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Ahora tienes cosas más importantes en las que pensar.

Trató de desgarrar la cinta una vez más, pero sin resultado. Aunque ahora su cuerpo estaba respondiendo; podía darle órdenes y sus músculos hacían lo que les decía.

Levantó las piernas hacia arriba, llevando sus tobillos todo lo cerca del torso que le fue posible, después se inclinó hacia delante. Era muy flexible debido a años de atletismo. El taekwondo y la natación la habían ayudado. Tensó la espalda y puso su boca sobre la cinta que había entre sus tobillos. Luego mordisqueó con fuerza y echó su cabeza hacia atrás. Sus dientes resbalaban sobre la cinta. No lograba engancharlos.

¡Maldición!

Volvió a intentarlo.

Falló.

Una vez más concentrándose con fuerza. Tensando los músculos. Sudando. Tenía que liberarse antes de que volviera. De conseguirlo, si era capaz de ponerse en pie, le cogería desprevenido y le barrería los pies del suelo.

¡Hazlo Kristi, tan solo hazlo!

Mordió con fuerza. Retiró su cabeza hacia atrás con rapidez. Aquella vez su diente arañó el plástico, se enganchó y fue capaz de hacer una ligera rasgadura. Agarró los dos diminutos bordes con sus dedos, que no tardaron en resbalar de la cinta. ¡Maldición! Estaba empapada en sudor, su corazón latía con fuerza y se le acababa el tiempo.

Volvió a agarrar los bordes de la cinta y tiró de ellos.

¡Rrrrrrrrip!

¡Lo había conseguido!

Se levantó sobre sus pies desnudos justo al oír el sonido de unas pisadas en la sala al otro lado.

Vamos, cabronazo, pensó, todavía ligeramente inestable. Juntó sus manos con fuerza con la intención de usarlas como una porra en cuanto hubiera tirado al suelo a ese bastardo. Vamos, vamos. Estaba muy excitada. Lista. Cada músculo de su cuerpo se tensó cuando oyó las llaves tintinear al otro lado de la puerta. En cuanto se abrió la puerta, ella lo rodeó y lo golpeó con los pies desnudos en sus espinillas.

Aulló de sorpresa, pero no cayó al suelo. Kristi no se molestó en golpearlo, tan solo salió por la puerta abierta y la cerró a su espalda.

Colocó los cerrojos en su sitio.

Respirando con fuerza, sintió prisa. ¡Las tornas habían cambiado! ¿Pero por cuánto tiempo? Partió hacia una oscurecida sala sin mirar hacia atrás. Solo disponía de unos segundos.

Él aún tenía las llaves.

* * *

Jay subió corriendo los escalones traseros de la casa Wagner y comprobó la puerta. Cerrada.

Sin problema. Pateó la ventana más cercana y se coló a través de ella justo al oír otras pisadas que se aproximaban al porche: Bentz, Montoya y Kwan. Jay encontró la puerta que daba al sótano y probó a abrirla.

Otro maldito cerrojo.

Esta vez, pateó los paneles, pero la puerta no se movió. Maldijo. Miró alrededor de la cocina y encontró un taburete metálico. Estaba a punto de estrellarlo contra el tirador cuando Mai Kwan entró por la ventana que acababa de romper. Mai se puso en pie y le grito: «¡Échate a un lado!». Su arma ya estaba fuera de la funda. Disparó a la manivela de la puerta, haciendo saltar la cerradura y algunos trozos de madera mientras Bentz también atravesaba la ventana rota. Montoya iba pegado a sus talones.

Jay no esperó. Tras encender una linterna de bolsillo, se apresuró escaleras abajo, casi esperando que hubiera un francotirador esperando para abatirlo. Pero con Mai un metro por detrás, llegó ileso.

Bentz encendió las luces y todo se iluminó para alivio de todos.

La enorme estancia estaba llena de cajas, muebles viejos, contenedores llenos de baratijas e incluso fotografías. Un mastodóntico horno con conductos que ascendían como brazos metálicos ocupaba uno de los rincones; una carbonera vacía ocupaba otro; había una caja de fusibles con los cables cortados junto a un panel eléctrico más moderno.

– Comprobad las paredes -ordenó Mai-. Buscad otra salida.

Allí había varias puertas, todas tapadas con tablas, polvorientas y obviamente sin usar. Ninguna se abriría. Mai sacudió su cabeza con frustración.

– Os dije que ya habíamos buscado aquí abajo.

– Tiene que haber un camino. -El aire muerto del sótano penetraba sus fosas nasales; Jay se pasó una mano por el cabello y se quedó mirando las puertas. Trató de abrirlas una por una, más despacio y con mayor atención, pero ninguna de ellas se movía. Bentz empujaba cajas y cajones y Montoya observaba el perímetro de la habitación.

¿Se habría equivocado Kristi?

Jay miró su reloj, sentía que el tiempo se agotaba. Mantuvo sus esperanzas de que la encontraría allí, pero ¿ahora qué?

