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– Mis amigos me llaman Drew. ¿Y su nombre?

Su voz era rica y profunda. Tess hizo lo que pudo para obviar la impertinencia de su gesto y su sonrisa.

– Pues bien, señor Drew, si tuviera alguna experiencia en el trabajo que hace, ya sabría que yo soy la mujer que lo ha contratado. Y también seré la mujer que hará de su vida un infierno si no se pone a dirigir al personal. No hay champán, los camareros son lentos y todo está lleno de platos sucios y servilletas usadas. Ahora, haga el favor de salir ahí y hacer su trabajo.

Tess señaló la puerta y él contuvo una carcajada.

– Me encantan las mujeres que saben lo que quieren -dijo y salió con la bandeja.

– Bueno, tal vez ahora podré relajarme un poco.

Pero su tiempo de asueto duró menos de tres minutos.

Pronto apareció Marceline Lavery, toda envuelta en perlas y diamantes. Marceline, ex miss Georgia, era la presidenta del comité directivo del museo de arte y la anfitriona de aquella fiesta benéfica.

– Señorita Ryan, ¿me concede un momento?

Tess se apresuró a atender a su cliente, una de las más antiguas y mejores que había tenido. Llevaba ya muchos años organizando fiestas benéficas para la señora Lavery, así como muchas de las que se daban en su mansión en Paces Ferry Road. Incluso se encargaba de la barbacoa Lavery, uno de los eventos sociales más importantes de Atlanta.

– ¿Hay algún problema?

Marceline se aclaró la garganta.

– Hay un miembro del comité directivo sirviendo canapés.

Tess se tapó la boca con la mano y contuvo su horror.

– ¡Cielo santo, señora Lavey! ¡Pensé que era… -sonrió, agarró la chaqueta del falso camarero y se dispuso a salir-. Yo me encargaré de deshacer el malentendido.

Sin esperar respuesta, se dirigió hacia la puerta y salió de la cocina.

Entre la multitud, divisó al atractivo hombre y su bandeja de canapés junto a una estatua. Estaba charlando con una atractiva rubia.

Se acercó a él.

– Yo me encargo de la bandeja, señor -le dijo mientras le quitaba la bandeja. Todo lo que esperaba era poder salir de allí discretamente y que el incidente quedara en una anécdota sin importancia.

Pero él decidió abandonar a la flamante rubia y seguirla.

Tess le lanzó una disimulada mirada de desconcierto.

– Ya puede volver a la fiesta. Su corta carrera como camarero ha terminado.

Él se rió y Tess se sintió aún más avergonzada. Lejos de sentirse ofendido, parecía realmente divertido por el incidente.

– Pues empezaba a gustarme. Estaba ansioso por qué me tocara la bandeja del champán.

Tess se volvió hacia él cuando ya habían llegado junto a la puerta de la cocina.

– Podría haberme dicho quién era.

Él hizo una mueca de descontento.

– ¿Y haber estropeado la diversión?

– Y, por cierto, ¿qué estaba haciendo en la cocina?

Su gesto se suavizó aún más.

– Acababa de llegar de un vuelo de trece horas y quería comer algo que no supiera a nevera. Además, en este tipo de eventos nunca da tiempo a comer. Todo el mundo insiste en hablar -agarró una copa de champán de la bandeja que llevaba uno de los camareros-. ¡Odio estas fiestas! Son terriblemente aburridas.

Tess tragó con dificultad.

– ¿Odia esta fiesta?

– No, odio las fiestas en general.

– Me alegra oír eso -afirmó ella-. Por un momento me he sentido terriblemente ofendida. Ahora, sólo me siento ligeramente molesta.

Él levantó las cejas en un gesto interrogante.

– Soy yo la que ha planeado esta fiesta: la comida, la decoración, la música -Tess se cambió de mano la bandeja y se la tendió a modo de presentación-. Soy Tess Ryan, de la empresa, La fiesta perfecta.

– Tess -repitió él-. Debía habérmelo imaginado. Bueno, me alegro de conocerte, Tess. Si me concedes un segundo, sacaré la pata del cubo de agua fría en que la acabo de meter y podemos empezar desde el principio otra vez.

