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– ¿Qué hiciste para merecer un cinturonazo?

Eric respiró hondo y lo confesó sin rodeos:

– Estoy manteniendo una relación con Maggie Pearson.

Mike arqueó las cejas y sus orejas parecieron aplastarse. Tomó la noticia sin comentarios al principio, luego se enderezó la gorra y dijo:

– Bueno, comprendo por qué deseas que el viejo estuviera aquí, pero no me parece que unos cinturonazos fueran a solucionar el problema.

– No, creo que no. Tenía que decírselo a alguien porque siento tan vil.

– ¿Hace cuánto tiempo que sucede?

– Desde la semana pasada, nada más.

– ¿Y ya terminó?

– No lo sé.

– Oh.

– Sí. Oh.

Cavilaron unos instantes, luego Mike preguntó:

– ¿Piensas volver a verla?

– No lo sé. Acordamos mantenernos alejados por un tiempo. Enfriarnos un poco y ver.

– ¿Nancy lo sabe?

– Probablemente sospeche. Fue un fin de semana atroz.

Mike soltó aire ruidosamente, se quitó la gorra, se rascó la cabeza y se volvió a poner la gorra con la visera baja sobre los ojos.

Eric abrió las manos.

– Mike, estoy tan confundido. Creo que amo a Maggie.

Mike miró a su hermano pensativamente.

– No bien oí que ella regresaba al pueblo, supuse que esto su sucedería. Sé que estabas loco por ella en la secundaria y que en aquel tiempo, ya se acostaban.

– ¿Lo sabías? -El rostro de Eric denotaba sorpresa. -¡Mentira!

– No te sorprendas tanto. Era mi coche el que usabas, ¿recuerdas? Y Barb y yo andábamos en lo mismo, así que nos dimos cuenta de lo tuyo con Maggie.

– ¡Caray, qué suerte tienes! ¿Saben la suerte que tienen ustedes dos? Los miro a ti y a Barb, a tu familia, veo cómo les fue juntos y pienso: ¿por qué no atrapé a Maggie en aquel entonces? Quizás así tendría lo que tienen ustedes.

– Es más que suerte, lo sabes muy bien. Es trabajar duro y hacer concesiones.

– Sí, lo sé -respondió Eric desconsoladamente.

– ¿Y qué pasa contigo y Nancy?

– Es un lío -dijo Eric, sacudiendo la cabeza.

– ¿Porqué?

– En medio de todo, llega a casa y dice que quizá tendrá un bebé, después de todo. Quizás uno no sería tan malo. Entonces la puse a prueba. Me arrojé sobre ella allí mismo sin darle tiempo a tomar precauciones y desde entonces, no me ha hablado.

– ¿Quieres decir que la forzaste?

– Supongo que puedes decirlo así, sí.

Mike miró a su hermano desde debajo de la visera de la gorra y dijo en voz baja:

– Eso está muy mal, viejo.

– Lo sé.

– ¿En qué diablos estabas pensando?

– No lo sé. Me sentía culpable por Maggie y asustado y furioso porque Nancy esperó todo este tiempo para considerar por fin la posibilidad de tener una familia.

– ¿Te puedo preguntar algo?

Eric miró a su hermano, esperando.

– ¿La quieres?

Eric suspiró.

Mike aguardó.

Debajo de la camioneta, el aceite dejó de chorrear. El olor llenaba la habitación, mezclado con el aroma ahumado del arce en la estufa.

– A veces me golpean oleadas de sentimiento, pero casi siempre es nostalgia por lo que pudo haber sido. Cuando la conocí, era todo atracción física. Me parecía la mujer más hermosa de la tierra. Después, cuando llegué a tratarla a fondo, me di cuenta de que era inteligente, ambiciosa y pensé que algún día tendría mucho éxito en lo que hacía. En aquel entonces, todo eso me parecía tan importante como la belleza. ¿Pero quieres saber algo irónico?

– ¿Que?

