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En cada nivel que contaba, había dejado de tratar de fingir que era todo menos una amenaza. Porque la verdad era que nadie estaba a salvo cuando estaba por ahí. Y eso era lo que realmente le mataba, aún más que las cosas físicas por las que tenía que pasar cuando la maldición se manifestaba. Vivía con miedo de herir a alguno de sus hermanos. Y, desde un mes atrás, a Butch.

Rhage caminó alrededor del SUV y miró a través del parabrisa al varón humano. Dios mío, ¿quién habría pensado que alguna vez estaría junto a un Homo Sapiens?

– ¿Te veremos más tarde, poli?

Butch se encogió de hombros. -No lo sé.

– Buena suerte, hombre.

– Será lo que sea.

Rhage juró suavemente cuando el Escalade se fue y él y Vishous atravesaron el aparcamiento.

– ¿Quién es ella, V? ¿Una de nosotros?

– Marissa.

– ¿Marissa? ¿Cómo la anterior shellan de Wrath? -Rhage negó con la cabeza. -Oh, de acuerdo, necesito detalles. V, tú me los vas a dar.

– No hago bromas sobre esto. Y tú tampoco deberías.

– ¿No tienes curiosidad?

V no contestó hasta que llegaron a la altura de la entrada delantera del bar. -Oh, bien. ¿Lo sabes, no? -Le dijo Rhage.

– Sabes lo que le va a pasar.

V meramente levantó sus hombros y llegó hasta la puerta. Rhage plantó su mano sobre la madera, deteniéndole. -Oye.

– V, ¿alguna vez sueñas conmigo? ¿Alguna vez has visto mi futuro?

Vishous giró la cabeza. En la brillante luz de neón de Coors, su ojo izquierdo, sobre el que tenía sus tatuajes alrededor, fue todo negro. La pupila se dilató hasta que le comió el iris y la parte blanca, hasta no hubo nada excepto un agujero.

Era como quedar mirando en el infinito. O tal vez en el Fade mientras morías.

– ¿De verdad quieres saberlo? -Dijo el hermano.

Rhage dejó caer su mano a un lado. -Solo una cosa me preocupa. ¿Voy a vivir lo bastante para escapar de mi maldición? Tú sabes, ¿Encontrar algo de calma?

La puerta se abrió repentinamente y un hombre borracho tambaleante salió fuera como un camión con la dirección rota. El tipo se dirigió hacia los arbustos, vomitó, y luego cayó boca abajo sobre el asfalto.

La muerte era una forma segura para encontrar la paz, pensó Rhage. Y todo el mundo moría. Incluso los vampiros. Eventualmente.

Él no encontró los ojos de su hermano otra vez. -Retíralo, V. No quiero saberlo

Él había sido maldecido una vez ya y todavía le quedaban otros noventa y un años antes de que fuese libre. Noventa y un años, ocho meses, cuatro días hasta que su castigo hubiese terminado y la bestia ya no formase parte de él. ¿Por qué debería alistarse como voluntario para un golpe cósmico y saber que no viviría durante mucho tiempo, el suficiente como para ser libre de la maldita cosa?

– Rhage.

– ¿Qué?

– Te lo voy a contar. Tu destino está llegando. Y ella vendrá pronto.

Rhage sonrió. -Oh, ¿Sí? ¿Cómo es la mujer? La preferiría…

– Ella es una virgen.

Un escalofrío atravesó la columna vertebral de Rhage y se le clavó en el culo. -Estás bromeando ¿verdad?

– Mira en mi ojo. ¿Piensas que estoy jodiéndote?

V hizo una pausa durante un momento y luego abrió la puerta, lanzándose hacia el olor de cerveza y los cuerpos humanos junto con el pulso de una vieja canción de Guns N ' Roses.

Cuando entraron, Rhage masculló, -Eres un freaky de mierda, mi hermano. Realmente lo eres.

