Con la mandíbula apretada, Eric respondió:
– Sí, con claridad.
– ¿Y me prometes que no volverás a aparecer en la puerta de la casa de Maggie hasta que tengas el papel del divorcio en la mano?
Al no recibir respuesta, Anna repitió:
– ¿Me lo prometes?
– ¡Sí! -gruñó Eric y salió de la casa cerrando la puerta de un golpe.
Capítulo 20
Eric tuvo que ejercer todo su autocontrol para no lanzarse sobre Nancy con las sospechas de su madre en cuanto entró en la casa. Sus emociones estaban en carne viva y se sentía muy confundido. De todos modos, ella estaba dormida. Eric se tendió a su lado, preguntándose si Ma tendría razón, rememorando fechas. Ella le había dicho que estaba embarazada de cuatro meses a mediados de julio y él le había comentado que no se le notaba. ¿Qué había dicho Nancy? Algo acerca de que la mirase desnuda. El lo hizo, tiempo después, y se maravilló ante su continua delgadez, pero Nancy le explicó que hacía ejercicios diarios, se cuidaba mucho con la comida y, además, que el médico le había dicho que el bebé era pequeño. A fines de agosto, cuando anunció que lo había perdido, habría estado en el quinto mes. Trató de recordar qué aspecto tenía Barb en el quinto mes de embarazo, pero Barb era más corpulenta y además, ¿qué hombre salvo un padre evalúa el tamaño de una mujer en términos de meses de gestación? ¿Y Maggie? Había estado de casi cinco meses cuando lo dejó plantado bajo la lluvia y al igual que Nancy, no había estado usando ropa de futura mamá. Quizá Ma estuviera equivocada, después de todo.
Por la mañana, fue al escritorio de Nancy con la excusa de archivar los recibos de las cuentas pagadas tres días antes. Estaba de pie delante del cajón abierto de un alto fichero metálico cuando ella pasó por el corredor.
– Eh, Nancy -dijo, obligándose a hablar como al descuido-, ¿no debería habernos llegado una cuenta de ese hospital de Omaha?
Ella reapareció en la puerta, elegante y esbelta con unos pantalones grises y un pulóver grueso.
– Ya la pagué -respondió y se dispuso a marcharse.
– ¡Un momento!
Regresó con aire impaciente.
– ¿Qué pasa? Tengo que estar en la peluquería a las diez.
– ¿La pagaste? ¿Quieres decir que no te la cubrió el seguro? -Nancy tenía una excelente cobertura médica a cargo de Orlane.
– Sí, claro que sí. Es decir, me lo reintegrarán cuando envíe los papeles.
– ¿Todavía no lo hiciste? -Nancy era la persona mas eficiente que conocía en lo que a papeles se refería. Atrasarse tres meses con un trámite era totalmente insólito en ella.
– Eh, ¿qué es esto, una Inquisición? -replicó, fastidiada.
– Quería saber, nada más. ¿Qué hiciste, pagaste el hospital con un cheque?
– Creí que teníamos un acuerdo: tú te ocupas de tus cuentas, yo de las mías -respondió Nancy y se marchó, apurada.
Una vez que ella partió, Eric se puso a revisar los archivos con más atención. Debido a los viajes de ella, era más cómodo para ambos tener cuentas individuales, pero como Nancy siempre tenía mucho papelerío que hacer, Eric se encargaba de pagar las cuentas de la casa. La cobertura médica era una de esas zonas grises que cruzaban los límites, puesto que él también estaba incluido en la póliza de ella. Por lo tanto, los papeles de ambos estaban archivados juntos.