– Tenemos que hablar con el padre Mathias. Kristi parecía creer que sabía algo.

Mai asintió.

– Vive justo detrás de la capilla. Iré yo. -Ya se encontraba subiendo las escaleras.

– Yo la cubriré. -Montoya fue detrás de Mai.

Jay y Rick Bentz se miraron el uno al otro a través del polvoriento y ruinoso sótano.

– Si Kristi dijo que algo estaba pasando aquí abajo, es que es verdad -dijo Bentz. Entrecerró los ojos al ver los marcos de las ventanas situados en alto, junto a las vigas, donde se podían ver telarañas y clavos viejos.

También Jay examinaba el perímetro del edificio, buscando algo que se les hubiera pasado, algo justo bajo sus narices. Inspeccionó los muebles y comenzó a sudar al pasar los minutos. Nada parecía estar fuera de sitio. Bentz apartó una pila de cajones para examinar el suelo mientras Jay se acercaba al panel eléctrico. En su interior, todos los interruptores estaban colocados en la posición de «encendido». Probó unos cuantos. No ocurrió nada, salvo que el sótano se quedó a oscuras durante un instante.

– ¡Oye! -exclamó Bentz.

Jay accionó el interruptor. No había nada. Y la vieja caja de fusibles no estaba conectada, con sus cables visiblemente cortados. De todas formas, abrió la puerta de metal y se quedó mirando el panel de viejos fusibles, algo perteneciente a una época anterior que aún seguía allí. Tiró del primero y no ocurrió nada. Era una pérdida de tiempo. Y entonces se dio cuenta de que un diminuto cable, uno más moderno, salía del dorso de la caja.

Sintió un pequeño brillo de esperanza justo al oír más pisadas sobre sus cabezas. Sin duda eran más policías, atraídos por los disparos.

– ¡Oigan! -gritó una potente voz mientras una multitud de pies correteaba por la casa Wagner-. ¿Qué coño está pasando aquí?

Tiró de otro interruptor. Nada. Luego de otro. Y unos engranajes comenzaron a girar de repente. Jay retrocedió mientras una parte de la pared, una que no tenía puertas, empezó a abrirse.

Bentz cruzó rápidamente la sala profiriendo maldiciones.

Sin decir una palabra más, Jay y él entraron en una diminuta habitación con unas estrechas escaleras. La puerta se cerró lentamente a sus espaldas, dejándoles en la más completa oscuridad.

* * *

Kristi no tenía ni idea de hacia dónde se dirigía. El túnel era largo, estrecho, e iluminado por pequeñas luces parpadeantes en línea sobre su cabeza. Había logrado llegar a una esquina cuando la puerta detrás de ella se abrió y oyó un grito.

¡El doctor Preston!

La adrenalina la espoleó, pero aún se encontraba débil, sus manos estaban atadas y su cerebro no pensaba al cien por cien.

No importa. Solo corre. Hasta que llegues a un callejón sin salida, solo corre. Tienes que escapar.

La estaba persiguiendo; sus pisadas golpeaban sobre la fría piedra, resonando a través de aquel estrecho pasillo, un túnel de muchos. Se preguntó cómo habría llegado hasta allí, en primer lugar, pero siguió corriendo.

– ¡Detente, zorra!

No se molestó en mirar sobre el hombro, lo único que sabía era que le estaba recortando la ventaja.

¡Más deprisa, Kristi, más deprisa!

Su corazón bombeaba salvajemente, sus pies golpeaban el desigual suelo, arañando las piedras. Ella era una corredora… ¡podía hacerlo! Y todavía la estaba persiguiendo.

¡Oh, Dios, tenía que alejarse de él! Más adelante se veía una abertura. ¡Puede que fuera una salida!

Con una explosión final de velocidad, esprintó a través del umbral y se encontró en una enorme habitación… era como un oscuro balneario subterráneo. La oscura caverna estaba llena de velas, espejos y una bañera de piedra llena hasta rebosar; el agua se derramaba por los bordes.

Una mujer, una hermosa mujer de pelo oscuro y rasgos angulosos, se reclinaba en el agua. Estaba tomando un maldito baño, por el amor de Dios.

– ¡Tienes que ayudarme! -dijo Kristi apresuradamente, y se preguntó de nuevo si aquello sería algún extraño sueño o si aún estaba alucinando por las drogas que le habían dado unas horas antes. Tal vez todo aquello no fuese más que una horrible reacción.

– Por supuesto que te ayudaré -respondió la mujer; sus ojos brillaban con una malevolencia que hizo que Kristi se encogiera por dentro.

Espera. Esa bañista desnuda no era una amiga.

Kristi comenzó a retroceder, pero no pudo; la puerta estaba ahora ocupada por el doctor Preston.

– Oye Vlad, ¿te apetece probar algo nuevo? -preguntó la mujer. ¿Vlad? ¿Acababa de llamar Vlad al doctor Preston?

Kristi estaba bien segura, al igual que Alicia antes que ella, de que había caído en el país de las pesadillas.

