Mathias comenzó a levantarse, pero la criatura se abalanzó con sus colmillos al descubierto.
Mathias gritó a los cielos, estirando sus brazos para protegerse del mal. Pero no era rival para el diablo, aquel maníaco sediento de sangre.
Vlad mordió. Sus dientes penetraron en la débil carne de la garganta de Mathias, quien ahogó un nuevo grito. La sangre salía a chorros.
Un dolor inmenso invadió el cuerpo de Mathias. Arañaba y golpeaba, pero Vlad, habiendo satisfecho su apetito con la impía sangre del sacerdote, desenfundó su cuchillo.
Lo levantó en un arco mortal.
La luz de la lámpara brilló reflejada en la hoja.
Mathias se retorcía de miedo. Estaba sudando, casi orinándose encima. Aquello no debía de estar pasando. No… él deseaba el perdón de Dios, esperaba vivir mucho tiempo y arrepentirse por sus pecados y…
¡Slash!
La hoja cortó, descendiendo en un arco plateado. El padre Mathias murió en el acto.
Los federales, pensó Jay, por supuesto. El fbi había estado allí todo el tiempo. Y aun así, no habían arrestado a Grotto.
Jay conducía con Mai Kwan en el asiento de al lado, relegando a Bruno al asiento trasero. Ella conocía la dirección de Grotto, y mientras Jay le contaba todo lo que él y Kristi habían descubierto, Mai le mostró dónde aparcar, a un bloque de distancia de la casa victoriana cubierta de hiedra donde Grotto residía. La casa era muy apropiada para él, con aquellos ángulos afilados, tejado inclinado y gárgolas decorando los bajantes.
– Simplemente, no creo que quienquiera que haya llevado esto a cabo señalara con una gran flecha roja a su propia cabeza impartiendo clases de vampirismo -adujo Mai-. Nuestro asesino parece demasiado listo para eso.
– Ego -dijo Jay, sacando su pistola-. Complejo de Dios. Cree que es brillante, más listo que nadie. Ahora quiere restregárnoslo por las narices.
– O está siendo implicado por alguien.
– En ambos casos, sabe algo.
Mai introdujo un cargador en su arma.
– De acuerdo. Vamos allá.
No esperaron refuerzos. Mai ya había telefoneado a un superior, le había pedido una orden judicial, y cuando le había respondido que esperase, ella le contestó que lo haría. Lo cual era una mentira descarada. Jay se imaginó que el tipo al otro lado de la línea lo había sabido.
– Parece que no está solo -susurró Mai, y frunció el ceño al ver un coche aparcado en la entrada-. Tendremos que esperar.
– Ni hablar. Kristi podría estar dentro.
– No podemos arriesgarnos.
– Quieres decir que no puedes arriesgarte. Yo voy a entrar.
Kristi se despertó lentamente. Le dolía todo el cuerpo.
Aturdida y desorientada, abrió un ojo a la oscuridad.
El dolor le aporreaba su cabeza y se preguntó vagamente dónde estaba.
Temblorosa, se dio cuenta de que estaba desnuda, sobre un frío suelo de piedra, con las manos y tobillos atados; el húmedo olor a tierra penetraba en sus fosas nasales.
La realidad giraba un poco y tuvo que esforzarse por pensar con claridad, como mínimo.
Como si estuviera atravesando un largo túnel, oyó agua que goteaba y unas voces amortiguadas que se elevaban con ira. ¿Una discusión?
Comenzó a gimotear, y luego contuvo su lengua a medida que las imágenes, intensos fragmentos caleidoscópicos, atravesaban su cerebro de una forma tan dolorosa que se le deformaba el rostro. Recordaba estar tras la pista de un vampiro.
¡Espera! ¿Qué?¿Un vampiro? No, eso no era correcto, ¿o sí lo era? Su piel se le erizó ante la idea.
Piensa, Kristi, recomponte.
Recordaba una bebida roja y brillante, un perturbador cóctel que alguien llamó Martini rojo sangre… y… y… había otras con ella. Ahora sus recuerdos regresaban, más y más deprisa. Había sido drogada por dos chicas, Grace y Marnie… no, tres, esa maldita camarera, Bethany; había estado bebiendo y después venía la imagen surrealista… el doctor Grotto acercándose a ella sobre el escenario, inclinándose sobre ella en la neblina, mostrándole a un público invisible lo que podía hacerle antes de clavarle los colmillos en el cuello.
