– Me es difícil manejar el hecho de que estemos hablando sobre… sobre esto. -Levantó las manos y luego volvió a sujetarse los brazos. -Ni siquiera sé cómo llamarlo… ¿Qué estamos haciendo, Eric?
– Creo que los dos sabemos lo que estamos haciendo, los dos sabemos cómo se llama y no sé qué te pasa a ti, pero a mí me tiene aterrado, Maggie.
Ella estaba temblando por dentro y congelándose por fuera: la temperatura era de cinco grados bajo cero y no podían quedarse en la puerta para siempre. Dando un paso atrás, cedió ante la abrumadora fuerza de gravedad que él ejercía sobre ella.
– Pasa.
Una vez que le concedió el permiso, Eric vaciló.
– ¿Estás segura, Maggie?
– Sí, pasa -repitió ella-. Creo que los dos necesitamos hablar.
Eric la siguió adentro, cerró la puerta, se quitó la campera, la colgó del respaldo de una silla y se sentó, con la misma expresión de cansada resignación con la que había llegado. Maggie se puso a preparar café sin preguntarle si quería -sabía que era así- y una tetera fresca para ella.
¿Qué estabas haciendo? -preguntó Eric, echando una mi-lada a las reglas, papeles y libros desparramados sobre la mesa.
– Diseñando un aviso para el folleto de la Cámara de Comercio.
Eric giró el trabajo de Maggie hacia su lado y estudió las letras y rebordes prolijos, el boceto con tinta de la Casa Harding vista desde el lago. Se sentía vacío, perdido y muy inseguro.
– No viniste al último desayuno. -Olvidó el papel que tenía en la mano y siguió a Maggie con la mirada mientras ella se movía a lo largo de la mesada, abriendo el agua, preparando el café.
– No.
– ¿Eso significa que tratabas de no verme?
– Sí.
Así que él tenía razón. Había estado pasando por el mismo infierno que él.
Maggie encendió la hornalla bajo la cafetera y regresó a la mesa para hacer a un lado sus papeles, cuidando de mantenerse bien lejos de Eric. Puso panecillos de maíz en un plato, buscó manteca y un cuchillo y los llevó a la mesa, bajó una tacita y un plato, llenó la azucarera y llevó todo eso, también, a la mesa. El café comenzó a filtrarse y Maggie bajó el fuego de la hornalla. Al terminar su trabajo, se volvió para ver que Eric seguía observándola, atormentado.
Por fin fue a sentarse, entrelazó los dedos sobre la mesa, y lo miró de frente.
– ¿Y cómo pasaste la Navidad? -preguntó.
– Pésimamente. ¿Y tú?
– Pésimamente, también.
– ¿Quieres contármela tú primero?
– Está bien. -Maggie respiró hondo, juntó las uñas de los dos pulgares y habló sin retaceos. -Mi madre y mi hija me acusaron de tener una aventura contigo, y después de un par de discusiones horribles, ambas se marcharon de aquí muy enojadas conmigo. No las he visto desde entonces.
– ¡Ay, Maggie, lo lamento! -Le tomó las manos sobre la mesa.
– Pues no lo lamentes. -Maggie retiró sus manos. -Las peleas fueron menos por tu causa que por el hecho de que me estoy independizando de ellas. A ninguna de las dos le agrada. En realidad, estoy empezando a darme cuenta de que a mi madre no le gusta nada de mí, mucho menos que sea feliz. Es una persona muy mezquina y poco a poco estoy comenzando a superar la culpa que siento al pensar eso. Y en cuanto a Katy… bueno, todavía no superó la muerte de su padre y está pasando por una etapa de egoísmo. Ya se repondrá. Bueno, cuéntame de tu Navidad. ¿Le gustó a Nancy el anillo?
– Le encantó.
– ¿Qué fue lo que salió mal, entonces?
– Todo. Nada. Cielos, no lo sé. -Eric se llevó una mano a la nuca y luego echó la cabeza hacia atrás, hasta el límite; cerró los ojos y respiró hondo, soltando después el aire muy despacio. En forma abrupta abandonó esa posición, apoyó los antebrazos sobre la mesa y miró a Maggie. -Lo que sucede es que se me está desmoronando todo en la mente, todo mi matrimonio, mi relación con ella, el futuro. No tiene ningún sentido. Miro a Barb y a Mike y pienso así debería ser. Pero no lo es y ahora se que no lo será nunca.
