– ¿Y desde entonces?
El hombre sacudió la cabeza.
– Tengo cuarenta viviendas aquí, no sigo el rastro de todos. ¿Tengo pinta de ama de llaves?
Está a la defensiva, advirtió Portia.
– ¿Tiene una llave de su buzón?
– Pues… sí, claro.
– Vayamos a abrirlo. -Miró a su alrededor-. No hay teléfono.
– La mayoría de los chavales solo usan móviles -explicó el casero.
– Entonces no podemos escuchar sus mensajes, y no compra el periódico. -Pero había un olor en aquel lugar, un olor a vacío, casi mohoso, y una taza de café yacía olvidada en el microondas.
Salieron al exterior para comprobar el buzón. Había facturas y propaganda acumulada. Según el informe, Ariel no tenía trabajo, pero debería haber asistido a clase. Portia había hablado con la madre, quien estaba al borde de la histeria y llegaba en un vuelo por la mañana temprano, rezando por encontrar a su hija. Portia había llamado a la mujer y le explicó que la policía estaba trabajando en ello. Habían llamado a todos los amigos de Ariel, a sus vecinos, y habían contactado con los hospitales locales. No tenía coche, pero sí tenía un teléfono móvil y una bicicleta. Portia también había contactado con el banco, para ver si se había registrado alguna actividad en sus tarjetas de crédito, pero hasta el momento no se habían producido nuevos desembolsos.
La madre de Ariel no estaba convencida de que se estuviera haciendo lo bastante. Le dio a Portia el nombre de la compañía de móvil de su hija y le dijo que el teléfono de Ariel estaba equipado con un dispositivo de rastreo, pero no se consolaba.
– Mi hija no es como esas otras chicas -protestaba-. He leído sobre ellas, esas… esas chicas que no tienen a nadie que se preocupe por ellas. No importa que Joe y yo estemos divorciados, ambos amamos a nuestra hija y… y haremos cualquier cosa, ¡cualquier cosa para encontrarla!
– La llamaré en cuanto sepamos algo más -le aseguró Portia, más decidida que nunca a encontrar a Ariel.
Tan solo esperaba encontrarla con vida.
Su teléfono móvil sonó mientras cerraban con llave el apartamento. La identificación de la llamada indicaba que el número pertenecía al departamento de policía de Nueva Orleans.
– Laurent, Homicidios -contestó automáticamente al tiempo que salía al exterior, un metro por delante de Del Vernon, que aún se encontraba hablando con el ansioso casero.
– Soy el detective Bentz, Nueva Orleans, Homicidios -le informó una voz seria y grave-. Tengo entendido que estás trabajando en los posibles homicidios de las chicas desaparecidas del All Saints -dijo sin preámbulos.
Portia dejó escapar un suspiro al detenerse bajo una cornisa del viejo edificio de estuco. Del le estaba diciendo algo, pero ella le silenció con un gesto de la mano.
– Es correcto. Estoy trabajando en ello.
– Parece ser que tenías razón -reconoció Bentz-. Durante la última hora, han sido rescatados del Misisipi cuatro cuerpos de mujeres, una afroamericana y tres caucásicas, todas en el mismo estado de descomposición, todas ellas de entre veinte y treinta años. A una de las chicas caucásicas le faltaba un brazo.
Portia exhaló un suspiro de resignación y desesperanza.
– Sus características físicas, pelo y color de ojos, tatuajes y cicatrices, sugieren que se trata de las chicas que desaparecieron del colegio.
– De acuerdo -susurró. Aunque había sospechado que no habían tenido un final feliz, esperaba estar equivocada y que todos los demás del departamento tuvieran razón; que Dionne, Monique, Tara y Rylee aún estuvieran en alguna parte, vivas y a salvo-. ¿Ha dicho que todas estaban en el mismo estado de descomposición? Pero si fueron secuestradas en diferentes meses.
– Sabremos más en cuanto el forense las examine -respondió con la voz bien controlada.
– ¿Y la causa de la muerte?
– Eso aún no lo sabemos. A priori, parece que no han estado en el agua más que unos cuantos días, puede que una semana. Es difícil de saber. -Vaciló un instante y ella supo que tenía algo en mente.
