Perfecto.
Caminaban sin prisa y ella apretó el paso, cerrando el hueco entre ellas de forma que, cuando llegaron a la puerta del aula, Kristi se encontraba pegada a sus talones. Zena encontró un sitio libre. Trudie ocupó el contiguo y Kristi tomó asiento en uno cercano. Miró alrededor de la sala. ¿No estaba Ophelia («SoloO») en aquella clase? De ser así, no se la veía por ninguna parte. Kristi estaba deseando intentar hacerse amiga suya después de su último encuentro, durante la obra de teatro. Pensaba que O guardaba secretos que compartir.
Tampoco veía a Ariel por ninguna parte. De hecho, pensó Kristi, Ariel no había aparecido por ninguna de sus clases en toda la semana.
Y Kristi había presenciado su cambio de color al blanco y negro lo cual, recientemente, no había querido decir gran cosa.
Aun así…
De no ser la temporada de la gripe, Kristi habría empezado a pensar mal. En cambio, tomó una nota mental para comprobar el estado de la chica.
Cuando Preston comenzaba su clase, volvió a mirar a Zena, pero no pudo captar la atención de la otra chica. Tendría que esperar. Fingió interés en el doctor Preston mientras este les hablaba de la importancia de la perspectiva y la claridad al escribir, y Kristi esperó no quedarse dormida.
Hoy se sentía más inclinado a reposar sus caderas embutidas en unos vaqueros sobre el borde de su mesa que a pasear. Aún así, lanzaba la tiza hacia arriba con una expresión de amabilidad; pero por debajo de ese bronceado y de su imagen californiana, Kristi creyó ver una faceta más severa.
Pero ¿acaso no había experimentado la misma sensación con los doctores Grotto y Emmerson? Incluso la profesora Senegal, madre de mellizos, parecía tener un lado oscuro, uno que ocultaba tras sus elegantes gafas y sus labios color borgoña.
La mayoría de estudiantes parecían estar en el mismo estado de letargo que ella. Kristi empezaba a reconocerlos. Unos cuantos asientos por delante, estaba Marnie, la rubia a quien había seguido hasta la casa Wagner. Según parecía, Marnie también formaba parte del grupo de amigas que incluía a Trudie y a Grace. Luego estaba Bethany, otra chica que compartía con Kristi la mayoría de sus clases. Tomaba apuntes afanosamente; sus dedos volaban sobre el teclado de su ordenador portátil, como si el doctor Preston estuviera revelando los secretos del universo.
Uno de ellos, pensó Kristi mientras la chica formulaba una pregunta para aclarar una cuestión sobre simbolismo. Una auténtica lameculos.
Hiram fruncía el ceño en su asiento y Mai dedicaba su atención a la clase tomando aburridos apuntes.
Socorro. Aquella clase era demasiado básica para su gusto. Kristi ya había publicado artículos sobre crímenes reales y tan solo deseaba afinar su destreza para el libro que estaba preparando. No estaba segura de que el doctor Preston fuera la solución.
Parecía como si le hubiera leído el pensamiento.
– ¿Señorita Bentz? -dijo, entonando con autoridad.
Kristi se quedó petrificada.
– ¿La estoy aburriendo? -inquirió y, cuando se quedó mirándola, quiso que la tierra se la tragase-. ¿O a usted? -continuó, dirigiendo su mirada hacia Hiram Calloway.
– Sí -respondió Hiram con insolencia-. Algo parecido.
– ¿Parecido? -insistió Preston, apretando la tiza en su puño.
– Muy bien, no; lo hace. Me está aburriendo. Lo único que quiero es escribir. No creo que necesitemos estudiar simbolismo o figuras literarias. Estudiamos todo eso en el instituto. ¿No se supone que esto es una clase universitaria? Jodeeeeeeeeer. -Tras decir eso, cerró su ordenador, metió sus libros en la mochila, tiró su silla de una patada y abandonó el aula.
Kristi creyó que se desatarían todos los demonios del infierno. Pero la ira desapareció enseguida del rostro del doctor Preston.
– Si hay alguien más que opina lo mismo que el señor Calloway, le invito a que se marche ahora.
La sala quedó en un absoluto silencio. Nadie se atrevió ni siquiera a toser.