La miró en silencio, con líneas de preocupación alrededor de los ojos y de la boca. Sobre la cocina, el café se filtraba y el aroma llenaba la habitación, pero ninguno de los dos lo notó. Estaban sentados frente a frente, mirándose a los ojos, dándose cuenta de que su relación estaba tomando un rumbo irreversible. A los dos los asustaba la idea de cómo sacudiría sus vidas y las de los demás.
– Ya no siento nada por ella -admitió Eric en voz baja.
De modo que es así como sucede, pensó Maggie, es así cómo se derrumba un matrimonio y comienza un romance. Consternada, se puso de pie y apagó las hornallas, echó agua dentro de la tetera y llenó la taza de Eric con café. Cuando Maggie volvió a sentarse, Eric se quedó mirando la taza largo rato antes de levantar la vista.
– Tengo que preguntarte algo -dijo.
– Hazlo.
– ¿Qué fue eso en la puerta la noche que traje a Katy?
Maggie sintió calor en el pecho al recordar que había sido ella la que había roto el tabú.
– Un error -respondió -y lo siento. No… no tenía derecho de abrazarte.
Con los ojos fijos en los de ella, Eric comentó:
– Qué curioso, sentí que sí lo tenías.
– Estaba cansada y me había preocupado tanto por Katy y luegotú me la trajiste sana y salva y me sentí muy agradecida.
– ¿Agradecida? ¿Nada más?
Atrapada en la mirada de él, Maggie sintió que los cimientos de su resolución se desmoronaban.
– ¿Qué quieres que diga?
– Quiero que digas lo que comenzaste a decir cuando entré hace unos minutos, que estamos hablando del hecho de que nos hemos enamorado.
El impacto la recorrió como una corriente eléctrica, dejándola aturdida, mirándolo con el pecho cerrado y el corazón al galope.
– ¿Enamorado?
– Ya lo hemos vivido juntos una vez. Deberíamos ser expertos en reconocer el sentimiento.
– Pensé que hablábamos de… de una aventura.
– ¿Una aventura? ¿Es eso lo que quieres?
– No quiero nada. Es decir, yo… -De pronto se cubrió el rostro con las manos, apretando los codos contra la mesa. -¡ Ay Dios!, ésta es una conversación de lo más extraña.
– Estás asustada, Maggie, ¿no es así?
Ella deslizó las manos hacia abajo para poder mirarlo, pero la nariz y la boca quedaron ocultas. ¿Asustada? Estaba aterrada. Movió la cabeza en señal de afirmación.
– Pésimamente. ¿Y tú?
– Yo también, te lo dije.
Maggie se aferró a la taza de té; necesitaba tenerse de algo.
– ¡Es todo tan… tan civilizado! Estar sentados aquí hablando deltlema como si no involucrara a nadie más. Pero hay otras personas metidas y me siento terriblemente culpable aun a pesar de que no hemos hecho nada.
– ¿Quieres algo de qué sentirte culpable? Tengo varias cositas en la mente.
– Eric, no bromees -lo regaño ella, para ocultar el hecho de que estallaba de deseo y que ésa era la peor confrontación a la que había sido sometida jamás.
– ¿Crees que no es serio? Mira cómo tiemblo. -Extendió una mano temblorosa. Luego se aferró los muslos. -Me llevó casi cinco semanas volver aquí y no sabía qué venía a hacer. Deberías haberme visto hace una hora, duchándome, afeitándome y eligiendo una camisa como si fuera a hacer la corte, pero eso no lo puedo hacer ¿no?
»Y la otra alternativa me vuelve menos que honorable, de modo que aquí estoy, sentado, hablando de lo que pasa… por Dios, Maggie mírame así sé lo que piensas.
Ella levantó el rostro, sonrojado hasta la raíz del pelo, y se topó con esos ojos azules, tan azules, que seguían preocupados como antes. Dijo lo que sabía que debía decir.