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– ¿No estás casada?

– No.

– ¿No tienes hijos?

Kristi sacudió la cabeza, algo molesta. Las preguntas de Irene se pasaban una pizca de personales.

– ¿No tienes novio? El contrato estipula que solamente puede haber una persona ahí arriba. -Hizo un ademán hacia el pequeño desván que una vez había sido un ático, posiblemente las habitaciones de los sirvientes del enorme y viejo caserón, ahora dividido en apartamentos.

– ¿Y si decido que necesito una compañera de habitación? -inquirió Kristi, aunque quienquiera que fuese, se vería relegada al sofá de aspecto gastado o a una cama hinchable.

Irene encogió sus labios.

– El contrato tendría que ser reescrito. Yo querría realizar una comprobación de seguridad sobre cualquier posible inquilino y, por supuesto, el alquiler subiría junto con un nuevo depósito de seguridad. Y no se permite realquilar. ¿Lo entiendes?

– Por el momento, solo estoy yo -respondió Kristi, tratando de morderse la lengua de algún modo. Necesitaba aquel apartamento. El alojamiento era algo difícil de encontrar en mitad del año escolar, especialmente cualquier apartamento cercano al campus. Un golpe de suerte la ayudó a descubrir aquel desván en Internet. Había sido una de las pocas opciones que podía permitirse a una distancia que pudiera caminarse hasta la escuela. Y en cuanto a una compañera, Kristi prefería volar en solitario, pero las finanzas podrían obligarla a tratar de buscar a alguien para compartir el alquiler y las facturas.

– Mejor. No estoy para tonterías.

Kristi lo dejó correr. Por ahora. Sin embargo, aquella anciana estaba empezando a irritarla.

– ¿No tienes ninguna otra pregunta? -inquirió Irene mientras doblaba su copia enérgicamente con las uñas, y la introducía en el bolsillo lateral de una bolsa hecha de ganchillo.

– Aún no. Puede que una vez que me haya mudado.

Los oscuros ojos de Irene se entrecerraron tras sus gafas, como si en verdad estuviera analizando a Kristi.

– Si hubiera algún problema, también puedes llamar a mi nieto, Hiram. Está en el primero A. -Agitaba sus dedos mientras se lo explicaba-. Es una especie de casero de guardia. Obtiene un descuento en su alquiler arreglando cosas y encargándose de problemas de poca importancia. -Las arrugas encima de sus cejas se hicieron más profundas-. Sus condenados padres se separaron y olvidaron que tenían un par de hijos. Qué estupidez. -Rebuscó en el bolsillo de sus vaqueros para extraer una tarjeta con su nombre y número de teléfono, además de los de Hiram, y la deslizó sobre la mesa-. Le dije a mi hijo que cometía un error liándose con aquella mujer, pero ¿acaso me escuchó? Oh, no… Maldito idiota.

Como si se diese cuenta de que estaba hablando demasiado, cambió de tema rápidamente.

– Hiram es un buen chico. Trabaja duro. Te ayudará a instalarte, si quieres; sabe arreglarlo todo. Lo aprendió de mi marido, que en paz descanse. -Mientras se ponía en camino, siguió hablando-. Oh, voy a hacer que Hiram instale cerrojos nuevos en todas las puertas. Y si tienes alguna ventana que no cierra bien, él también puede encargarse de ello. Supongo que has oído las últimas noticias. -Sus cejas grises se asomaron por el borde superior de sus gafas sin montura y se rascó nerviosamente la barbilla, como si estuviera considerando lo que estaba a punto de revelar-. Varias estudiantes han desaparecido aquí este curso. No han encontrado ningún cuerpo, ya sabes, aunque la policía parece sospechar que les ha pasado algo malo. Si te interesa mi opinión, todas se han escapado. -Desvió la mirada y murmuró-. Siempre pasa, pero nunca se toman suficientes precauciones. -Asintió como si estuviera de acuerdo consigo misma, metiéndose el bolso bajo el brazo.

– He visto las noticias.