– ¿Qué más?
– Hay unas extrañas heridas de pinchazos en los cuerpos. ¿Sabías que no había ni una gota de sangre en ese brazo que encontrasteis en el pantano?
– Sí. -De repente sintió frío en su interior. Se preparó para lo que sabía que le iba a decir.
– Parece que estos cuerpos podrían no tener tampoco ni una gota de sangre.
– ¿Arterias cortadas?
– No exactamente -contestó él, y ella pudo sentir su rabia irradiando a través del teléfono inalámbrico-. Pero puede ser que los cuerpos fueran desangrados.
– Les drenaron la sangre -comentó, pensando en las heridas de pinchazos. -A lo mejor quieres verlo por ti misma en el laboratorio. -Lo haré, pero ahora tenemos a otra chica desaparecida. Bentz dejó escapar un rápido y ligero suspiro. -¿Quién es?
– Una estudiante de All Saints, de nombre Ariel O'Toole. Sus padres no pueden localizarla y, por el aspecto de su apartamento, yo diría que se ha marchado por varios días.
– No me lo digas, es una estudiante del nivel superior de Lengua.
– Exacto.
– ¿Y asistió a esa clase sobre el vampirismo?
– Sí.
Maldijo con fuerza.
– Voy para allá. El laboratorio puede llamar cuando tenga el informe. Mi hija es una estudiante del All Saints. Una estudiante del nivel superior de Lengua.
– Me estaba preguntando si aparecerías -le dijo Grace, dando un sorbo a su bebida, sentada en una mesa del ruidoso bar, donde la música sonaba muy alta y había una máquina de discos instalada en un rincón-. Únete a nosotras.
La cara de Trudie se endureció. Entabló un rápido contacto visual con Kristi; estaba claro que no se sentía tan emocionada de verla como Grace.
Marnie se apartó el pelo de su hombro y se dirigió a ella.
– Sí, siéntate.
Kristi ignoró a Trudie al acomodarse en una silla vacía, observando sus bebidas.
– ¿Y qué estáis bebiendo?
– Martini rojo sangre. -Grace levantó su copa y giró el largo tallo entre sus dedos; el contenido escarlata amenazaba con derramarse por el borde.
– ¿Qué lleva?
– Sangre, por supuesto. -Se relamió los labios y luego tomó un largo trago-. Mmm. Kristi asintió.
– Sí, claro, como la sangre de una granada o de un arándano, o…
– Sangre humana. -Grace rió su propia broma, pero el humor de Trudie se tornó aún más oscuro. Le lanzó a su amiga una mirada que parecía decir «cierra la maldita boca», la cual Grace ignoró, según supuso Kristi, por el fulgor en su mirada. Grace estaba disfrutando.
Al igual que Marnie.
– Eso es, estamos todas dentro. En lo del vampirismo, ya sabes. Kristi decidió seguirles el juego.
– Yo también estoy en la clase de Grotto. ¿No creéis que es el mejor de todos los profesores? -Antes de esperar una respuesta, continuó-. Supongo que me tomaré uno.
Miró a su alrededor justo cuando una camarera dejaba una jarra de cerveza y cuatro vasos helados en una mesa cercana. Una vez que hubo terminado, la chica, una morena con un mechón fucsia en el pelo, se dio la vuelta y Kristi pensó que le resultaba familiar, como si la hubiera visto en el campus.
– ¿Estás en alguna de mis clases? -inquirió.
– Sí. Me llamo Bethany -respondió-. ¿Qué te sirvo?
Kristi señaló a la bebida de Trudie.
– Tomaré uno de esos.
– Buena elección. -Asintió con aprobación-. Es mi favorito.
– ¿De veras?
– Martini rojo sangre.
– ¿Qué lleva?
– Ginebra, vermut, licor de arándano, y solo un toque de zumo de uva.
– ¿No lleva sangre de verdad? -preguntó Kristi.
– Lo siento -contestó Bethany, levantando una comisura de sus labios-. El ministerio de sanidad no está de acuerdo.