Tess se rió. Incluso cuando estaba avergonzado aquel hombre era, sencillamente, encantador.

– ¿Se supone que acaba de pedirme disculpas, señor Drew?

– Llámame Drew sólo. Es mi nombre de pila. Y ya que nos estamos tuteando, tal vez te sea más fácil perdonarme por lo que acabo de decir.

– Te perdono sólo si tú me perdonas por haberte puesto una bandeja en la mano y haberte lanzado a la jaula de los leones.

– Hecho -respondió él y le estrechó la mano-. Y ahora, ¿por qué tú y yo no salimos de aquí y nos perdemos en algún lugar recóndito donde nos podamos ofender mutuamente sin ser perturbados.

Tess se rió nerviosamente. Por un momento, había pensado que la proposición iba en serio. Pero pronto se dio cuenta de que era parte del juego.

– Estoy trabajando, no me puedo escapar.

– Le explicaré a quien ostenta el poder que tienes un buen motivo -insistió él y miró hacia la señora Lavery.

– Pero si el poder eres tú -replicó Tess-. La señora Lavery me dijo que eres un miembro de la junta directiva. ¿Eres famoso? ¿O eres asquerosamente rico? Tienes que ser lo uno o lo otro.

Él le dio un sorbo a su champán.

– Ninguna de las dos cosas. Sólo me gusta el arte y me quedan bien el smoking.

Tess suspiró. No le cabía duda de que le debía quedar bien cualquier cosa. Sus hombros anchos, caderas estrechas y piel tostada eran sólo un cincuenta por ciento de su encanto. Su pelo, alborotado e informal, contrastaba con la prestancia de su figura engalanada, añadiendo aún más atractivo al conjunto.

– ¿Aceptarías, al menos, bailar una vez conmigo?

¿Hablaba en serio? ¿De verdad esperaba que saliera a la pista de baile con él? Después de todo, aquel hombre no podía encontrarla atractiva. Ella atraía sólo a hombres con serios problemas psicológicos o con esposas. Era su hermana Lucy la que atraía a hombres como aquel.

– Gracias, pero ya he pasado suficiente vergüenza como para añadir un capítulo más -respondió Tess. No sabía bailar… aunque, en brazos de un hombre así, cualquier mujer debía parecer hermosa y grácil. La idea de que sus brazos la rodearan, de que sus labios rozaran los de ella con suavidad la estremeció.

– ¿Es eso un sí? -preguntó él.

Lo miró sorprendida.

– ¡No! No puedo. Se supone que estoy trabajando. No estaría bien que la empresa organizadora disfrutara de las fiestas que le pagan por organizar.

– Pues no pienso admitir un no por respuesta -respondió Drew-. Si no podemos bailar aquí, encontraremos el lugar adecuado.

La agarró de la mano y juntos atravesaron la puerta de la cocina, pasaron la zona de camareros y salieron a la parte de atrás del museo.

Drew se detuvo junto a las basuras.

– ¿Mejor aquí?

Tess miró el escenario.

– Sin duda, ha habido un cambio… y el olor, bueno, podría ser peor.

El lugar era terrible, pero con aquel hombre, hasta el basurero podía resultar romántico.

– Quiero que sepas que eres la primera chica a la que traigo aquí -le susurró al oído.

– Me conmueve tu confesión -bromeó ella-., La mayoría de los hombres con los que salgo insisten en llevarme a maravillosos restaurantes y elegantes y clubes, pero esto…

– Tengo un armario para las escobas al que me gustaría llevarte para conocernos mejor…

Bailaron al compás de su silbido. Ninguno de los dos decía nada, pero había una mutua atracción que no tenía que explicarse con palabras. La magia del instante hacía que se olvidasen del olor y de los espectadores que, desde los ocultos rincones de sus ratoneras, observaban la escena.

Tess nunca había creído en el amor a primera vista. Jamás se había sentido atraída por un hombre desde el primer momento. Ni siquiera sabía el apellido de aquel Drew que tan prodigiosamente la guiaba al compás de una melodía desarticulada.

Pero no importaba nada. Apoyó la cabeza sobre su hombro y se dejó llevar.