– Fuimos al mismo instituto -explicó Jay. Demasiada información.
– ¿Has venido por eso o querías algo más? -inquirió Kristi, preguntándose cómo cerrarle la boca a Jay. Contempló horrorizada como además colocaba un brazo alrededor de sus hombros. Maldito sea, lo estaba disfrutando. Kristi le lanzó una mirada esperando que recibiera el mensaje.
– Estaba pensando que a lo mejor querías salir a dar una vuelta, o a tomar un café o algo así -dijo Mai-. Pero ya veo que estás ocupada, que ya tienes compañía, así que… puede que en otra ocasión.
¿Sería cosa de la imaginación de Kristi o realmente Mai había mirado a Jay de forma lasciva al realizar la última oferta?
– De todas formas no habría podido ir en este momento; tengo un montón de deberes y después comienza mi turno en el trabajo, dentro de unas horas -dijo Kristi. ¿Por qué tenía que darle explicaciones? Lo que ella hacía no era de la incumbencia de Mai. Kristi solo le rezaba al cielo para que Jay no fuera lo bastante educado, o lo bastante estúpido, para invitar a la chica a que entrase.
De repente, Jay chasqueó los dedos.
– Mai Kwan. Me llamaste hace un par de días, ¿verdad? Acerca de un artículo para el periódico del colegio, ¿no?
Kristi miró a Mai con renovado interés, y esta levantó una pizca su barbilla, como si supiera que las tornas estaban cambiando en la mente de Kristi.
– Sí, así es. Estoy haciendo un trabajo sobre criminología. Me gustaría entrevistarte, obtener algo de documentación para el trasfondo, y luego relacionarlo todo con lo que estás enseñando aquí, en All Saints. De qué forma lo que discutes en clase puede ser aplicado al verdadero trabajo policial. En el tema del trabajo de campo. Esperaba poder entrevistarte, luego puede que a un detective local, puede que incluso al padre de Kristi, ya que es bastante famoso y ha ayudado en algunos casos en el campus.
Kristi gruñó para sus adentros. No le extrañaba que Mai hubiera estado intentando hacerse su amiga. Demasiado interesada para ser amistad verdadera.
– Creo que puedo ayudarte -asintió Jay.
– Cuando quieras. Elige tú el momento -dijo Mai tras ofrecerle una brillante sonrisa.
¿Así que Kristi debía suponer que Mai simplemente se había encontrado con Jay? ¿O acaso había visto su camioneta, le había observado al llegar con Kristi la noche anterior y había decidido forzar un encuentro aquella mañana?
– Tendré que consultar mi agenda y llamarte -convino Jay-. Todavía tengo tu número en mi buzón de voz.
– ¡Oh, claro! -Mai no fue capaz de ocultar su decepción mientras su mirada se desplazaba hacia Bruno-. ¿Es tu perro? -le preguntó a Jay.
– Así es.
– Es mono. -Se apoyó sobre una rodilla y rascó a Bruno detrás de sus grandes y colgantes orejas.
– No le digas eso. Él cree tener un aspecto agresivo.
Mai rió y Kristi se preguntó si alguna vez cogería la indirecta y se marcharía.
– Muy bien, bueno… mira, luego te veo Kristi. -Después le ofreció a Jay una sonrisa infantil-. Encantada de conocerte, profesor McKnight.
– Hasta luego -dijo Kristi al cerrar la puerta. Luego miró con desagrado tanto al hombre como al perro-. Recuerdo claramente haberte dicho que no abrieras la puerta.
– ¿Te avergüenzas de mí?
– No… Sí… Oh, no lo sé -admitió-. Mira, no quiero que se pregone por el campus que duermo con mis profesores, ¿de acuerdo? -Se apartó el pelo de los ojos.
Jay asintió, pero Kristi se dio cuenta de que no se lo tomaba en serio.
– Tu secreto está a salvo conmigo.
– No eres tú quien me preocupa -aclaró, antes de entrar en la cocina y abrir la alacena, aunque sabía que no le quedaba café-. Además, admítelo, estabas deseando abrir la puerta.
– Estamos un poco crispados esta mañana, ¿no?
– Ha sido una noche muy corta, ¿recuerdas?