– ¿Qué es esto? -preguntó, con miedo a oír la respuesta mientras analizaba la habitación ansiosamente, buscando una salida. Tan solo había una puerta y estaba firmemente bloqueada por el doctor Preston, o Vlad, o como quiera que creyera llamarse.

– ¿Algo nuevo?

– Vaciémosla directamente en la bañera -sugirió la mujer-. Tan solo redúcela, métela en la bañera conmigo y raja sus muñecas. Es mucho más fácil que bombear toda la sangre y echarla en la bañera.

A Kristi se le secó la boca mientras retrocedía. Seguramente había oído mal. No iban a bombear la sangre de sus venas.

El doctor Vlad Preston se volvió hacia Kristi.

– Elizabeth desea bañarse en tu sangre.

Kristi tan solo podía quedarse mirando, su cerebro no encontraba nada racional al intentar encontrarle algún sentido a aquello.

– ¿Elizabeth? -repitió.

– El nombre que he adoptado. El de un ancestro. ¿Has oído hablar de ella? ¿La condesa Elizabeth de Bathory?

Al instante, Kristi recordó lo que había aprendido en la clase del doctor Grotto. Sobre la sádica mujer que había matado inocentes jovencitas que trabajaban para ella, y se había bañado en su sangre en un intento de rejuvenecer su propia carne.

Elizabeth reposó su cabeza sobre las baldosas y suspiró como si estuviera en éxtasis.

– Ella estaba en lo cierto, ¿sabes? He notado una gran diferencia desde que utilizo su tratamiento.

– Baños de sangre -repitió Kristi, apenas reconociendo su propia voz ahogada por el miedo. Por el rabillo del ojo, vio a Vlad aproximándose.

Estaba a mucha distancia, pero se acercaba.

– ¿Es eso lo que les ocurrió a las otras? ¿A Monique? ¿A Dionne?

– Sí, sí, y a Tara y a Ariel, esas eran lo bastante buenas. -Entonces se sentó y continuó-. Pero no usé a la inferior. No uso sangre contaminada.

– Karen Lee no estaba contaminada -protestó Vlad.

– Entonces, no era lo bastante buena para mí. -Elizabeth se reclinó en el agua y prosiguió-: Terminemos con esto antes de que me arrugue como una pasa.

Kristi no pensaba darle a esa chiflada ni una sola gota de su sangre. Al aproximarse Vlad, ella retrocedió volviendo a darle una fuerte patada en la espinilla. Intentó pasar corriendo junto a él, pero Vlad ya se había anticipado. Se lanzó hacia ella y ambos cayeron al suelo enganchados, luchando y pegando. Él era fuerte como un buey y más pesado al sujetarla contra el suelo.

– Zorra violenta -gruñó, agarrándola por sus muñecas atadas y levantándolas sobre su cabeza de forma que ella se encontraba elevada y sudorosa, a su merced.

Elizabeth se puso en pie.

– ¡No la estropees! No rompas sus venas… quiero…

– ¡Sé lo que quieres! -espetó Vlad, pero tenía la mirada perdida en Kristi. Para su terror, pudo sentir su erección, tiesa y dura, a través de sus pantalones negros. Ella combatió la necesidad de moverse mientras se dibujaba una sonrisa de serpiente sobre sus labios y él empujaba con su ingle un poco más fuerte, asegurándose de que ella sabía lo que iba a ocurrir.

Iba a ser violada y drenarían su sangre.

¡Oh, Dios!, tenía que luchar. ¡Aquello no podía ocurrir!

Trató de retorcerse, pero no consiguió nada, y en segundos él ya le había atado de nuevo los pies y le había introducido una píldora en la boca, tapándole la nariz hasta que jadeó y tosió.

En pocos minutos, la droga, cualquiera que fuese, empezó a hacer efecto otra vez, y se quedó tan indefensa como un gatito, con el cerebro desconectado como si estuviera borracha.

Intentó agitarse, pero sus golpes tan solo encontraron aire mientras él cortaba la cinta que sujetaba sus muñecas. Mientras ella protestaba débilmente, él la arrastró al interior del agua cálida, casi agradable.

– Ya era hora -protestó petulantemente Elizabeth.

– Tuve que esperar hasta que la droga hiciese efecto.

– Lo sé, lo sé. -Elizabeth se echó hacia un lado y rozó su piel contra la de Kristi-. Mira su piel. Impoluta. Perfecta… -Levantó su mirada hacia Vlad-. Ella es la elegida. Su sangre lo hará.

¿Hacer qué?¿Salvarla de envejecer?

– No. Estás acabada -logró decir Kristi, pero ellos la ignoraron y, aunque trataba de arrastrarse hacia fuera, no pudo hacerlo. Para su incredulidad, como si lo viera desde una gran distancia, contempló cómo Vlad, muy cuidadosamente, le hacía un corte en la muñeca derecha.

Su sangre comenzó a manchar el agua en una serpenteante nube.