Limpiar. Mierda. Fregar los inodoros después de que los usaran desconocidos y cambiar sábanas con rizados vellos negros en ellas. Todavía le resultaba imposible comprender por qué su madre quería tener una hostería. Una mujer con un millón de dólares en el Banco.
El pelo se le arremolinó en el viento, y Katy se volvió para asegurarse de que no estaba a punto de volársele nada del asiento trasero. Luego fijó nuevamente la vista en la ruta y en el paisaje que la rodeaba. Caray, era un bonito lugar. Todo se estaba poniendo verde y los huertos estaban en plena floración. Quería llevarse bien con su madre. De veras. ¡Pero ella había cambiado tanto desde que papá había muerto! Tanta independencia. Además, parecía arremeter hacia adelante y hacer las cosas sin considerar los sentimientos de Katy. ¿Y si lo que la abuela había dicho fuese cierto?
Fish Creek estaba en pleno apogeo. Las puertas de los comercios sobre la calle principal estaban abiertas, la mayoría sin siquiera mosquiteros. Frente al correo había tulipanes en flor, y abajo, en los muelles, ya se veían veleros.
Sobre Cottage Row, las casas de veraneo habían sido abiertas para la temporada y había un hombre podando arbustos junto al portón de una de ellas.
En lo de su madre se veía un nuevo letrero: CASA HARDING. Junto al garaje estaba estacionado el Lincoln de Maggie al lado de otro coche con patente de Minnesota. Katy estacionó junto a ellos, bajó, se desperezó y comenzó a descargar el equipaje asiento trasero.
No había descendido la mitad de los escalones cuando Maggie salió como una tromba, sonriendo, exclamando:
– ¡Hola, mi vida!
– Hola, mami.
– Qué alegría me da verte.
Se abrazaron en el sendero, luego Maggie tomó una maleta y se dirigieron al garaje, conversando sobre el viaje, el fin de las clases, el clima agradable de primavera.
– Tengo una sorpresa para ti -dijo Maggie, guiando a Katy por la escalera que trepaba por la pared externa del edificio. Abrió la puerta. -Pensé que te gustaría tener un sitio sólo para ti.
Katy miró alrededor con los ojos muy abiertos.
– Los viejos muebles… ay, mamá…
– Tendrás que utilizar el baño de la casa y comer allí conmigo pero al menos tendrás privacidad.
Katy abrazó a su madre.
– Gracias, mamá, me encanta.
A Katy le encantaba su habitación, pero su entusiasmo pronto se convirtió en horror cuando se enfrentó a la realidad de tener huéspedes en la casa principal, moviéndose por las habitaciones a toda hora. Maggie mantenía cerrada la puerta de la cocina que daba al corredor, de manera que esa parte de la casa quedara reserva da para ellas. Esa tarde golpearon no menos de cinco veces a la puerta del corredor para hacer preguntas molestas. (¿Podemos usar el teléfono? ¿Dónde se pueden alquilar bicicletas? ¿Qué restaurante nos recomienda? ¿Dónde podemos comprar rollos fotográficos, carnada, comida para picnic?) El teléfono sonaba en forma incesante y los pasos en el piso superior parecían una intrusión. Al caer la tarde llegó otro grupo de huéspedes y Maggie tuvo que interrumpir los preparativos para la cena para llevarlos al piso superior y luego registrarlos. Para cuando llegó la hora de comer, Katy estaba totalmente desencantada.
– ¿Mamá, estás segura de que hiciste lo correcto?
– ¿Qué pasa?
Katy hizo un ademán hacia la puerta que daba al corredor.
– Todas estas interrupciones. La gente que entra y sale y el teléfono que no para de sonar.
– Esto es un negocio. Es de esperar que suceda todo eso.
– ¿Pero por qué lo haces, si tienes suficiente dinero como para no trabajar por el resto de tu vida?
