor que no esté cerca cuando él salga del hospital. El tipo querrá desahogarse del dolor con alguien, y no quiero que sea con ella.

– Yo me ocuparé de Kim -dijo Wilma-. Era amiga de su madre antes de que se fuera a vivir a Los Angeles. Iré a hacerle una visita.

– Intenta convencerla para que pase la noche en otro sitio -Mac se quitó el hielo de la mano y flexionó los nudillos-. Si no, el marido le va a dar una paliza.

Jill sabía que él tenía razón.

– No tuviste elección -le dijo.

Él la miró fijamente, con seriedad.

– Sí la tuve. Siempre se puede elegir. Pero he tenido una muy mala mañana, y este tipo apareció buscando pelea. Así que yo se la di.

– Se lo merecía.

– ¿Y crees que es eso lo que va a decir el fiscal del distrito el lunes, cuando Andy presente una acusación? Yo no lo creo.

Jill suspiró. Sabía que las cosas no eran tan simples como parecían.

– Lo siento -le dijo, y le puso una mano sobre el hombro-. ¿Puedo hacer algo?

– Dame el nombre de un buen abogado.

– ¿Crees que va a llegar tan lejos?

– No tengo ni idea. Pero sí sé que en cuanto Hollis Bass lo averigüe, voy a tener más problemas.

Jill abrió unos ojos como platos. El asistente social. Se le había olvidado.

– Él ya piensa que los policías sois muy malos padres y que tú tienes problemas para controlar tu ira.

– Gracias por recordármelo.

– Oh, Mac, esto puede ponerse muy feo.

– Lo sé -dijo él. Se dio la vuelta y miró por la ventana-. Lo cierto es que no puedo culpar a nadie excepto a mí mismo. Debería haberme largado. Ahora he puesto en riesgo la posibilidad de obtener la custodia compartida de Emily, ¿y de qué va a servir?

Ella notó un nudo en el estómago.

– ¿Hay algo que yo pueda hacer?

– Creo que ya has hecho suficiente.

A Jill no le gustó cómo había sonado aquello.

– ¿Qué quieres decir?

– Que tu amigo, el que ha venido sólo a descansar, parece que ha empezado a trabajar un poco en lo suyo.

Oh, Dios. ¿Qué había hecho Rudy?

– ¿Qué ha pasado?

– Esta mañana he cerrado un casino en miniatura. Bar, mesas de cartas, ruleta… Por supuesto, nadie ha admitido que tuviera algo que ver con Rudy, pero tú y yo hemos hablado de esto más veces, y sabemos quién es el responsable. A menos que quieras convencerme de que me había equivocado y que Rudy ha cambiado.