Se encogió ante el recuerdo.
Trató de soltar algún sonido, pero su garganta aún no funcionaba. Todo era tan surrealista. ¿Puede que no fuera nada más que un mal viaje? Lo que Bethany le había puesto en la bebida le provocó alucinaciones… por supuesto que era eso.
¿Entonces por qué estás tumbada desnuda sobre un suelo de piedra? Sus pestañas, somnolientas, se abrieron de golpe y trató de ver, de obtener cierta visión en aquella oscuridad casi total… ¿Dónde diablos estaba? ¿Por qué había formado parte de aquel horrible ritual? ¿Por qué sigues con vida?
Aterrorizada, intentó ponerse en pie, pero no tenía bastante fuerza.
No conseguía que sus estúpidas extremidades hicieran lo que ella quería.
Volvió a ver la imagen de Grotto.
Le había llamado por su nombre, se lo dijo al público de, ¿una persona? ¿Cinco? ¿Cien? Les dijo que estaba lista para el sacrificio definitivo.
Y después se había disculpado. Le susurró que lo sentía. ¿Por qué? ¿Por clavarle sus malditos dientes? ¿Por secuestrarla? Dios santo, ¿en qué demonios se había metido?
Estaba tan mareada que creyó que iba a vomitar; se apoyó sobre sus manos y rodillas. Si no podía andar, al menos podría gatear. Comenzó a moverse, con la cabeza martilleándole, cerrando un ojo a causa del increíble dolor. Puede que aquello no fuese más que un sueño. Un sueño realmente malo. Se detuvo por un instante, tambaleándose sobre sus rodillas y estiró sus manos hacia arriba para tocarse el cuello.
Ahogó un grito cuando las yemas de sus dedos entraron en contacto con la herida: dos agujeros en su cuello, sin vendaje, tan solo endurecidos con su propia sangre.
Se le revolvió el estómago y tuvo que tragarse la bilis que le quemaba la garganta.
No había sido un mal sueño ni una pesadilla. El doctor Grotto realmente le había mordido en el cuello y chupado la sangre. Se palpó los rastros de sangre que habían goteado por sus hombros y sobre sus pechos. ¡Qué locura!
Mientras combatía el sordo dolor de cabeza, se dijo que debía encontrar una salida de aquel oscuro agujero de piedra.
Una tumba, Kristi, estás en otra tumba.
Se le puso la piel de gallina ante la idea, el recuerdo de la última vez que había sido encerrada, convencida de su muerte. No te rindas.
No le había ocurrido antes y no estaba dispuesta a que le ocurriera ahora. Al menos, no sin una maldita buena pelea.
Se movió sobre las frías rocas, despacio, palpando con sus manos atadas. Aguzó su oído en busca de un sonido aparte del goteo de agua, pero tan solo oía unas diminutas uñas arañando, como si ratas o ratones huyeran de su camino.
Centímetro a centímetro, dio finalmente con una pared. También estaba hecha de piedra. Tenía que haber alguna salida, razonó, aclarando su mente poco a poco. La habían depositado allí de alguna forma y, a no ser que estuviera en algún enorme depósito con solo una salida en el techo, tenía que haber una puerta. Solo tenía que encontrarla.
No te rindas. Aún no estás muerta.
Justo cuando estaba combatiendo sus miedos, oyó las pisadas que se acercaban.
Retrocedió y volvió a tumbarse. No tenía la fuerza suficiente para luchar; todavía no. Tendría que fingir que aún estaba inconsciente. Allí estaba. Su oportunidad. Una llave tintineó en la puerta.
Kristi cerró los ojos. Dame fuerzas, rezó en silencio, y ayúdame a matar a este hijo de puta.
Capítulo 28
Así que todo se había reducido a esto, pensó Dominic Grotto, sentado con su móvil en la mano y los cubitos de hielo en su bebida, aún sin tocar. Incluso el movimiento de Vivaldi que sonaba desde los invisibles altavoces instalados sobre la librería de su estudio no podían apaciguar su alma. Lo que había comenzado como una singular forma de mantener a los jóvenes interesados por todos los tipos de literatura, había terminado en muerte. En cuatro chicas muertas hasta ahora.