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Roy miró primero a Maggie, luego a Anna, pero decidió permitir que Maggie manejara la situación. Cuando pudo hablar, Maggie dijo:

– Por supuesto que es bienvenida, Anna. Pase.

– Hola, Roy -dijo Anna solemnemente, entrando en la habitación.

– ¿Cómo está, Anna?

– Bueno, muy bien no lo sé. Esos malditos muchachos míos me tratan como si no tuviera cerebro, como si no supiera lo que está pasando aquí. Eso hace que una se ponga un poco nerviosa. Por cierto, no vine aquí para ponerte incómoda, Maggie, pero parece que tengo una nueva nieta y como los nietos para mí son una bendición y me encantan, me pregunté si te molestaría que le echara un vistazo.

– Ay, Anna… -logró decir Maggie antes de echarse a llorar y abrir los brazos en señal de bienvenida. Anna fue directamente a abrazarla y calmarla.

– Bueno… bueno -dijo, palmeándole la espalda con torpeza.

El apoyo de Roy había sido una maravilla, pero se necesitaba la presencia de una mujer. Al sentir los brazos de la madre de Eric alrededor de su cuerpo, Maggie sintió que se llenaba parte del vacío emocional.

– ¡Me alegro tanto de que haya venido y que sepa lo del bebé!

– No lo hubiera sabido, de no haber sido por Barbara. Esos dos muchachones me hubieran mandado a la tumba sin decirme nada, los muy bobos. Pero Barbara pensó que yo debía saberlo y cuando le pedí que me trajera hasta aquí accedió de muy buen grado.

Apartándose, Maggie miró el rostro emocionado de Anna.

– ¿Entonces Eric no sabe que está aquí?

– Todavía no, pero se enterará cuando vuelva a casa.

– Anna, no se enoje con él. Fue tanto mi culpa como la de él… más mía, a decir verdad.

– Tengo derecho de enojarme, ¡Y de sentirme desilusionada, también! Demonios, no es ningún secreto que el chico ha deseado un bebé más que nada en el mundo y ahora lo tiene, pero resulta que está casado con la mujer equivocada. Te lo aseguro, es una situación lamentable. ¿Te importaría decirme qué piensas hacer?

– La criaré yo sola, pero no sé mucho más que eso.

– ¿Piensas decirle quién es el padre?

– Todo hijo merece saber eso.

Anna asintió con la cabeza, luego se volvió hacia Roy.

– ¿Y bien, Roy, nos felicitamos mutuamente o qué?

– Me parece que nos haría muy bien, Anna.

– ¿Dónde está Vera?

– En casa.

– Está furiosa con esto, ¿no?

– Podría decirse que sí.

Anna miró a Maggie.

– ¿No es curioso cómo actúan algunas personas en nombre del honor? Bueno, me encantaría ver a mi nieta. No, Maggie, tú descansa. Roy, ¿no le molesta acompañarme a la nursery, verdad?

– En absoluto.

Instantes después estaban juntos, contemplando a su nieta a través del cristal, un anciano con una sonrisa en el rostro y una anciana con un brillo de lágrimas en los ojos.

– Es una belleza -suspiró Anna.

– Estoy absolutamente de acuerdo.

– Mi decimotercer nieto, pero tan especial como el primero.

– Es sólo la segunda para mí, pero me perdí mucho con la primera, por estar tan lejos de ella. Pero ésta… -Su frase suspendida dejaba bien en claro que albergaba muchos sueños.

– No me importa decirle, Roy, que nunca me gustó la mujer que eligió mi hijo. Su hija hubiera sido muchísima mejor esposa. Me parte el corazón pensar que no puedan estar juntos para criar este bebé, pero eso no lo disculpa.

Roy contempló a la beba.

– ¿Las cosas han cambiado mucho desde que usted y yo éramos jóvenes, no cree, Anna?

– Y cómo. Uno se pregunta adonde iremos a parar.

Cavilaron un poco, luego Roy dijo:

– Le diré algo que ha cambiado para mejor, sin embargo.

– ¿Qué?

– Hoy en día dejan entrar a los abuelos en la sala de partos. Ayudé a mi Maggie a traer a la pequeña al mundo. ¿Puede creerlo, Anna?

– ¡Ah, vamos! ¿Usted? -Lo miró con los ojos muy abiertos.

– Así es. Yo. Un carnicero. Estuve ahí todo el tiempo, ayudando a Maggie a respirar bien y vi nacer a la pequeña. Fue algo grandioso, se lo aseguro.