Jay se acercó a ella por detrás y le rodeó la cintura con los brazos.
– Claramente. Y fue una noche estupenda -le recordó, acariciándole el pelo con su aliento.
Kristi pensó en besarlo, en caer sobre la cama deshecha, pero en realidad no disponía de mucho tiempo.
– Es que hay unas cuantas cosas de Mai que me molestan. Hace demasiadas preguntas, quiere saberlo todo acerca de mi vida privada, y luego no coincide con lo que ella se había imaginado. Ahora, por lo menos, creo que comprendo por qué está siempre insistiendo en que mi padre es un detective estrella.
– ¿Crees?
– ¿Quién sabe si dice la verdad? Simplemente no confío en ella. Jay apartó las manos de ella.
– No confías en nadie.
Su sentencia hizo más daño del que pretendía. Kristi cerró de golpe la puerta de la alacena y se volvió para encararse con él.
– Oh, Dios… ¡Me estoy convirtiendo en mi padre!
– ¿Acaso lo que intentas hacer aquí no es ser una detective? Toda esa -trazó unas comillas imaginarias con sus dedos- investigación acerca de las chicas desaparecidas. Yo no soy psicólogo, pero a mí me parece que intentas demostrarle algo a tu querido y viejo padre.
– Pero yo confío en la gente, ¿vale? No soy… como él.
– No mucho -espetó Jay con una rápida sonrisa.
Ella lo miró estrechando sus ojos. Y todavía estaba enfadada con Mai; seguro que existía algún otro motivo que la simple entrevista para el periódico del colegio.
Jay dejó sabiamente que se apagase el fuego y abrió la puerta del frigorífico. Bruno acudió a su lado al instante.
– Lo siento, colega, no hay mucho por aquí.
– Tengo pensado ir a la tienda, pero no es una prioridad.
– No nos moriremos de hambre -le aseguró, y sacó lo que quedaba de la pizza, tres porciones frías envueltas en papel de aluminio-. El desayuno.
– Ni hablar.
– ¿Tienes café?
– No. No tengo. Tengo una bolsita de té y un par de botellas de vino, pero nada más.
– Es demasiado temprano para tomar una copa. Hasta para mí. Y con respecto al té, no gracias. ¿Quieres un trozo? -Abrió el papel de aluminio y le ofreció la pizza fría.
Kristi le echó un vistazo a la carne picada marrón con su capa de grasa blanca, todo ello mezclado con aceitunas secas, cebolla y salsa de tomate espesa, y se le revolvió el estómago.
– Es toda tuya. Creo que picaré algo en el restaurante. Tienen un sándwich en el desayuno que se llama MacDuff, que es una especie de copia del McMuffin de huevo del McDonald’s. A lo mejor lo pruebo. -Miró el reloj mientras Jay, quien aún no llevaba otra cosa encima que sus calzoncillos, apoyaba su cadera contra la repisa y masticaba la pizza iría sin molestarse en calentarla en el microondas. Bruno, siempre atento, se sentó a sus pies, con los ojos fijos en la comida; barría el suelo con el rabo cada vez que Jay bajaba la vista hacia él.
Kristi se estremeció y se dio la vuelta. Aquella presencia en su apartamento era un tanto embarazosa. Y ya había una persona que había descubierto que eran amantes. En el pasado, mientras ella y Jay habían estado saliendo, nunca habían vivido juntos, de forma que aquella mañana era algo difícil de sobrellevar. Kristi no sabía en realidad cómo podría resultar esa relación, si era así como se definía.
– Voy a ducharme. Hoy tengo un montón de cosas por hacer, lo cual, desgraciadamente, incluye el trabajo. Él asintió.
– Yo también. En casa. -Se sacudió las manos y Bruno olfateó las migas en el suelo-. Después tendré que responder a algunos correos electrónicos y corregir los trabajos de clase, incluido el tuyo.
– Pórtate bien.
– Después de esta noche seré más duro contigo que con el resto, para que no puedan acusarme de ser parcial.
– No te vuelvas loco. Y nadie va a saber una sola palabra sobre esto, ¿te acuerdas? -le recordó, aunque dudaba que Mai pudiera mantener la boca cerrada.
– Estoy libre para cenar.