Eric revisó la carpeta, pero sólo encontró boletas de dentistas de ambos durante los últimos años, una boleta de dos años de un estudio de la garganta que se había hecho él, y los papanicolaus anuales de Nancy. Revisó cada una de las carpetas del fichero de cuatro cajones, luego se sentó ante el escritorio de su mujer. Era un sólido mueble de roble de unos ochenta años de antigüedad. Nancy lo había comprado en una subasta de un Banco años antes y él jamás buscaba algo allí, salvo una lapicera o un gancho ocasional. Al abrir el primer cajón, se sintió como un ladrón. Encontró las chequeras usadas de Nancy sin ninguna dificultad, archivadas y etiquetadas prolijamente. La más reciente cubría el mes de octubre. Retrocedió hasta agosto y buscó el resumen, lo abrió sobre el escritorio y lo revisó. Nada para el Hospital St. Joseph ni para médicos ni clínicas desconocidas. Lo volvió a leer, para cerciorarse. Nada.
Revisó el de septiembre. Nada. El de octubre. Ningún hospital.
Se quitó los lentes y los dejó caer sobre el secante; abrió los codos sobre el escritorio y se cubrió la boca con ambas manos.
¿Podía haber sido tan ingenuo? ¿Le había mentido Nancy como Ma sugería, para alejarlo de Maggie? Con creciente inquietud, siguió revisando.
Recibos de Orlane. Boletas de ropa de tiendas que él jamás había visto. Una carpeta de correspondencia de negocios con Nueva York y copias carbónicas de las respuestas de Nancy. Boletas de tarjetas de crédito de gastos de nafta. Registros de mantenimiento del coche. Y adentro de una carpeta marcada Perfiles de Ventas, un sobre plástico con el logotipo estampado de una empresa inmobiliaria de la que él nunca había oído hablar: Bienes Raíces Schwann.
Abrió el cierre y reconoció la cuenta impresa por computadora de un hospital antes de siquiera sacarla del sobre. Al extraer las hojas dobladas, echó una mirada a los códigos: Oxímetro de Pulso, Vías Aéreas Orales Descart. Sus sospechas se aplacaron de inmediato. Desdobló las cuatro hojas abrochadas, vio el membrete de un hospital en el extremo superior y respiró con alivio.
Un momento.
El hospital no era el St. Joseph de Omaha, sino el Hennepin County Medical Center de Minneápolis. Las fechas de entrada y dada de alta no eran del mes de agosto de 1989 sino de mayo de 1986.
¿Tres años atrás?
¿Qué diablos…?
Frunció el entrecejo al leer los códigos y descripciones, pero la mayoría carecía de significado para él.
Halcion Tabletas 0.5 MG
Oxyto3 In loU iC3
Ceftriaxone Inyect. 2 GM
Drogas, supuso, y siguió leyendo, ceñudo.
Chux Pkg de 5
Cultivo
Sala de Partos Normal
D & C Posparto.
¿D & C? No sabía de qué palabras eran las iniciales, pero sí conocía su significado. ¿Nancy se había hecho un D & C en mayo de 1986?
El miedo le cerró la garganta mientras leía el resto de la lista. Cuando llegó al final, le temblaban las entrañas. Se quedó mirando el marco de aluminio de un cuadro en la pared de enfrente mientras los temblores le estremecían las piernas y los brazos. Tenía los labios apretados. Le dolía la garganta. La sensación se expandió hasta que Eric creyó que se ahogaría. Luego de un minuto entero de creciente angustia, se levantó de un salto, catapultando la silla hacia atrás, y salió del cuarto con el papel en la mano. Fue a la camioneta. La puso en marcha con furia. Retrocedió por el jardín haciendo rugir el motor. Se lanzó colina abajo y dobló en la esquina, a treinta kilómetros por hora en primera. La caja de cambios chillaba. Puso la segunda un instante antes de que el motor estallara, luego enfiló como una flecha por la carretera, como un bombardero de la Segunda Guerra Mundial en la pista de despegue.
Quince minutos más tarde, cuando entró como una tromba en el consultorio del Doctor Neil Lange, en Ephraim, no estaba de humor para que lo atajaran.
– uiero ver al doctor Lange -anunció en la ventanilla de recepción. Sus dedos tamborileaban sobre la repisa como pájaros carpinteros.
Patricia Carpenter levantó la mirada y sonrió. Era regordeta y bonita y solía ayudarlo con las tareas de álgebra cuando estaban en primer año de la secundaria.