– Apuesto a que sí. No tengo ninguna duda.

Volvieron a mirar a la beba y pensaron en lo maravilloso y triste que era todo.

Anna llegó a su casa a las nueve de la noche y llamó a Eric sin perder un minuto.

– Necesito que vengas. Se me apagó el piloto y no puedo encender esta maldita cosa.

– ¿Ahora?

– ¿Quieres que esa caldera vuele por los aires y me lleve consigo?

– ¿No puede mirarla Mike?

– Mike no está.

– ¿Y dónde está? -preguntó Eric, malhumorado.

– ¿Qué sé yo? No está y con eso me basta. ¿Vienes o no?

– Está bien. Estaré allí en media hora.

Anna colgó con estrépito y se sentó muy tiesa a esperarlo. Cuando Eric entró, veinticinco minutos más tarde, fue directamente a la cocina.

– No pasa nada con la caldera. Siéntate -ordenó Anna.

Él se detuvo en seco.

– ¿Cómo que no pasa nada?

– No le pasa nada, te digo. Ahora siéntate. Quiero hablarte.

– ¿De qué?

– Hoy fui al hospital y vi a tu hija.

– ¿Qué?

– Vi a Maggie, también. Barbara me llevó.

Eric maldijo en voz baja.

– Se lo pedí porque ninguno de mis hijos se ofreció. Este sí que es un buen embrollo, hijito.

– Ma, lo que menos necesito es que me retes.

– Y lo que menos necesita Maggie Pearson es un bebé sin padre. ¿Cómo se te ocurrió, tener una aventura con ella? ¡Eres un hombre casado!

Él adoptó una expresión obstinada y no dijo nada.

– ¿Nancy lo sabe?

– ¡Sí! -le espetó Eric.

Anna puso los ojos en blanco y masculló algo en noruego.

Eric la fulminó con la mirada.

– ¿Qué clase de matrimonio es ése, de todos modos?

– ¡Ma, no es asunto tuyo!

– ¡Cuando traes a un nieto mío a este mundo, de inmediato lo convierto en asunto mío!

– ¡Parece que no te das cuenta de que yo también sufro!

– ¡Me tomaría un momento para compadecerte si no estuviera tan furiosa contigo! Puede ser que tu mujer no sea la luz de mis ojos, pero sigue siendo tu mujer y eso te da responsabilidades.

– Nancy y yo estamos intentando arreglarnos. Ella está cambiando. Se está esforzando desde que perdió el bebé.

– ¿Qué bebé? Yo tuve cuatro y perdí dos más, y sé qué aspecto tiene una mujer embarazada cuando la veo. ¡Ella estaba tan embarazada como yo!

Eric se quedó mirándola, boquiabierto.

– ¿Qué carajo estás diciendo, Ma?

– Ya me oíste. No sé a qué está jugando, pero no pensaba estar embarazada de cinco meses. ¡Pero si no tenía ni un granito en la panza!

– ¡Ma, estás loca! ¡Por supuesto que estaba embarazada!

– Lo dudo, pero eso no tiene ninguna importancia. Si sabía que andabas con Maggie, probablemente mintió para retenerte. Pero de lo que quiero asegurarme es de que comiences a comportarte como un marido… de cuál mujer no me interesa. Pero de una sola, Eric Severson, ¿me entiendes?

– ¡Ma, no comprendes! El invierno pasado, cuando comencé a ver a Maggie, tenía todas las intenciones de dejar a Nancy.

– Ah, y eso te disculpa, ¿no? ¡Pues escúchame bien, hijo! Te conozco, sé cómo te afecta esa hija tuya y a menos que me equivoque, piensas andar detrás de Maggie y ver a la pequeña de tanto en tanto y jugar al padre un poco. Muy bien, hazlo si es lo que eliges. Pero si empiezas a hacerlo ahora, ya sabes qué otra cosa renacerá. No soy tonta, sabes; vi esas rosas en su habitación y vi la expresión de ella cada vez que las miraba. Cuando dos personas se quieren así, y encima tienen un bebé, la situación se torna difícil de controlar. Así que muy bien, ve a ver a tu hija y a su madre. ¡Pero antes libérate de la mujer que tienes! Tu padre y yo te educamos para que supieras distinguir entre el bien y el mal y tener dos mujeres está mal, lo mires por donde lo mires. ¿Me comprendes?