– Todo era diferente cuando yo crecí aquí -le aseguró Irene-. La mayoría de las clases eran impartidas por sacerdotes y monjas, y el colegio tenía su reputación; pero ahora… ¡bah! -Agitó una mano en el aire, como si estuviera apartando un molesto mosquito-. Ahora parece que contratan a toda clase de… tipos raros; en mi opinión, ninguno que tenga un puñetero título. Imparten clases sobre vampiros y demonios y todo tipo de cosas satánicas… religiones del mundo, no solamente cristianismo, te lo advierto, y… ¡luego están esas ridículas obras moralistas! Como si aún estuviéramos viviendo en la Edad Media. Oh, y no me hagas hablar del departamento de Lengua. Está en manos de una chiflada, en mi opinión. Natalie Croft no tiene ni idea de dar una clase, y mucho menos de llevar un departamento. -Resopló mientras abría la puerta-. Desde que el padre Anthony, oh, perdón, es padre Tony porque está tan a la última que supongo que es un colega más; desde que sustituyó al padre Stephen, se han desatado todos los infiernos. Literalmente.

Con los labios apretados, Irene sacudió la cabeza mientras traspasaba el umbral de la puerta hacia el porche, débilmente iluminado.

– ¿Cómo va a ser eso de ayuda? ¿Obras moralistas? ¡Por el amor de Dios! ¿Vampiros? ¡Es como si All Saints hubiera regresado a la Alta Edad Media! -Se agarró a la barandilla y comenzó a bajar los escalones.

Una mujer de mente abierta, eso es lo que Irene Calloway no era. Kristi no quiso mencionar que algunas de las clases desdeñadas por la anciana se encontraban ya en su programa.

Después de que su nueva patrona se hubiese marchado, Kristi cerró la puerta con llave y comprobó todas las ventanas, incluida la grande del dormitorio, que llevaba hasta una antigua y oxidada salida de incendios.

Todos los pestillos de las ventanas de aquel pequeño apartamento estaban rotos. Kristi pensó que sería mejor no mencionarle la falta de seguridad a su padre. De inmediato, mientras bajaba la escalera exterior a por sus cosas, llamó al teléfono móvil de Hiram. El nieto de Irene no contestaba, pero Kristi dejó un mensaje y su número de teléfono; después comenzó a arrastrar sus escasas pertenencias a su nuevo hogar, un nido de cuervos que dominaba el muro de piedra alrededor del colegio All Saints.

* * *

Sentada en su escritorio del departamento de policía de Baton Rouge, la detective Portia Laurent examinaba las fotografías de las cuatro alumnas desaparecidas del colegio All Saints. Ninguna de las chicas había vuelto a asomar la cabeza. Simplemente habían desaparecido, no solo de Luisiana sino, al parecer, de la faz de la tierra.

El ruido de las teclas acompañaba al zumbido de las impresoras y al de un viejo reloj que marcaba los últimos días del año, mientras Portia observaba las fotografías por la que parecía ser la millonésima vez. Todas eran tan jóvenes. Chicas sonrientes con caras luminosas, con inteligencia y esperanza refulgiendo en sus ojos.

¿O sus expresiones no eran más que máscaras?

¿Había algo más oscuro oculto tras esas sonrisas forzadas?

Las chicas habían tenido problemas, eso se podía asegurar. De forma que habían desaparecido. Nadie, ni los demás miembros del departamento de policía, ni la administración del colegio, ni siquiera los familiares de las chicas desaparecidas parecían creer que hubiera un crimen de por medio. En absoluto. Aquellas sonrientes chicas de cuento de hadas simplemente habían huido; chicas valientes y testarudas que, por uno u otro motivo, habían decidido largarse y no regresar.

¿Estaban metidas en asuntos de drogas?

¿De prostitución?

¿O solamente estaban hartas del colegio?

¿Se habían puesto en contacto con un novio que se las había llevado?

¿Habían decidido recorrer el país en autoestop?

¿Querían unas vacaciones rápidas y habían decidido no regresar?

Las respuestas y opiniones variaban, pero Portia parecía ser la única persona en el planeta a quien le importaba. Ella había hecho copias de las fotos de sus identificaciones del campus y las había pegado sobre el tablero de anuncios de su cubículo. Las originales estaban en el archivo general de todas las personas recientemente desaparecidas, pero estas eran diferentes; estas fotos conectaban a cada una de las chicas que había asistido al colegio All Saints, que había desaparecido, y que no había dejado ni rastro. No habían usado tarjetas de crédito, ni canjeado cheques, ni accedido a ningún cajero automático. El uso de su teléfono móvil se había detenido las noches en que se produjeron sus desapariciones, pero ninguna de ellas había aparecido en un hospital. Ninguna de ellas había comprado un billete de autobús, o de avión, ni se había producido actividad alguna en sus páginas de MySpace.