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La hembra a su lado se movió tanto que sus senos estuvieron encima de su brazo.

– Vamos a la parte de atrás, cariño.

Puso la mano sobre la suya en la entrepierna y ella hizo algún tipo de ronroneo en su oreja. Al menos hasta que él le quitó la palma.

– Lo siento. No puedo.

La hembra se apartó y lo miró como si hubiera estado jugando con ella. Butch fijó la mirada directamente atrás.

No estaba preparado para decir que nunca más volvería a tener sexo. Y segurísimo que no podía entender por qué Marissa le había dado mucho más de lo que recibió. Todo lo que sabía era que la vieja costumbre de montárselo con mujeres aleatorias no estaba hecha para él. Esta noche.

De repente la voz de Phury cortó el ruido ambiental del club.

– Hey, poli, ¿quieres irte o quedarte?

Butch alzó la mirada. Hubo una leve pausa mientras especulaba acerca de su amigo.

Los ojos del Hermano se estrecharon.

– ¿Qué pasa, poli?

– Estoy preparado para irnos -dijo Butch, aligerando el embarazoso momento.

Cuando se levantó, Phury le echó una dura mirada a la rubia. Un verdadero especial mantén-tu-boca -cerrada.

Guau, pensó Butch mientras se dirigía a la puerta. Entonces Phury realmente era gay.

CAPÍTULO 20

Un leve chirrido despertó a Bella horas más tarde. Mirando hacia la ventana observó como descendía la persiana de acero. El amanecer estaba cerca.

La ansiedad hormigueaba en su pecho, y miró hacia la puerta. Deseaba que Zsadist entrara por ella, deseaba clavar los ojos en él y asegurarse de que estaba de una sola pieza. Si bien parecía que había regresado a la normalidad cuando salió, le había hecho pasar por bastantes cosas.

Se dio la vuelta sobre su espalda y pensó sobre la revelación de Mary. ¿Cómo supo Zsadist que ella necesitaba una amiga? Y dios, el hecho de que hubiera acudido a Mary y…

La puerta se abrió completamente sin previo aviso.

Bella se sentó rápidamente, subiendo las mantas hasta el cuello. Pero entonces la sombra de Zsadist fue un alivio impresionante.

– Soy yo -dijo bruscamente. Cuando entró llevaba una bandeja y había algo en su hombro. Un petate-. ¿Te importa si enciendo las luces?

– Hola… -Estoy tan contenta de que estés bien-. No, para nada.

Encendió varias velas, y ella parpadeó por el repentino resplandor.

– Te traje algunas cosas de tu casa. -Puso la bandeja de comida en la mesita de noche y abrió la bolsa-. Tomé ropas y una parca. El champú que estaba en la ducha. Un cepillo. Zapatos. Calcetines para conservar tus pies calientes. También tú diario… no te preocupes, no leí nada.

– Me sorprendería que lo hicieras. Eres más de fiar que eso.

– No, soy analfabeto.

Sus ojos llamearon.

– De todas formas… – su voz era tan dura como la línea de su mandíbula- creí que querrías algunas de tus cosas.

Cuando puso el petate a su lado en la cama, ella se quedó mirándolo fijamente hasta que, abrumada, extendió la mano para alcanzarlo. Cuando se sobresaltó, se sonrojó y miró qué le había traído.

Dios… la ponía nerviosa ver sus cosas. Especialmente el diario.

Excepto que resultó ser reconfortante sacar su suéter rojo favorito, ponérselo en la nariz y atrapar un dejo del perfume que siempre llevaba. Y… sí, el peine, su peine, el que le gustaba con su cabeza ancha, cuadrada y las púas metálicas. Agarró el champú, abriéndolo e inhalando. Ahhh… Biolage. Nada parecido al perfume que el lesser le había hecho usar.

– Gracias -la voz temblorosa mientras sacaba su diario. -Muchas gracias.

Acarició la cubierta de cuero de su diario. No quería abrirlo. No ahora. Pero pronto…

Alzó la mirada hacia Zsadist.

– ¿Me… me llevarías a casa?

– Sip. Puedo hacerlo.

– Tengo miedo de ir allí, pero seguramente debería.

– Sólo dime cuando.