– Son las mismas cosas por las que la admiraba, las que ahora me alejan de ella. Su éxito laboral de algún modo llegó a importarle más que el éxito de nuestro matrimonio. Y diablos, ya no compartimos nada. Antes nos gustaba la misma música, ahora ella se pone auriculares y escucha grabaciones de automotivación. Cuando estábamos recién casados, llevábamos la ropa al lavadero juntos, ahora se hace limpiar todo en los hoteles. Ya ni siquiera nos gusta la misma comida. Ella come cosas saludables y me atosiga porque yo como rosquillas todo el tiempo. No usamos la misma chequera ni los mismos médicos ¡ni el mismo jabón! Detesta mi vehículo para nieve, la camioneta, la casa… ¡Caray, Mike, pensé que cuando uno se casaba crecía junto a la otra persona!

Mike cruzó los brazos alrededor de las rodillas flexionadas.

– Si no la quieres, no tienes derecho de tratar de convencerla de tener un bebé, y mucho menos de arrojarte sobre ella sin un preservativo.

– Lo sé. -Eric bajó la cabeza. Después de unos instantes, la sacudió con tristeza. -Ay, mierda… -Fijó la vista en la estufa. -Dejar de amar a alguien es horrible. Te causa un dolor feroz.

Mike se puso de pie y fue hasta su hermano, para ponerle un brazo sobre los hombros.

– Sí. -Permanecieron así, escuchando el crujir del fuego, rodeados por su calor y los aromas familiares de hierro fundido y aceite para motor. Años atrás habían compartido el dormitorio y una vieja cama de hierro. Habían compartido los elogios y los castigos de sus padres, y a veces, cuando estaba oscuro y ninguno de los dos podía dormir, las esperanzas y los sueños. Se sentían tan unidos ahora, al ver deshacerse uno de esos sueños, como cuando se los habían contado en la adolescencia.

– ¿Qué quieres hacer, entonces? -preguntó Mike.

– Quiero casarme con Maggie, pero ella dice que es probable que esté pensando con los genitales.

Mike rió.

– Además, ella no está lista para casarse de nuevo. Quiere llevar adelante su empresa y no puedo culparla por eso. Diablos, ni siquiera ha tenido un solo huésped todavía, y después de todo el dinero que metió en esa casa, quiere verla funcionar.

– De modo que viniste a preguntarme qué debes hacer con Nancy, pero no puedo darte una respuesta. ¿Por qué no dejas las cosas como están por un tiempo?

– Es que me parece tan deshonesto. Me costó muchísimo no decírselo este fin de semana y terminar con todo, pero Maggie me hizo prometer que esperaría un tiempo.

Al cabo de unos instantes, Mike apretó el hombro de Eric.

– Te diré lo que haremos. -Lo hizo girar hacia la camioneta. -Terminaremos de cambiar el aceite y luego saldremos a dar unas vueltas con los vehículos para nieve. Eso siempre despeja la mente.

Eran hombres nacidos en el Norte, donde el invierno constituye casi la mitad del año. Habían aprendido desde niños a apreciar los azules y los blancos invernales, la fuerza de los árboles desnudos, la belleza de las ramas cubiertas de nieve, de las sombras violetas ylos graneros rojos contra el paisaje blanco.

Fueron hacia el sur, al Parque Estatal Newport, y tomaron por la costa de la Bahía Rowley, donde el puerto se veía como un rompecabezas de hielo, y la playa era una medialuna blanca. El agua se había hinchado debajo del lago helado, formando ondas que finalmente caían bajo su propio peso y se rajaban en pequeños laguitos donde se reunía todo tipo de aves. El hielo golpeaba contra sí mismo y resonaba en la bahía desierta. Patos de alas blancas nadaban junto al borde del hielo y se zambullían en busca de comida. Desde la distancia se oía el chillido de las aves. Una bandada se elevó del agua y se alejó volando alto.

Tierra adentro, Eric y Mike pasaron junto a zumaques cuyas bayas rojas resplandecían como gemas contra la nieve, luego siguieron bajo una catedral de ramas de pinos y se adentraron en un bosque de abetos. Siguieron unas delicadas huellas y por fin llegaron a una empinada duna donde el galope de los ciervos había dejado explosiones de blanco sobre la nieve. Descubrieron cráteres donde habían dormido los ciervos, y un manantial de donde habían bebido visones, ardillas y ratones.

Siguieron hasta una reserva cubierta de hielo cerca del lago Mud, donde vieron cuevas de castores.