La mirada de Preston se paseó entre los estudiantes y, una vez que estuvo convencido de que nadie más tenía pensado marcharse, se aclaró la garganta.
– Bien. Continuemos…
Una vez más, comenzó a pasear lanzando su tiza hacia arriba.
Kristi prestó atención con todas sus fuerzas. Pero era difícil. Hiram tenía razón, la clase era muy aburrida.
Miró el reloj y se pasó los siguientes cuarenta y cinco minutos con la sensación de que Trudie y Zena fingían interés en la clase mientras se enviaban mensajes. Sostenían sus móviles bajo los pupitres y eran lo bastante hábiles escribiendo sobre el teclado para enviarse los mensajes sin ser descubiertas, lo cual resultaba algo extraño. Aquello era la universidad, y no el instituto. Pero Kristi también interpretó su papel, haciendo lo imposible por leer la información que se intercambiaban.
Resultó ser imposible, en su mayor parte. Las pantallas eran demasiado pequeñas, aunque logró captar una o dos frases y apuntó rápidamente los fragmentos taquigráficos que logró ver. «CW» aparecía frecuentemente… ¿Casa Wagner? ¿O eso era lo que ella deseaba? También llegó a ver: «Grto», lo cual dio por hecho que era una referencia al doctor Grotto, y una serie de números que, según creía, se referían al viernes, lo cual era más que el simple comienzo del fin de semana; también se trataba de la fecha en la que tendría lugar la última representación de Everyman. El resto de la información no tenía sentido de forma alguna, pero la anotó de todos modos.
Cuando terminó la clase, se vio de nuevo situada entre las dos chicas, pero no vio un motivo para interrumpir su conversación, y tampoco escuchó nada que mereciera la pena anotar.
Era como si el mundo entero estuviera conteniendo la respiración.
Ocurría lo mismo en el exterior. El aire no se movía. El cielo estaba lleno de nubes plomizas que no parecían moverse.
Se le erizó el vello de sus brazos y, aunque no ocurría nada aparentemente malo, en lo más profundo de su corazón, sabía que el mal acechaba en las sombras.
Era viernes, después de las cuatro, y Portia estaba algo alterada después de las ocho (¿o habían sido nueve?) tazas de café que se había tomado a lo largo del día. Tenía que dejar esa costumbre. Hoy había dejado de contar a partir de las seis tazas, aunque había cambiado al descafeinado al comienzo de la tarde. Todavía sentía los efectos al dejar su coche en el aparcamiento de la comisaría. Probablemente se debía más a la falta de sueño que a la cafeína. Había estado trabajando en turnos de doce horas, ocho de las correspondientes y cuatro de su tiempo libre. Cuando llegó a casa, caminó en la cinta corredora durante cuarenta y cinco minutos, tomó una insípida comida de microondas, baja en carbohidratos y alta en vitaminas, y luego vuelta a empezar, tomándose un solo descanso para beber una copa de vino mientras veía las noticias. Todo ello para deshacerse de los nueve kilos que había engordado desde que cumplió los treinta y dejó de fumar.
En ocasiones se preguntaba si había acertado con la decisión.
El resto de las tardes, se sumergía en su trabajo sin ni siquiera querer pensar en lo que ganaba por hora. Sería demasiado deprimente.
– Recuerda los beneficios -se recordaba una y otra vez mientras sudaba en la cinta corredora, subiendo el volumen de la música al aumentar el ritmo. Y luego estaba el simple hecho de que le encantaba su trabajo. Lo amaba. No había nada mejor. Incluso si eso significaba dormir sola la mayoría de las noches en su cama extragrande.
Tuvo que recordarse ese detalle la siguiente tarde, al cruzar las puertas de la comisaría y llegar a su escritorio. Se había pasado las últimas cuatro horas hablando con los testigos de un caso de violencia doméstica, y se sentía algo cabreada por el conflicto de testimonios. La mitad de la gente en la fiesta donde había tenido lugar el incidente insistía en que la mujer tuvo la culpa; ella había encrespado a su marido ligando con su hermano; luego encendió realmente las cosas al darle un puñetazo en sus partes. La otra mitad decía que el marido, que era un tipo celoso y posesivo, de quien se sabía que consumía esteroides, había exagerado su reacción: cogió su pistola y disparó a su mujer hasta matarla.