Capítulo 3

Pavlov tenía sentido, Mary pensó mientras volvía al centro. Su reacción de pánico por el mensaje de la oficina de la Dr. Delia Croce era por adiestramiento, no por algo lógico. "Más pruebas" podrían ser más cosas. Sólo porque ella asociara cualquier tipo de noticias de un médico con una catástrofe no significaba que pudiese ver el futuro. Ella no tenía ni idea de qué (si era algo), estuviese mal. Después de todo, había remitido hacía ya dos años y ella se sentía bastante bien. Bueno, se cansaba, pero ¿quién no lo hacía? Su trabajo y el trabajo de voluntaria la mantenían ocupada.

– Lo primero que haría por la mañana sería llamar para la cita. Pero ahora ella iba a comenzar el trabajo que había cambiado con Bill en la línea directa para suicidios.

Para disminuir un poco la ansiedad, ella hizo una profunda respiración. Las siguientes veinticuatro horas iban a ser una dura prueba, con sus nervios convirtiendo su cuerpo en un trampolín y su mente en un remolino. El truco era atravesar las fases del pánico y luego reforzarse cuando el miedo se aliviara.

Ella aparcó al Civic en una zona abierta en Tenth Street y caminó rápidamente hacia un edificio desgastado de seis plantas. Estaba en la zona sombría del pueblo, residuo de un esfuerzo allá por los años setenta de profesionalizar un área con nueve bloques de lo que era entonces un "mal barrio". El optimismo no había funcionado, y ahora el espacio de la oficina se mezclaba con un albergue de baja renta.

Ella se paró en la entrada y saludó con la mano a los dos polis que pasaban en un coche patrulla.

La oficina central de la Línea Directa de la Prevención contra el Suicidio estaba en el segundo piso en el frente, y ella miró hacia las iluminadas ventanas. Su primer contacto con la asociación sin fines de lucro había sido cuando había llamado. Tres años antes, ella atendía el teléfono cada jueves, viernes, y los sábados por la noche. También cubría los días de fiesta y cuando lo necesitaban.

Nadie sabía que ella había marcado el número. Nadie sabía que había tenido leucemia. Y si tenía que volver a batallar con su sangre, entonces iba a tener que mantenerlo de la misma manera.

Habiendo visto morir a su madre, no quería a nadie llorando sobre su cama. Ella ya conocía la impotente rabia cuando la gracia salvadora no llegaba. No tenía interés en repetir un teatro mientras peleaba por respirar y nadaba en un mar de fallo de órganos.

De acuerdo. Los nervios habían vuelto.

Mary escuchó un sonido a la izquierda y cogió el destello de un movimiento, como si alguien se hubiera agachado evitando que lo vieran detrás del edificio. Reaccionando, ella marcó un código en una cerradura, entró, y subió las escaleras. Cuando llegó al segundo piso, llamó al interfono para entrar en las oficinas de la línea directa.

Mientras pasaba por la recepción, saludó con la mano a la directora ejecutiva, Rhonda Knute, quien estaba en el teléfono. Luego saludó con la cabeza a Nan, Stuart, y a Lola, quienes cubrían esta noche, y se instaló en un cubículo vacante. Después de asegurarse que tenía suficientes formularios de entradas, un par de plumas, y el libro de intervenciones de la línea directa, sacó una botella de agua de su bolso.

Casi inmediatamente una de sus líneas sonó, y ella comprobó en la pantalla que llamaba una persona de Idaho. Conocía el número. Y la policía le había dicho que era el número de un teléfono público. En el centro de la ciudad.

La llamaba a ella.

El teléfono sonó una segunda vez y lo cogió, seguidamente dijo el guión de la línea directa. -Línea directa para la prevención del suicidio, soy Mary. ¿Cómo puedo ayudarle?-

Silencio. Ni siquiera una respiración.

Débilmente, ella oyó el zumbido de un motor de un coche y luego se desvaneció en el trasfondo. De acuerdo con el registro llamadas entrantes de la policía, la persona siempre llamaba desde un teléfono público y variaba su posición de manera que no pudiesen rastrearlo.

– Soy Mary. ¿Cómo puedo ayudarle? – Ella bajó su voz y rompió el protocolo. -Sé que es usted, y me alegro que extienda su mano esta noche otra vez. Pero por favor, ¿no me puede decir su nombre o qué le pasa?-