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Si bien la actitud de Katy la fastidiaba, Maggie no la regañó con la esperanza de disminuir la tensión entre ambas.

Luego, el tercer día después de la llegada de Katy, su pereza recibió una inyección de adrenalina. Katy estaba metiendo sábanas sucias dentro de una bolsa de lona para la lavandería cuando una cortadora de césped pasó rugiendo junto a la ventana, empujada por un joven con el torso desnudo, shorts rojos y zapatillas Nike sin medias.

– ¿Quién es ése? -exclamó Katy, boquiabierta, siguiéndolo de ventana en ventana.

Maggie echó una mirada afuera.

– Es Todd, el hijo de Brookie.

– ¿Corta el pasto de nuestra casa?

– Lo contraté como ayudante. Viene dos veces por semana para hacer los trabajos pesados, cortar el césped, podar, limpiar la playa, encargarse de la basura.

Katy estiró el cuello para mirarlo, golpeándose la frente contra la tela de alambre cuando la cortadora de césped se alejó y el ruido disminuyó.

– ¡Uau, qué bien que está!

– Sí, es buen mozo.

Katy hizo volar el polvo durante el resto de la mañana y encontró un sinnúmero de oportunidades para salir: a sacudir el plumero, las alfombritas, a barrer la galería y llevar los residuos al tacho de basura junto al garaje. Terminó sus tareas en tiempo récord y bajó a la carrera, sin aliento, deteniéndose junto a Maggie, que estaba sentada ante el escritorio en su salita privada.

– Limpié los tres baños, cambié las sábanas, quité el polvo de los dormitorios y de la sala y hasta limpié las ventanas. ¿Me puedo ir?

Habían acordado que Katy trabajaría todos los días hasta las dos de las tarde y luego se turnaría con Maggie para estar disponible por si llegaban nuevos huéspedes. Durante ninguno de los dos primeros días terminó el trabajo antes de las dos; ese día, sin embargo, acabó a las doce y cuarto.

– Bueno, pero necesito salir a hacer compras en algún momento de la tarde, así que regresa para las tres.

Katy salió como una flecha para el garaje, y apareció minutos después en el jardín con shorts limpios, un top rojo, el rostro maquillado y el pelo recogido en una ordenada trenza. Todd estaba vaciando el césped cortado dentro de una bolsa plástica negra.

– Dame, te la sostendré -dijo Katy al tiempo que se le acercaba.

Todd miró por encima del hombro y se irguió.

– Hola.

¡Bueno, qué físico! Y estupendo pelo negro y una cara que probablemente hacía parar a las chicas por la calle todo el tiempo. El torso desnudo y la frente con una vincha blanca estaban perlados de transpiración.

– Hola. Eres el hijo de Brookie.

– Sí. Tú debes de ser la hija de Maggie.

– Me llamo Katy. -Tendió la mano.

– Y yo, Todd. -Se la estrechó con una mano firme y sucia.

– Lo sé. Me lo dijo mamá.

Katy le sostuvo la bolsa mientras él volcaba el césped adentro.

De pie junto a él, Katy captó el aroma a loción bronceadora tropical mezclada con el aroma verde del césped recién cortado.

– Te vi afuera hace unos minutos -dijo Todd, mirando de soslayo el abdomen desnudo de Katy.

– Le hago la limpieza a mi madre.

– ¿Así que vas a estar aquí todo el verano?

– Aja. Regreso a la Northwestern en otoño. Voy a cursar mi segundo año allí.

– Yo entro en la Fuerza Aérea en septiembre. Gracias. -Tomó la bolsa de manos de ella y se arrodilló para volver a colocar la bolsa recolectora en la máquina.

Desde arriba, Katy estudió su bronceado, los hombros traspirados, la curva de las vértebras y los rizos húmedos de la nuca.

– Parece que nuestras madres eran muy buenas amigas.

– Sí. Supongo que oíste los mismos cuentos que yo.

– ¿Te refieres al Quinteto Fatal?

Él levantó la vista y rieron. A Katy le encantó la forma en que se le frunció el rostro al hacerlo. Todd se irguió, secándose las palmas sobre los shorts, mientras ambos se estudiaban tratando de dar la impresión de que no lo hacían. Luego dejaron que su atención si dirigiera al lago.