– ¿ Y qué otra cosa debería hacer con el resto de mi vida? ¿Comer chocolatines? ¿Ir de compras? Katy, tengo que mantenerme ocupada con algo vital.
– ¿Pero no podías haberte comprado una tienda de regalos, o convertirte en vendedora de productos Avon… algo que no te trajera clientes a la casa?
– Sí, pero no lo hice.
– La abuela dice que esto fue una tontería.
Maggie se erizó.
– ¿Ah, sí? ¿Y cuándo hablaste con la abuela?
– Me escribió.
Maggie comió un bocado de ensalada de pollo sin hacer comentarios.
– Dijo otra cosa que también me ha estado preocupando.
Maggie apoyó la muñeca en el borde de la mesa y esperó.
Katy la miró a los ojos.
– ¿Mamá, sigues viendo a ese Eric Severson?
Maggie bebió un poco de agua, considerando su respuesta. Dejó el vaso y respondió.
– De tanto en tanto.
Katy dejó el tenedor y levantó las manos.
– Ay, mamá, no lo puedo creer.
– Katy, te dije que…
– Sé que me dijiste que no me metiera, pero ¿acaso no comprendes lo que estás haciendo? ¡Es casado!
– Está tramitando el divorcio.
– Sí, claro, es lo que dicen todos.
– ¡Katy, eso estuvo de más!
– Está bien, me disculpo. -Katy levantó las manos como un agente policial de tránsito. -Pero me parece un horror de cualquier forma, y vergonzoso, además. -Se puso de pie de un salto, llevó el plato al tacho de residuos y lo dejó limpio con tres golpes de tenedor.
Maggie renunció a terminar la cena. Observó a su hija dirigirse furiosa a la pileta. ¿Cómo era que desde el otoño pasado se habían trepado a esta calesita de mutua agresión? En cuanto llegaban a una tregua, enseguida volvían a exasperarse mutuamente. Otros padres pasaban por esa etapa durante la adolescencia de los hijos, pero para los Stearn esos años habían sido sorprendentemente serenos. Maggie creyó que había terminado de criar a Katy con mucha suerte, sólo para descubrir ahora que los problemas comenzaban en el momento en que creyó que mejor se llevarían.
– Mira, Katy -dijo con tono razonable-, si vamos a ladrarnos así todo el tiempo, el verano se hará muy largo. Además, los huéspedes intuyen si hay fricción en la casa y merecen que se los trate con sonrisas genuinas. Habrá momentos en los que tú tendrás que atenderlos, de modo que si crees que es demasiado para ti, dímelo ahora.
– ¡No es demasiado para mí! -le espetó Katy y abandonó la habitación.
Una vez que ella se fue, Maggie suspiró, apoyó los codos sobre la mesa y se masajeó la frente con ocho dedos. Se quedó así un buen tiempo, contemplando el plato y la ensalada sin terminar.
De pronto los trozos de comida se nublaron y una lágrima cayó sobre una hoja de lechuga.
¡Caray, no le pongas a llorar otra vez! ¿Por qué lloro tanto últimamente?
Porque echas de menos a Eric y estás cansada de tanta duplicidad, de luchar contra tu familia y tienes miedo de que él nunca sea libre.
Seguía sentada con los ojos húmedos cuando alguien golpeó a la puerta que daba al corredor. Váyanse, pensó, estoy cansada y necesito llorar. Cansada… sí, estaba tan cansada últimamente. Durante un instante, mientras se ponía de pie, se sintió mareada. Luego se secó los ojos con la manga, adoptó una expresión alegre y fue a abrir la puerta.
Se tornó evidente, luego del primer día de trabajo de Katy, que mantener la disciplina como patrona de su propia hija, sería difícil para Maggie. Como la madre que enseña piano a su propio hijo, vio que sus órdenes se tomaban con ligereza y se cumplían con poca prontitud.
Ya voy.
¿Quieres decir que tengo que repasar los muebles todos los días?
¡Pero hace demasiado calor para limpiar los tres baños!