Reuniendo valor, queriendo sacar del camino uno de las cosas pendientes, dijo:

– Cuando anochezca. Quiero ir allí.

– Vale, iremos. -Señaló la bandeja-. Ahora come.

Ignorando la comida, lo observó entrar en el armario y desarmarse. Era cuidadoso con sus armas, comprobándolas a fondo, y se preguntó dónde había estado… qué había hecho. Aunque sus manos estaban limpias, sus antebrazos tenían sangre negra.

Había matado esta noche.

Supuso que sentiría una especie de triunfo con un lesser menos. Pero mientras Zsadist iba hacia el baño con unos pantalones sobre sus brazos, estaba mucho más interesada en su bienestar.

Y también… en su cuerpo. Se movía como un animal en el mejor sentido de la palabra, todo poder latente y elegantes pasos. El sexo que se había despertado en ella la primera vez que lo vio, la golpeó de nuevo. Lo deseaba.

Cuando la puerta del baño se cerró y oyó la ducha, se restregó los ojos decidiendo que estaba loca. El macho se apartó de la amenaza de su mano en su brazo. ¿Pensaba que realmente quería acostarse con ella?

Disgustada consigo misma, miró la comida. Era alguna clase de pollo con hierbas, patatas asadas y calabacín. Había un vaso de agua y otro de vino blanco, así como dos manzanas Granny Smith y un trozo de pastel de zanahorias. Tomó el tenedor y esparció el pollo por el plato. Quería comer lo que había en el plato sólo porque él había sido tan atento al traérselo.

Cuando Zsadist salió del baño llevando sólo los pantalones de nailon, se congeló y no pudo apartar su mirada. Los anillos del pezón atraparon la luz de las velas, así como los duros músculos del estómago y brazos. Junto con la marca estrellada de la Hermandad, el pecho desnudo tenía un reciente y lívido arañazo que lo atravesaba y una magulladura.

– ¿Estás herido?

Fue hacia ella y ponderó el plato.

– No has comido mucho.

No le contestó mientras sus ojos estaban atrapados en los huesos curvos de la cadera que sobresalían de la baja cinturilla de los pantalones. Dios… sólo un poquito más bajos y podría verlo todo.

De repente lo recordó restregándose rudamente porque pensaba que era asqueroso. Tragó, preguntándose qué le habrían hecho, sexualmente. Desearlo como ella lo hacía parecía… inapropiado. Invasivo. Pero no cambiaba la manera en que se sentía.

– No estoy muy hambrienta -murmuró.

Le acercó la bandeja.

– Come de todas formas.

Cuando empezó otra vez con el pollo, él cogió las dos manzanas y se paseó por la habitación. Mordió una de ellas, se sentó en el suelo con las piernas cruzadas y los ojos cerrados. Un brazo cruzado sobre su estómago mientras masticaba.

– ¿Cenaste abajo? -preguntó ella.

Negó con la cabeza y mordió otro trozo de manzana, el crujido resonó por toda la habitación.

– ¿Es todo lo que comerás? -cuando se encogió de hombros, ella masculló-. ¿Y me dices a mí que coma?

– Sip, lo hago. Continúa comiendo, mujer.

– ¿No te gusta el pollo?

– No me gusta la comida. -Los ojos nunca abandonaron el suelo, pero su voz fue más punzante-. Ahora come.

– ¿Por qué no te gusta la comida?

– No puedo confiar en ella -dijo entre dientes-. A menos que la prepares tu mismo, o que lo veas, no puedes saber qué hay.

– Por qué piensas que alguien puede alterar…

– ¿He mencionado que no me gusta hablar?

– ¿Dormirás a mi lado esta noche? -La pregunta se le escapó, imaginándose que obtendría su respuesta antes de que se callara completamente.

Sus cejas se movieron trémulamente.

– ¿Realmente quieres eso?

– Sí.

– Entonces, sí. Lo haré.

Mientras acababa con las dos manzanas y ella limpiaba el plato, el silencio no fue precisamente fácil, pero tampoco chocante. Cuando acabó con el pastel de zanahorias, fue al baño y se lavó los dientes. Para cuando ella regresó, él trabajaba el corazón de la última manzana con sus colmillos, picando los trocitos que quedaban.

No podía imaginar cómo podía luchar con semejante dieta. Seguramente debería comer más.