– Bueno, será mejor que te deje seguir trabajando -dijo Katy, de mala gana.

– Sí. Tengo otro jardín que hacer esta tarde.

Ella giró la cabeza y lo pescó estudiándole el abdomen desnudo otra vez. En forma abrupta, Todd levantó la mirada y ambos hablaron a la vez.

– Terminaré…

– ¿Adonde…?

Él sonrió y dijo:

– Tú primero.

– Iba a preguntarte dónde se juntan los chicos en este lugar.

– Y yo te iba a decir que terminaré con el trabajo alrededor de las cinco. Si quieres podría llevarte a la Playa de la Ciudad y presentarte a todos. Conozco a todo el mundo en Door, a todos menos a los turistas, quiero decir. Bueno, hasta conozco a algunos turistas, también.

Katy esbozó una sonrisa radiante.

– Genial. Me encantaría.

– Después de cenar nos reunimos en el C-C Club en la calle principal. Allí tocan bandas en vivo.

– Suena divertido -respondió Katy.

– Podría pasar a buscarte alrededor de las seis.

– ¡Perfecto! Te veré entonces.

Maggie notó de inmediato el cambio en Katy. Su mal humor se aplacó; tarareó y conversó con su madre; se despidió con alegría cuando abandonó la casa con Todd.

A las dos de la mañana, Maggie todavía no la había oído entrar para usar el baño. Al día siguiente, Katy durmió hasta las diez y se levantó sólo a instancias de su madre. Durante las tres noches siguientes salió de nuevo con Todd, levantándose cada vez más tarde, y cuando llegó el domingo, protestó por tener que trabajar.

– Es el único día libre de Todd y queríamos ir temprano a la playa.

– Puedes ir en cuanto termines con la limpieza.

– Pero, mamá…

– ¡Ya habrías terminado si te hubieras levantado a la hora debida! -exclamó Maggie.

Durante los días que siguieron, mientras que Katy pasaba cada vez más tiempo con Todd, Maggie hervía de indignación, no por Todd, que era un muchacho agradable, trabajador, cumplidor y sumamente cortés, sino por la actitud de su hija hacia el trabajo. Le daba fastidio tener que volver a poner en práctica tácticas maternas que la remontaban a los días de la temprana adolescencia de Katy. La enfurecía convertirse en el sereno nocturno. Le molestaba la alegre suposición de Katy en cuanto a que podía adecuar las horas de trabajo a sus necesidades personales.

Había otra cosa que le molestaba, también, algo que Maggie no había esperado. Extrañaba su privacidad. Después de tan pocos meses de independencia, descubrió que se había acostumbrado a comer -o a no comer- cuando lo deseaba; a encontrar el baño como lo había dejado, los cosméticos donde los había puesto; a sintonizar la radio donde le gustaba, y a encontrar la pileta sin vasos sucios. Si bien Katy dormía en el departamento del garaje, ya no le parecía que la casa era de ella sola y se sentía mezquina y culpable por su reacción. Porque se daba cuenta de que quizá fuera todo un subterfugio para ocultar la mayor imposición que la presencia de Katy había creado: la había obligado a poner fin a sus veladas con Eric.

Maggie deseaba hablar con alguien sobre esos complejos sentimientos, pero su madre se había puesto fuera de alcance y, debido a que Todd estaba involucrado, Brookie quedaba excluida.

Entonces una noche, ocho días después de la llegada de Katy, vino Eric.

Maggie se despertó de un sueño pesado y permaneció tensa, escuchando. Algún sonido la había despertado. Había estado soñando que era niña y jugaba a los indios en las hierbas altas junto a una escuela de ladrillos cuando sonó la campana de la escuela y la despertó. Se quedó acostada, contemplando el cielo raso negro, escuchando el coro nocturno de grillos y sapos, hasta que por fin vino otra vez, el leve tintineo no de una campana escolar, sino de la campana de un barco, lo suficientemente cerca como para hacerse oír sin molestar. La intuición le dijo que era él, llamándola con la familiar campana de bronce que colgaba sobre la cabina del Mary Deare.